Crítica: El Renacido (The Revenant), de Alejandro González Iñárritu
Título: El Renacido (The Revenant). Año: 2015. Duración: 156 min. País: Estados Unidos. Director: Alejandro González Iñárritu. Guión: Mark L. Smith, Alejandro González Iñárritu (Novela: Michael Punke). Música: Carsten Nicolai, Ryûichi Sakamoto. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Reparto: Leonardo DiCaprio, Tom Hardy, Domhnall Gleeson, Will Poulter, Forrest Goodluck, Paul Anderson, Kristoffer Joner, Joshua Burge, Duane Howard, Melaw Nakehk’o, Fabrice Adde, Arthur RedCloud, Christopher Rosamond, Robert Moloney, Lukas Haas, Brendan Fletcher, Tyson Wood, McCaleb Burnett.
El nuevo filme de Alejandro González Iñárritu lleva por nombre El Renacido (The Revenant, 2016); el nuevo proyecto del director de Birdman (2014) y Amores Perros (2000) no deja de ser sorprendente, habida cuenta de la carrera del director mexicano está plagada de piezas existenciales -algunas de ellas muy tediosas-, ejecutadas con un estilo visual de tendencia efectista. Quizás sea por su estilo colorista y sugerente a la mentalidad de espectáculo que reina en la meca del cine que Iñárritu siempre contó con el favor de Hollywood; desde la que fue su segunda película –21 gramos (2003)– la industria norteamericana le abrió sus puertas, llegando a realizar desde entonces todos sus proyectos en Estados Unidos, con excepción de Biutiful (2010). Si la gloriosa recompensa a este viaje en el que atravesó las furiosas aguas del Río Bravo fue la oscarizada Birdman , El Renacido es cuanto menos, una singularidad, dentro no sólo de su carrera, sino del panorama actual del cine de estreno, si exceptuamos Los Odiosos Ocho (The Hateful Eight, 2015), el western autoral de Quentin Tarantino. El Renacido nace con el objetivo de ser un proto-western canónico pero con un componente de acción tan inverosímil como apabullante, El Renacido es una inmensa aventura de supervivencia y oda a la naturaleza, ambientada en el primer siglo de la conquista y colonización de Estados Unidos.
Sin extenderse en guiños históricos, el guión de El Renacido podría ficcionarse sin que realmente contásemos con esa parte relativa a las guerras de las tribus indias con los colonos blancos, el corazón de la historia está en su protagonista, el explorador Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), arrastrado a una mortal e interminable aventura sin fin en un entorno que ya por su belleza es apabullante, y por las labores de fotografía que realiza el técnico Emmanuel Lubezki, resulta valiosamente cercano al público. La dirección de Alejandro González Iñarritu y la cinematografía de Emmanuel Lubezki se ceba en las profundidades de campo que ofrecen los vastos paisajes y parajes naturales donde tiene lugar la historia; el casi omnipresente color blanco de la nieve realza las tonalidades grises y azules del resto del paisaje, retratadas con una inmensa precisión técnica, un inquietante y perturbador retrato de la solemnidad de la naturaleza y de la pequeñez del ser humano, donde las figuras de los personajes se encogen ante la grandiosidad del entorno.
Que el esfuerzo físico realizado en El Renacido por los actores ha sido colosal, no se pone en duda a tenor de lo visto en la pantalla, no sólo por la implicación de Leonardo DiCaprio, resalta el menos destacable pero también intenso esfuerzo de su némesis en la película, el trampero John Fitzgerald (Tom Hardy); ambos realizan un extraordinaria labor física que, por desgracia, no se ve compensada por unas líneas de diálogo brillantes, ni tan siquiera emotivas, dejando este sentimiento en manos en una sed de venganza que será el principal motor y piedra de toque de El Renacido. El preciosismo de las imágenes de El Renacido, sus laboriosas y efectivas secuencias -por recordar un par de ellas entre muchas, nos quedamos con la del ataque del oso a Glass o la caída de Leonardo DiCaprio a un precipicio- no remedian la sensación de vacío que se deja notar en parte de los 153 minutos de metraje, o esa zafia y desesperada llamada a la emotividad del espectador en algunas secuencias oníricas que parecen mal copiadas de Gladiator (2000).
En El Renacido, Alejandro González Iñarritu ha realizado un preciso y extenso fresco sobre lo que hay de telúrico y arcaico en una tierra salvaje y en el espíritu y voluntad humanos; su película es precisa, expresiva y técnicamente impecable, difícil de olvidar si el espectador disfruta de su visionado en pantalla grande. Al mismo tiempo, este título de carece de la personalidad de otras películas precedentes como La Trampa (The Trap, 1966) o la clásica Las Aventuras de Jeremiah Johnson (1972), títulos que obviamente no disponen de la espectacularidad de El Renacido, pero que narran, a través en la epopeya de la vida salvaje, ese viaje interior de los personajes cuyo final de camino les reencuentra y reconcilia con la naturaleza que les da la vida y la muerte.