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Crítica: Doghouse, de Jake West

Título: Doghouse. Año: 2009. Duración: 90  minutos.  País: Reino Unido. Dirección: Jake West. Reparto: Danny Dyer, Stephen Graham, Noel Clarke, Terry Stone, Christina Cole, Lee Ingleby, Keith-Lee Castle, Emil Marwa, Neil Maskell, Adele Silva, Toby Richards, Billy Murray, Tree Carr.

DOGHOUSE: LA FALSIFICACIÓN DEL GÉNERO

Vince acaba de separarse de su mujer. Sus amigos pretenden animarle llevándole a correrse una gran juerga a un sitio llamado Moodley, en el que al parecer existe una proporción femenina superior a la masculina, y por tanto, el ligue y el desenfreno están asegurados. Al llegar allí, en un minibús comandado por una atractiva conductora, se encuentran que todos los hombres del pueblo han sido masacrados por sus mujeres, convertidas en zombis con «conciencia sexista».

Aunque este delirante argumento pueda ser tachado de misógino y sexista, debemos recordar que la función del cine fantástico no es la de contar una historia políticamente correcta, si no vestir con la imaginación situaciones que, a través de la óptica del cineasta, devienen en metáforas sociales, ejercicios de estilo y horas de entretenimiento. Lamentablemente, la nueva película de Jake West, Doghouse (2009) no cumple ninguna de estas funciones. Vamos por partes.

Tras el éxito de Zombis Party (Shaun of the Dead, 2004) a la industria cinematográfica británica se le encendió la bombilla y pensó en la creación, a la chita callando, de una tradición hasta la fecha inexistente: comedias gore a la inglesa. Por citar más antecedentes nos encontramos con la ópera prima de Neil Marshall, Dog Soldiers (2002); el año pasado le tocó el turno a The Cottage (2008) de Paul Andrew Williams, y en el presente aterriza en nuestras pantallas Doghouse. Las supuestas raíces de esta tradición fantástica se encontrarían en una especie de british gothic outdoor, en el que los hechos sobrenaturales tendrían lugar en la campiña inglesa, alejada de las grandes urbes, entre de cercados de ganado y bucólicas aldeas. Es en este escenario donde los alienígenas de Xtro (1983) o Evil Aliens (2005) o los hombres lobos de Marshall campan a sus anchas, ajenos al mundanal ruido de las ciudades. Al igual que el cine de gangsters británico, que conjuga el humor con las historias delictivas, la comedia gore británica quiere llegar a consolidarse de forma definitiva. Si el primer género tiene a Guy Ritchie como lamentable abanderado, el segundo aún no ha encontrado suelo firme donde asentarse, pero gracias al espaldarazo de un público poco exigente y al apoyo recibido en muchos festivales, la suerte está echada y habrá comedias gore británicas para rato, Doghouse es una de ellas.

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A la hora de desarrollar el guión de Doghouse, la idea principal que se baraja es la de la guerra de sexos, a la que se disfrazada de amenaza zombie. Mientras los títulos de crédito se despliegan, los amigos, uno de ellos gay (sic), regañan con sus respectivas parejas que no ven con buenos ojos el conato de rebelión que supone la participación en el fin de semana de alcohol y mujeres en honor al amigo separado (para colmo). Una vez en Moodly las mujeres zombis aparecen representadas con atuendos de tradicionales funciones femeninas: la peluquera, el ama de casa con rulos y bata de guata, la novia, la camarera…y reinciden en tópicos de siempre que culminan en la pelea a bolsazos y mamporros de las no-muertas en plena calle. En Doghouse todas quieren hacer pedazos a los hombres en esta estereotipada guerra de sexos que no tiene lectura ni conclusión alguna, simplemente es utilizada como un pretexto vacuo y resbaladizo.

Si al principio de la cinta tenemos grandes expectativas por conocer Moodly, ciudad del pecado donde la pandilla de inmaduros treintañeros van a reventar los bares y a acostarse con docenas de mujeres, cuando estos llegan allí, totalmente entusiasmados, nos encontramos con la antítesis del Poisonville de Sin City (2005) o el área de servicio La Teta Enroscada de Abierto hasta el Amanecer (From Dusk Till Dawn, 1995). Nada más lejos de la realidad. Moodley es un pequeño pueblo de la campiña inglesa con casas ordenadas, cuidados jardines y un sólo pub. Podemos pensar que antes del Apocalipsis zombie el sitio en cuestión sería un auténtico lupanar pero la verdad es que no tiene pinta; más bien parece todo lo contrario.

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El perfil de los personajes de Doghouse es blando, mediocre, plano. Nada en éstos ofrece el más mínimo atisbo de carisma. Se incluyen caracteres culturales diferentes: desde el freak hasta el fanático de la autoayuda, pasando por el personaje de color encargado de hacer chistes malos, todo ello pasado por el tamiz de una clase media conformista que no cesa de mirarse al ombligo y recrearse en sus insustanciales circunstancias vitales.

Y ahora vienen las preguntas que se le podrían al director si le tuviésemos enfrente ¿Dónde está el desenfreno? ¿Dónde están los neones y las medias de rejilla? ¿Qué hace un gay en una supuesta fiesta de «machos alfa»? ¿Por qué es necesario servirse de un  sexismo tan zafio para hacer una comedia gore? ¿Por qué el film huele a fast food barata? ¿Por qué razones la película ha sido recibida con los brazos abiertos en los festivales especializados? Ya que no contamos con Jake West para que responda a estas preguntas, y seguramente no lo haría si estuviese aquí, todo resulta ser una falsificación del Género al servicio de una nueva línea de producción cinematográfica, una marca de fábrica para ganar dinero a base de pocos medios y menos creatividad.

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