Crítica: Slow West, de John Maclean
Título: Slow West. Año: 2015. Duración: 84 min. País: Reino Unido. Director: John Maclean. Guión: John Maclean. Música: Jed Kurzel. Fotografía: Robbie Ryan. Reparto: Michael Fassbender, Kodi Smit-McPhee, Ben Mendelsohn, Brooke Williams, Rory McCann, Jeffrey Thomas, Caren Pistorius, Kalani Queypo, Stuart Martin, Tawanda Manyimo, Madeleine Sami, Michael Whalley, Andrew Robertt, Erroll Shand, Ken Blackburn.
Dicen los reporteros españoles que se encuentran allá en el divino Hollywood que nuestras pantallas se inundarán de westerns los dos próximos años. Aún con la próxima cinta de Quentin Tarantino por llegar (The Heatful Eight, 2015) y el Gran Premio del Jurado del Festival de Sundance para Slow West (2015), lo cierto es que desde hace treinta años el público no está para westerns. Aún con este palpable, eterno y sombrío panorama para el género, la resurrección del western en forma de cadáver animado se puede hacer con modestia y elegancia, y esas dos virtudes son sin duda las vamos a encontrar en Slow West, un western de tono lírico que esconde bajo su silla de montar el retrato de una nación por construir, un país que al grito de «Vamos al Oeste» cimienta su personalidad a tiro limpio. Jay (Kodi Smit-McPhee) y Silas (Michael Fassbender), un joven romántico e idealista el primero y un cruel forajido el segundo, se convertirán en compañeros de ese camino al Oeste que para cada uno de ellos significa una cosa muy diferente, pero con un único objetivo, encontrar a Rose Ross (Caren Pistorius), convertida junto a su padre (Rory McCann) en prófugos de la justicia británica y pioneros a la fuerza.
Inspirada y decididamente cómica, la violencia de Slow West siempre está tiene un tono slapstick que suaviza y amanera las situaciones más trágicas, como el tiroteo en la tienda de comestibles o el asalto a la casa de los Ross. Poesía para unos, el ritmo lento de la película puede ser insufrible para otros, pero hay momentos de peaje en los que el espectador más avezado puede recoger esas pistas que John MacClean, su director, nos ofrece para conformar un fresco sobre la conquista del Oeste: nativos americanos siendo exterminados por los soldados de la Unión, bosques mágicos, bandas de forajidos, números musicales con banjos, y sobre todo unos diálogos cuyo trasfondo en apariencia manido son el relato de un momento histórico y un lugar muy preciso, una diégesis que sirve de alguna manera para poner en negro sobre blanco el contraste entre la realidad y leyenda de todas las epopeyas fílmicas que han tratado al mito del Far West como la gran aventura que quizás fue, y en este sentido Slow West tiene un parecido más que razonable, aún salvando una gran distancia, con La Puerta del Cielo (Heaven´s Gate, 1980), película maldita que prácticamente finiquitó la carrera de su director Michael Cimino.
El australiano Jed Kurzell, responsable de partituras tan atmosféricas como The Babadook (2014), realiza un gran trabajo en Slow West apuntalando el intimismo del metraje con una banda sonora en la que abundan los instrumentos de cuerda, acaso recordando a aquellas formas musicales traídas a Norteamérica por los emigrantes europeos que intentaron esa conquista del Oeste.
Slow West puede engañar, es una película hecha con pasión y desde la independencia de un realizador que sabe -por mucho que crítica y productores se empeñen en lo contrario- que cualquier aproximación contemporánea al western debe ser poética, emocionante y didáctica, y bajo esta premisa, el romanticismo de la historia de Jay y Rose, las puntadas de realismo mágico que sazonan algunas secuencias, y el humor negro tan sobrio como redondo de las partes más movidas, son elementos destinados a aportar una experiencia que el espectador debe sedimentar para su mejor disfrute.