Crítica: New World, de Park Hoon-jung
Título original: Sinsegye – Sin-se-gae (New World). Año: 2013. Duración: 134 min. País: Corea del Sur. Director: Park Hoon-jung. Guión: Park Hoon-jung. Fotografía: Chung-hoon Chung. Reparto: Lee Jung-jae, Choi Min-sik, Jeong-min Hwang, Gwang Jang, Ji-hyo Song, Seong-Woong Park.
Ja-sung, un oficial de policía, se infiltra en «Goldmoon», la mayor banda criminal de Korea. Después de ocho años colaborando con los mafiosos pasa a ser la mano derecha de Jung Chung, el número dos del grupo de homicidas. Repentinamente el líder de los «Goldmoon» muere en un misterioso accidente de coche, lo que desencadena una lucha de sucesión que hace peligrar tanto el futuro de la banda, como el suyo propio. Jung Chung quiere hacerse con el liderazgo, al igual que su rival Lee Joong-Goo. Con un bebé en camino, Ja-sung solo piensa en retirarse de la misión. El policía Kang Hyung-Chul inicia una operación llamada «New World» para intervenir en el proceso de selección de la banda y conseguir controlar a la organización criminal. Atrapado entre Jung Chung, que confía su vida en él y Kang, que piensa en él como un cebo, Ja-sung, tendrá que tomar una decisión final, lealtad o traición.
Esta es la sinopsis del último, hasta ahora, bombazo del thriller coreano, New World (2013), una película lenta y meditada que pretende dar un nuevo espaldarazo a la mezcla de dos hilos argumentales de sobra conocidos por los aficionados al thriller oriental: el de los policías infiltrados y el de la sucesión de capos mafiosos, ambas líneas que cuentan con sus respectivos buques insignia, los títulos Infernal Affairs (2002) y Election (2005). En el punto medio de ambos títulos se encuentra New World, drama depurado bizantino de ribetes shakespearianos que no pierde de vista la mirada que Martin Scorcesse le imprimiría – el realizador norteamericano fue el responsable del remake de Infernal Affairs con su cuestionable Infiltrados (2006)-.
Es obvio que la globalización mediática origina la confusión y el desdibujamiento de los rasgos autorales y aún culturales a la hora de plasmar una misma historia desde dos extremos del mundo. En New World los planos de gangsters trajeados rodeados de lujo, las escenas en los muelles y alta mar, envueltas en una calima casi tangible, nos remiten a multitud de títulos occidentales; únicamente algunos momentos de la cinta, precisamente los de los funerales de los mafiosos, con todo su aparataje de colorismo y pompa oriental, nos devuelven al origen de un cine de género que una vez tuvo más en propio que de ajeno, pero que verbigracia a la conexión e importación de cineastas entre Corea y Hollywood ahora nos muestra unas fronteras y unos rasgos difusos, difíciles de apreciar. A pesar de eso, New World contiene una brutalidad y surrealismo que el cine occidental, mecanicista y explicativo, no sabe o no quiere asimilar. La escena en la que uno de los jefes mafiosos es acorralado en un ascensor por varios sicarios y su resolución a salpicón de sangre y cuchillada en el torso desde un plano picado no es algo que se suela ver en el cine occidental, así como el surrealismo de la secuencia previa en el parking en el que en un caos de tipos trajeados se lía a mamporros y a cuchilladas sin que el espectador pueda hacer otra cosa que regocijarse en el tremendo jaleo, sin opción a saber realmente qué está pasando.
Cintas como El Padrino (1972) o alguno de los títulos que Martin Scorcesse dedica a escudriñar en las interioridades del mundo de la mafia eran enormemente didácticas, guiones mecanicistas en los que se daba una extrema importancia a la descripción del funcionamiento interno del crimen organizado. De ahí, el espectador terminaba la proyección y podía presumir de haber aprendido cómo funciona la mafia. Verdad o mentira, eso queda para nuestra forma de entender el cine «de mafiosos». En Corea las cosas van de forma distinta; si Nameless Gangster (2012) se enfrentaba al reto de describir las entrañas de la mafia desde un punto de vista humorístico -una cinta muy Scorcesse-, New World participa de un espíritu más pulp aunque su fotografía sea estilizada y preciosista, y su banda sonora exhiba una enorme sensibilidad. Igual que en las sagas de cintas de gangsters dedicadas a la Yakuza (véase la brutal serie The Yakuza Papers), en New World se nos muestra poco sobre la mecánica del crimen organizado, el origen de su riqueza, sus negocios, etc., relegándose estos términos a un ínfimo plano y centrándose en el drama personal del policía infiltrado y de su rol en el proceso de elección del nuevo líder.
Park Hoog-jung, director de la cinta, y guionista de la imprescindible Encontré al Diablo (I Saw the Devil, 2010), nos muestra una película más meditada que su ópera prima, The Showdown (2011), mero producto de entretenimiento de lucha medieval. La estilización que el realizador muestra en New World y el excelente trabajo en la dirección de los actores le hará merecedor de una nueva oportunidad dentro de la lucrativa industria cinematográfica surcoreana, mermada de ya de algunos nombres clásicos por su trasvase a las huestes hollywoodienses, y necesitada de sangre nueva que mantenga el flujo anual de títulos con la marca del país.