Crítica The Neon Demon, de Nicolas Winding Refn
The Neon Demon. Año: 2016. Duración: 117 min. País: Francia. Director: Nicolas Winding Refn. Guión: Nicolas Winding Refn, Mary Laws, Polly Stenham. Música: Cliff Martinez. Fotografía: Natasha Braier. Reparto: Elle Fanning, Jena Malone, Keanu Reeves, Christina Hendricks, Bella Heathcote, Abbey Lee, Karl Glusman, Desmond Harrington, Cody Renee Cameron, Chris Muto.
En una entrevista ofrecida al portal Indiewire, Nicolas Winding Refn se declaraba obsesionado con el concepto de belleza que se impone en nuestra percepción de los demás, de como la belleza puede seducir y también destruir. El director danés se propuso plasmar esta apreciación desde el punto de vista de su propio universo fílmico, hiperrealista e hipertextual. Haciendo gala del bajo coste con el que filma sus producciones, Nicolas Winding Refn rodó con unas lentes especiales para llamadas Crystal Express, evitando el tratamiento de la imagen en postproducción, dando la impresión de ver en la pantalla una imagen retocada con «photoshop». Ese acabado «cosmético» de la imagen nos ofrece figuras humanas extremadamente definidas y de colores irreales, como los que vemos en las revistas. Este es sólo uno de los rasgos característicos de The Neon Demon (2015), una película rayana en el impresionismo onírico, rabiosamente posmoderno.
La obra de Nicolas Winding Refn es una gran incomprendida. The Neon Demon deja a la mayoría de los espectadores aún más estupefactos que su anterior obra, Sólo Dios Perdona (Only God Forgives, 2013). La industria sigue empeñada en asociar al realizador con Drive (2010), película meritoria en la que el realizador imprime su huella, aún siendo su obra menos personal: Drive fue un proyecto de encargo que pasó por varias manos antes de caer en las de Nicolas Winding Refn. El gran éxito de taquilla de esta película y la consagración de Ryan Gosling como actor polifacético -aquí protagoniza varias escenas de acción- situaron a Nicolas Winding Refn en un peligrosa encrucijada: si quería convertirse en un director de reconocido prestigio debería seguir la senda de Drive y crear películas para la industria. No obstante, y para mayor gloria del cine contemporáneo, el realizador decidió seguir siendo un cineasta independiente y crear, título a título, un universo propio en el que la alegoría y un potente aparataje visual dominan el relato.
Su título más críptico hasta la fecha es The Neon Demon. También Only God Forgives fue un título hermético, cuya necesaria comprensión nos sumergía en el mundo mítico de los dioses clásicos. El título fue concebido como un psicodrama «divino» en el que los actores son trasuntos de entes arquetípicos jugando sus cartas en un guiñol de poder, envidia y sexo. The Neon Demon vuelve a manejar emociones y arquetipos que van más allá de lo ordinario, de lo común, nos sumerge en un mundo faérico, en un cuento de hadas en el que todo lo que vemos y oímos debe ser interpretado dentro de un contexto muy determinado. No alcanzar a ver ese contexto, o siquiera percatarse de la naturaleza moral de los personajes, hace que, estrepitosamente, fallemos en la decodificación de la película.
Tras la muerte de sus padres, Jesse (Ella Fanning) se marcha a Hollywood para convertirse en modelo publicitaria. Nada más llegar, su extraordinaria y cándida belleza causará sensación en Ruby (Jenna Malone), quien se sentirá irresistiblemente atraída hacia ella. Jesse es muy joven, tiene 16 años, tiene el cabello rubio y la piel blanca, además es virgen. Su rápido ascenso en el mundo de la moda será motivo de envidia de dos amigas de Ruby, las modelos Sarah (Abbey Lee) y Gigi (Bella Heathcote). Las tres mujeres ocultan algo, mucho más que una amistad, formarán lo más parecido a un contubernio brujeril que terminará con el sacrificio ritual de Jesse en una orgía de sangre y canibalismo. La escena en la que se nos muestra el después de su sacrificio es realmente esclarecedora, las secuencias posteriores aún más. Tras arrojar a Jesse a una piscina y dejarla lisiada y mal herida, sin transición entre las escenas, lo siguiente que vemos es a Ruby cubierta de sangre, sumergida en una bañera. Hieráticamente, mira a sus compañeras que están en la ducha, lavándose la sangre de Jesse y disfrutando de su festín. Indudablemente nos viene a la cabeza la figura histórica de la Condesa Bathory, la condesa sangrienta que sacrificaba jóvenes vírgenes para seguir siendo joven y bella.
