Kaidan, la génesis del J-Horror o cine de terror clásico japonés
Los orígenes del Kaidan, sus primeros títulos y realizadores
La industria cinematográfica japonesa de finales de los años 50 y las décadas de los 60 y 70 fue testigo de un fenómeno parecido al del cine italiano de aquella época. Paralelamente, por aquellas fechas, en el país transalpino, y al paraguas del llamado miracolo economico, se creaban docenas de productoras para generar productos de género rápidamente asimilables por el público europeo, productos no exentos de morbo, violencia y sexo soft, que satisfacían ante todo, la sed de sensaciones fuertes de una nueva generación que deseaba desatarse el corsé de la censura y el victimismo post-bélico. En Japón existieron circunstancias similares disparándose la producción de cine de género exponencialmente. Las marcadas diferencias con al cine occidental siempre venían subrayadas por dos factores culturales decisivos; uno de ellos fue el hondo trauma dejado por el ataque nuclear de EE.UU. a Japón y las consiguientes secuelas de pertenecer al bando perdedor de la II Guerra Mundial: el trauma de la ocupación y la invasión cultural yanqui; por otra parte estaba el contundente respeto de los cineastas japoneses a su acervo cultural clásico. La combinación de ambas circunstancias hicieron posible la deconstrucción de los géneros, toda vez que son tomados por los realizadores japoneses para crear obras identitarias, pero que respetan en casi todos los casos los cánones de cada uno de ellos. No obstante, y a pesar de la gran cantidad de producciones dedicadas al cine de entretenimiento: policíaco, erótico, comedia, etc. el cine de terror relucía con luz propia, con un extenso catálogo de obras que subvertían los esquemas occidentales del género para dotarles de una personalidad marcada, íntimamente ligada a las raíces culturales y religiosas del país del sol naciente.
Echando la vista atrás, nos percatamos de que el cine de terror japonés actual aún tiene mucho que ver con el de la época de que trata este artículo. Sociedad hiper tecnificada en la actualidad y con una cultura popular que vuelca en las manifestaciones artísticas posmodernas como el manga o el animé, el cine de terror japonés se ha bañado en hemoglobina, pero guiña continuamente a su clásicos. En la actualidad, el tradicionalismo japonés y su imaginería del Más Allá ha sido sustituido por la injerencia de la tecnología en nuestras vidas, siendo vehículo y vía, ambos a la vez, para la manifestación de lo sobrenatural en lo cotidiano, pero no obstante, el aspecto de los fantasmas de ahora y de antes y el esquematismo de sus niveles argumentales -sólo hay que echar un vistazo a títulos como Ringu (1998) de Hideo Nakata- son fieles a una tradición que comienza varias décadas antes. Es cierto que el cine de terror japonés más primigenio mantenían un tono formal que no se salía del tiesto en lo que era la implementación de formas escénicas, como el teatro tradicional japonés, o la adaptación de formas visuales occidentales, de forma tan autoral como a contracorriente. Hoy en día el horror japonés deviene en ser más visceral, físico y tecnológico, acaso vislumbrando aquel profético escenario dibujado en el Videodrome (1983) de David Cronenberg, donde todos los niveles de conciencia de las personas se aunarán bajo el paraguas de la tecnología, y la carne y el espíritu se convertirán en un puñado de rayos catódicos conscientes de su propia transmutación.
Los directores de terror clásico japonés nunca se dedicaron en exclusiva a este género. Pertenecían a una generación que había vivido en sus propias carnes la II Guerra Mundial, llegando incluso a participar en el frente de batalla. Por supuesto, el horror nuclear les había tocado muy cerca. El devastador ataque de EE.UU. a Japón supuso un tema recurrente en los dramas post-bélicos y antibelicistas, y con extrema claridad en el cine de ciencia ficción. No fue así en el cine de terror, más interesado en crear películas atmosféricas y con un gran poso tradicional, con un gran componente evasivo, normalmente se trataba de películas de entretenimiento con pocas pretensiones, producidas por estudios que contaban en su haber con surtidos catálogos de películas. Pero también hubo una parte de la cinematografía que podríamos tachar de «culterana», donde se mostraba un aspecto más intelectual y hondo del cine de horror, de la que únicamente podemos reseñar unos pocos títulos, pero, eso sí, de calidad sobresaliente y con galardones en multitud de festivales occidentales. A estos títulos dedicaremos la segunda y próxima entrega de este artículo sobre cine Kaidan.
Este artículo, que trata sobre el cine de terror clásico japonés, podría ser muy extenso, dada la pléyade de títulos y realizadores que podríamos analizar, pero como la economía de las palabras es algo apreciado por cualquier lector, vamos significar varios aspectos que entendemos fundamentales para entender aquella época y aquel cine. Acotaremos el análisis a las películas de la denominación Kaidan, es decir, aquellas que tratan sobre fenómenos en los que intervienen entidades venidas del más allá (fantasmas, resucitados, etc.). La palabra Kaidan (a veces escrita como Kwaidan) se compone de dos partes: Kai, aparición sobrenatural, y Dan (relato o cuento), por tanto nos encontramos frente a una etiqueta que, a modo de cajón de sastre, realmente viene a señalar a todas aquellas historias de hálito sobrenatural pero dotadas de un aire tradicional y costumbrista.
