Acero Puro, crítica de la película protagonizada por Hugh Hackman

Acero Puro (Real Steel, 2011). Duración: 126’ País: EE.UU. Director: Shawn Levy. Guión: Leslie Bohem, John Gatins, Dan Gilroy, Jeremy Leven (Historia corta: Richard Matheson). Música: Danny Elfman. Reparto: Hugh Jackman, Dakota Goyo, Evangeline Lilly, Anthony Mackie, Kevin Durand.

El cine familiar no es nada exclusivo de nuestros tiempos en los que nos creemos ser tan modernos. Empezó hace mucho tiempo, como todos los géneros cinematográficos, con la imagen en blanco y negro. Desde ¡Qué bello es vivir! (It´s a wonderful life, 1946) pasando por Sonrisas y Lágrimas (The Sound of Music, 1965) y dejando a un lado todas las producciones animadas de Disney, hasta la nefasta década de los ochenta, el cine familiar ha sido un género necesario para la industria, y por tanto, para los espectadores, que reclaman un espacio para los más pequeños de la familia, donde se les eduque en valores –otra cosa a examinar es en qué el tipo de valores, claro-, y los adultos puedan compartir con ellos unas horas de pantalla.

Sin duda fue en los años ochenta cuando se produce la gran eclosión de cine familiar, y ese renacimiento vino de la mano de algunos de los mayores creadores de cine fantástico de la década anterior. Fueron las producciones de Steven Spielberg o Joe Dante entre otros las que pusieron en guardia a la industria sobre el hallazgo de un nuevo filón cinematográfico: la combinación del cine familiar con otros géneros, especialmente el fantástico. De este modo, los en otrora abanderados de la independencia narrativa dentro de los grandes estudios reorientan su carrera hacia producciones más baratas, sencillas, lucrativas y acordes con los avances tecnológicos en materia de efectos especiales: E.T. El extraterrestre (E.T. The Extra-Terrestrial, 1982) o Gremlins (1984) dan el pistoletazo de salida a una catarata de producciones que culminarían con la saga de Sólo en Casa (Home Alone, 1990) dirigida por Chris Columbus, que también fue guionista de Gremlins.

Paradójicamente, el nombre dado al género “cine familiar” era casi un eufemismo ya que este género mostraba muy a las claras el proceso de desintegración familiar que se estaba produciendo en la sociedad norteamericana, debido a la extinción del modelo de familiar tradicional, normalmente ocasionado por la deslocalización laboral de los padres. Lejos de presentarnos a familias unidas que se comen el pavo juntas el día de Acción de Gracias, se nos contaban historias de niños que se aferran a la existencia de entidades fantásticas como soporte anímico, infantes que son olvidados en casa como si se tratara de un cepillo de dientes que no ha sido incluido en la maleta, que se comunican con sus padres mediante un insólito teléfono de juguete (El Secreto de Joey, 1985), o en la otra parte del tablero, historias de solteros recalcitrantes incapaces de cambiar los pañales a un bebé (Tres hombres y un bebé, 1987), o de familias que necesitan el apoyo de mascotas parlantes para intentar mantenerse unidas (Mira quién habla ahora, 1993 y los títulos anteriores de la saga).

Acero Puro (Real Steel, 2011) no desdeña ninguna de las premisas anteriores. Es una película de cine familiar al más puro estilo hollywoodiense, pero con la particularidad de que la base dramática de desarraigo y descomposición familiar ya es perfectamente conocida y asumida como una realidad incuestionable por todo el orbe occidental; así, esta historia de padre anárquico e hijo desatendido nos es más conocida de lo que era hace veinte años. Otra particularidad de Acero Puro es que la historia del reencuentro padre-hijo se hace desde una perspectiva netamente fantástica, adaptada a los tiempos que corren en cuanto a efectos especiales y espectacularidad. También hay muchas cosas en esta película que nos recuerdan a ese clásico de los combates de boxeo Rocky (1976), una herencia argumental que habla de perdedores que se redimen gracias al deporte de los puñetazos.

En un futuro no muy lejano el boxeo ya no lo hacen las personas sino los robots. Charlie Kenton (Hugh Hackman), un antiguo púgil, se dedica a recorrer el país buscando peleas para sus máquinas. La irrupción en su vida de su olvidado hijo Max (Dakota Goyo) y el encuentro casual de un viejo robot sparring le llevará a compartir con él la ilusión de volver a primera línea de los combates y la reconciliación entre ambos.

A diferencia de otros títulos mencionados, que supusieron la decadencia hasta el ridículo del cine familiar, Acero Puro propone una historia en la que se combinan también elementos no sólo de cine fantástico y drama, también de acción, convirtiéndose en una entretenida propuesta que gustará a todos los públicos, no exenta de los elementos sociales que hemos apuntado antes: la familia desestructurada trata a su hijo como un elemento distorsionador de la vida de los adultos, un estorbo que finalmente termina encontrando su lugar en un final de conformismo redentor: la familia está rota y separada pero aún hay lugar para el encuentro y la reconciliación entre todos sus miembros, aunque todos sigan caminos diferentes.

Curiosamente, y a pesar de que la película tenga una puesta en escena gratificantemente contemporánea, el origen del proyecto queda ya lejos, y viene auspiciado por ese rey (Midas) del cine familiar –aparte de otros géneros- que es Steven Spielberg: Un capítulo de la quinta temporada de la serie Twilight Zone titulado Steel, en el que Lee Marvin encarna un expúgil que se dedica al entrenamiento de robots boxeadores. El guión del episodio, firmado por Richard Matheson fue transformado y adaptado al largometraje mediante diversas escrituras por la productora Dream Works.

Quedan en nuestra retina excelentes escenas de acción, sobre todo en el último acto del film, la pelea entre los robots Atom y Zeus. Todos los combates cuentan con una aplicación muy ponderada de CGI, muy bien adaptada a las necesidades de la acción, y con la medida justa de espectacularidad, sin que asistamos a las innecesarias orgías robóticas tipo Transformers (2007) y terminemos ahogándonos en una vorágine de efectos especiales. Y un detalle del que deberían copiar títulos que cuentan con presupuestos millonarios y ofrecen espectáculos vacíos de contenido: el rodaje de la película tuvo lugar en escenarios reales, en estadios de fútbol y fábricas preexistentes. Acero Puro es una película de efectos especiales, pero también un ejercicio de artesanía digital y dramatismo familiar, un oasis con corazón en medio de un panorama cinematográfico que sólo busca apabullar al público bombardeándole con explosiones e hiperviolentos robots. Acero Puro nos demuestra, al igual que hizo la producción española Eva (2011), que aún los pedazos de hojalata tienen su corazoncito, afortunadamente.

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