Póster de Fires on the Plain

Crítica de Fires on the Plain (Nobi), una película de Shinya Tsukamoto

Título original: Nobi (Fires on the Plain). Año: 2014. Duración: 87 min. País: Japón. Dirección: Shinya Tsukamoto. Guion: Shinya Tsukamoto (Novela: Shohei Ooka). Música: Chu Ishikawa. Fotografía: Shinya Tsukamoto, Satoshi Hayashi. Reparto: Shinya Tsukamoto,  Yûko Nakamura, Tatsuya Nakamura, Lily Franky, Dean Newcombe.

Fires on the Plain supone la vuelta al cine -detrás y delante de las cámaras- del controvertido Shinya Tsukamoto, creador de la saga Tetsuo y gurú del cyberpunk japonés. El propio realizador confiesa que han sido veinte años los necesarios para realizar esta nueva adaptación de la novela Nobi, drama antibelicista escrito por Shohei Ooka, con un guion que ha pasado por numerosas reescrituras y una azarosa producción que ha sufrido muchos reveses de presupuesto. Finalmente Fires on the Plain fue presentada en sendos festivales durante su promoción, llegando a participar en el Festival de Venecia de 2014 dentro de su selección oficial, algo paradójico conociendo la personalidad díscola y experimental de su director; esto nos da una idea de la apuesta personal que hizo Shinya Tsukamoto para llevar a cabo este particular proyecto y ofrecer su visión de la novela y de la  primera adaptación que ya llevó a cabo el realizador Kon Ichikawa en 1959, con una esbelta fotografía en blanco y negro y una puesta en escena muy acorde con los cánones del cine clásico japonés.

Fires on a Plain basada en la novela Nobi

La novela que inspira ambas versiones de Fires on the Plain se sitúa en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, concretamente en la campaña del Pacífico. Las tropas norteamericanas comen terreno al ejército imperial japonés, que intenta reagruparse en algunos islotes del archipiélago filipino. Asediados y hambrientos, los soldados japoneses tratan de sobrevivir a base de unos tristes y escasos boniatos silvestres que encuentran en la selva. El soldado Tamura (Shinya Tsukamoto), eje principal de la narración, deambula de un lado a otro, hambriento, desorientado y en estado febril, tratando de sobrevivir al espanto de una muerte horrible y a la falta de camaradería de sus compañeros, algunos de los cuales recurren a sospechosas prácticas alimentarias. Takamura camina a trompicones, agotado por la falta de alimento y en un estado próximo a la alucinación; es en estos momento en los que la nueva versión de Fires on the Plain nos regala las escenas más oníricas, alucinógenas postales que marcan la línea divisoria entre la realidad y el ensueño, visiones de un mundo en guerra en el que se mezcla la fuerza y el colorido del paisaje selvático con el carne roja y quemada de los cadáveres que encuentra a su paso. Acaso los soldados japoneses de Fires on the Plain ya son habitantes del purgatorio, con sus uniformes podridos y su tez cubierta de suciedad. Las diferencias con la versión de Kon Ichikawa son evidentes: frente al clasicismo de la primera versión de Fires on the Plain y su relativa limpieza visual, el espíritu vanguardista de Shinya Tsukamoto deja claro que la guerra y el delirio van de la misma mano, y la foto que nos queda es sucia y extremadamente desesperanzadora, violenta hasta el paroxismo, sin lugar a la heroicidad o al cuadro complaciente.

La película de Shinya Tsukamoto le debe bastante a los delirios antropófagos de Ruggero Deodato y otros realizadores que se arriesgaron con un género de explotación basado en el morbo que produce el desencuentro entre una naturaleza hostil y despiadada y los humanos antropófagos que la habitan, contra un primer mundo refinado y voyeur, víctima propiciatoria y carne fresca con que alimentar aquel otro mundo salvaje y sin desarrollo. Aunque en Fires on the Plain, las prácticas antropófagas que se adivinan son la consecuencia del instinto de supervivencia y la degradación de aquellos humanos del primer mundo, numerosas escenas están sazonadas con buenas dosis de gore y splatter, buscando el impacto visual e imprimiendo una impresionante potencia a la imagen, y a la par, paradójicamente, de una gran belleza. No debemos perder de vista otra de las películas antibelicistas más importantes de los últimos años, La Delgada Línea Roja (Terrence Mallick,1998), cuya acción también transcurre en la contienda del Pacífico; Fires on the Plain parece tomar buena cuenta del aspecto paisajístico del filme de Terrence Malick, potenciando la paleta de colores verdes y la fotografía de los límpidos cielos filipinos.

Fires on a Plain, de Shinya Tsukamoto

Fires on the Plain podría ser acusada de ser una película que juega con el exceso y que, a priori, es lo que debemos esperar de un realizador que procede de una vanguardia donde el el hiperrealismo y la pirueta visual son impronta obligada. Lo cierto es que Fires on the Plain nos propone un viaje alucinante y alucinógeno al corazón de la guerra, usa la novela de Shohei Ooka como hilo conductor de un viaje hacia el horror, igual que hizo Francis Ford Coppola con la novela de Joseph Conrad, El Corazón de las Tinieblas, para dibujar su propio fresco del horror, una vívida metáfora alucinatoria de la guerra en plena contienda vietnamita en Apocalypse Now (1979). Por tanto, Fires on the Plain debe ser sopesada con seriedad antes de que sus detractores la acusen de excesiva, superflua y visualmente extralimitada; el viaje iniciático al horror del soldado Tamura de un extremo a otro de la isla está lleno de escenas terroríficas que consiguen que el espectador se acongoje y salte de un lado a otro de la delgada línea roja que separa la barbarie de la civilización, la humanidad del salvajismo. En la escena final, un Tamura ya en casa, termina de escribir su sobrecogedora experiencia en una habitación apenas con luz, sus ojos resaltan en la oscuridad, aterrorizados, recordando aquellos fuegos en las praderas.

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