Tras la muerte de Jesse, cuando falta media hora para terminar la película, el relato se centra en las tres amigas, brujas, y el resultado de su sangriento ritual. La conclusión del filme no puede ser más elocuente: tras la muerte de Gigi, incapaz de asimilar el don que le ha sido otorgado – que ha ingerido-, Sarah se pasea en paisajes de ensueño, dominados por una naturaleza exótica y visualmente poderosa. Poco antes, Ruby se da un baño de luz de luna y en tiene un gran orgasmo mientras por su vagina vierte una gran cantidad de sangre. El ritual de sacrificio y renacimiento ha surtido efecto en dos de ellas.
A nivel alegórico, el relato de The Neon Demon, es un cuento de hadas muy parecido al de Blancanieves. Son innumerables los elementos que, hasta el citado punto de inflexión, apuntan a Jesse y sus peripecias como un camino necesario de recorrer para alcanzar su iniciación, culminante en el instante en el que Jesse penetra vestida de negro en una cavidad triangular, a modo de cueva. Lo que hay en el fondo de la cueva es un demonio de neón (un triángulo de neón boca abajo compuesto por otros dos). El rostro de temor de Jesse, tras su proyección en el triángulo, muta a algo diferente, Jesse ha aceptado el trato con el demonio de neón y se prepara para una prometedora carrera gracias a su belleza. Antes de eso, Jesse vivía en un «bosque» alegórico. Numerosos momentos de The Neon Demon tienen lugar en el exteriores o interiores en los que la decoración vegetal es omnipresente, rodea a Jesse por completo para dar una sensación de verse habitando en un bosque, al igual que muchas heroínas de los cuentos infantiles -como Blancanieves o la Bella Durmiente-. Incluso hace acto de presencia un puma en la habitación de Jesse, reforzando la idea de que en The Neon Demon, la protagonista quiere salir del bosque, del mundo salvaje e ignoto, abandonándolo en favor de otros escenarios donde la aparición de elementos naturales reluce por su ausencia.
The Neon Demon está íntima y estéticamente relacionada con Suspiria (1977), la película de Dario Argento que también es un relato brujeril y de iniciación. Si en la academia de baile de Suspiria los espejos eran unos elementos decorativos omnipresentes, en The Neon Demon ocurre lo mismo, los personajes aparecen encuadrados en los marcos de los espejos que les rodean por doquier. La estética colorista de Suspiria se convierte en hipérbole en The Neon Demon, ahora las imágenes se devoran a sí mismas, la paleta cromática y los efectos luminosos convierten a la película en un ente mutante, abstracto y onírico. Si Suspiria contaba con la psicodélica música del grupo Goblin, en The Neon Demon la banda sonora corre a cargo del reclamado Cliff Martínez. El compositor opta por encajes electrónicos de aspecto retro y tono faérico, en el que una lluvia de estrellas y purpurina precede a la aparición de una fuerza oscura y oculta. El score de The Neon Demon es seductor, orgánico y tenebroso, sin perder un ápice de viveza, de una energía que incluso lo hace bailable en algunos de sus segmentos.
The Neon Demon es la primera incursión de Nicolas Winding Refn en el terror. Su paralelismo con Suspiria y sus contornos de cuento infantil, con sus virginales protagonistas, brujas, ogros, el bosque y el palacio gótico, unidos a un cuidado look visual -único en la escena cinematográfica actual- suponen la conquista para el director de un nuevo hito en su carrera. The Neon Demon es una cinta independiente y no ha de rendir explicaciones a casi nadie acerca de su funcionamiento en taquilla o de su alcance mediático. La cinta es una película creada para un disfrute visual e intelectual de gran calado, con una miras puestas en un universo que está aquí mismo, en nuestros mitos y cuentos, pero que necesita, como siempre lo ha hecho, de una mirada profunda, desveladora más que reveladora, para interiorizar la enseñanza iniciática que aquellos relatos, hoy convertidos en vacuos espectáculos digitales, eran capaces de enseñarnos.