El género Kaidan contó con una génesis temprana, datándose en 1938 la primera película que oficialmente conjuga este término sobre el celuloide: The Ghost Cat and the Misteryous Shamisem (1938), dirigida por Kiyohiko Ushihara. Esta pionera película se encuadra dentro de un subgénero denominado como Ghost Cat (Kaybîo), una temática recurrente en muchos títulos, en los que el espíritu de una mujer es transformado en demonio por la intervención de una divinidad felina, al objeto de sublimar una sangrienta venganza. A lo largo de la historia del Japan Horror (J-Horror), la variante Ghost Cat tendrá una importancia preponderante en cuanto a número de producciones que tomaron este tema para dar forma a sus historias. Como ejemplo, aunque más tardíamente, podemos poner al filme Ghost Cat of Nabeshima (1949) de Kunio Watanabe, a la que seguiría la variante vampírica Ghost Cat of Arima Palace (1953) de Ryohei Arai y, pensamos, culminaría de modo majestuoso y brillante con una auténtica joya: Kuroneko (1968) de Kaneto Shîndo, dejando en el ínterin obras como The Ghost Cat of Gojusen-Tsugi (1956) de Bin Kado o The Ghost-Cat Curse Wall (1958) de Kenji Misumi. Nos alejamos de este apartado dedicado a los Kaybîo Kaidan no sin antes hacer referencia a Black Cat Mansion (1958), de Nobuo Nakagawa, nombre que sonará con fuerza en estas líneas, y al que bien se le puede acusar de ser el culpable de la consolidación del género Kaidan y también de convertirse en el referente inseparable del cine de terror japonés actual, al que han tenido bien presente colosos del género como Hideo Nakata o Kiyoshi Kurosawa. Black Cat Mansion es una película que cuenta con dos segmentos bien diferenciados: el de la época contemporánea, rodado en blanco y negro, y el que se desarrolla en la Edad Media, y que irrumpe en mitad del metraje, que está filmado en color. En esta película, una maldición familiar sobre un clan samurai se perpetúa hasta nuestros días en la forma de una anciana con apariencia felina que debe exterminar a los descendientes de un agraviante Shogun.
Ya apuntábamos anteriormente al tradicionalismo japonés como uno de los pilares en los que se sustentan la mayor parte de los títulos Kaidan. En raras ocasiones las historias Kaidan abandonan la Edad Media y el contexto clasista en el que coexisten los estamentos de la nobleza (señores de la guerra), la clase media (samurais al servicio de los señores de la guerra) y clase baja (criados, jornaleros, etc.). Las historias en las que se mezcla el romance entre personas de distintos estratos sociales son motivo de venganzas, asesinatos, celos y, por supuesto, la aparición del elemento sobrenatural como modulador dhármico de todo aquello, principio restaurador del equilibrio universal aún a costa de una sangrienta venganza o de llevar la locura a los ofensores de delitos: normalmente samurais de pulsiones arribistas que buscan mejorar su estatus social. Al igual que sucede en las películas de temática Ghost Cat, son las mujeres las que sufren el agravio con más severidad y son también las encargadas de perpetrar la venganza, bien sea en forma de gato o de espectro. En el caso de esta variante, el poder del hombre, personificado en la espada del samurai, poco puede hacer sobre una venganza del más allá, excepto confundir el objetivo de su filo en mitad de la enajenación y arrebatar la vida a algún inocente, lo que hace que su castigo sea aún más merecido y contundente. The Ghost of Yotsuya (1956) de Masaki Môri, Ghost in the Well (1957) de Toshikezu Kono, Yotsuya Kaidan (1959) de Kenji Misimu, The Ghosts of Yotsuya (1956) de Masaki Môri, Bakeneko: a Vengeful Spirit (1968) de Yoshihiro Ishikawa, y sin olvidarnos mencionar la obra cumbre de Nobuo Nakagawa, The Yotsuya Kaidan (1959) son algunos de los notables títulos que se encuadran en este tendencia. Podríamos afirmar sin rubor que Yotsuya Kaidan es la película más completa de la escena Kaidan de la época, que cuenta con una atrayente historia, y con una seductora puesta en escena; también fue la película que lanzó al estrellato a sus protagonistas y la que reportó más fama internacional a Nobuo Nakagawa y más beneficios económicos a su estudio. Yotsuya Kaidan es una película seminal en muchos aspectos, no sólo en el estético, con una conseguida y variada ambientación, también podemos elogiar el apartado actoral y el pulso narrativo, copiado hasta la saciedad y sin desvergüenza alguna por muchos de los realizadores actuales de cine de terror japonés, a tal extremo que títulos como Ringu y otras películas de su órbita no serían posibles hoy en día sin tener presente la obra de Nobuo Nakagawa.
Ya que hemos mencionado en varias ocasiones las bondades del cine de Nobuo Nakagawa, vale la pena detenerse en este realizador para rematar la primera parte de este artículo, no sin antes dedicar unas palabras a otro de los subgéneros, aunque tardío, aledaño al Kaidan, conocido como Pink Horror, término amanuense del cine erótico en boga en la Europa de aquella época, y en el que se mezcla el terror, el erotismo y la trama policíaca. Valoraremos a Blind Woman´s Curse (1970) de Teruo Ishii, Flower and Snake (1974) de Masaru Konuma y la necrofílica Horrors of Malformed Men (1969) también de Teruo Ishii, como tres de los títulos más representativos de este prolífico subgénero.
Primera parte del artículo «Kaidan, cine de terror clásico japonés», aparecido en la revista Cineficción, de junio de 2018. Firmado por Alfredo Paniagua García (redactor de Fiebre de Cabina).