Crítica de La última lección, dirigida por Sébastien Marnier

La última lección (L’heure de la sortie). Año: 2018, Duración: 104 min. País:Francia. Dirección: Sébastien Marnier. Guion: Sébastien Marnier, Elise Griffon (Novela: Christophe Dufossé). Música: Zombie Zombie. Fotografía: Romain Carcanade. Reparto: Laurent Lafitte, Luàna Bajrami, Pascal Greggory, Victor Bonnel, Emmanuelle Bercot, Claire Rochelle, Félix Lefebvre.

La última lección (Le Dernier Lesson, 2018), la segunda película del cineasta francés Sébastien Marnier, nos ofrece una interesante mezcla de géneros -fantástico, social, catastrofista y costumbrista- que el realizador nos envuelve en un formato de filme netamente francés. La lentitud de la narración, el manejo de la cámara o la dirección de actores nos muestra, desde el impactante comienzo, una obra enfundada en los estilemas de un cine francés culto, pero a la vez intrigante y comprometido.

En los últimos dos años ha sido enorme la avalancha de noticias que nos ha llegado desde muchos medios respecto a la innegable degradación del planeta y las consecuencias que va a tener sobre la especie humana. Aunque el ombliguismo humano nunca haya tenido en cuenta el daño que estamos haciendo al resto de los animales, plantas y ecosistemas, son cada vez más las voces que se alzan para denunciar el genocidio que estamos llevando a cabo en nombre del progreso y del dinero, un genocidio del que nosotros tampoco saldremos indemnes ni impunes. Las cabezas visibles de estas voces no son ya un grupo de científicos o políticos de izquierda sino personas de temprana edad que han adquirido una conciencia medioambiental inédita para sus mayores. La última lección comienza con el suicidio de un profesor de una clase de estudiantes prodigio, un salto al vacío en off visual que desencadena una oleada de preguntas al espectador, de intrigantes incógnitas que se van desvelando poco a poco gracias a la investigación de su profesor suplente (Laurent Lafitte), que sigue de cerca a los alumnos de esa clase de pupilos aventajados y con pulsiones autodestructivas. Los jóvenes adolescentes, fríos y metódicos, cuentan con un plan, quizás una venganza por la ponzoñosa herencia que les han dejado sus generaciones predecesoras; averiguar ese plan será parte de la peripecia del atribulado profesor de La última lección.

El tono narrativo y la forma en que han sido dirigidos los actores de La última lección tiene similitudes con dos títulos en los que los niños y adolescentes también son los protagonistas de sendas historias de venganza y destrucción. La primera de ellas es la película de Narciso Ibáñez Serrador ¿Quién puede matar a un niño? (1976), la oscura historia de venganza global de los niños por el daño que los mayores han infringido secularmente a la infancia se sustantiva en el exterminio de los adultos de una pequeña isla mediterránea por parte de un grupo de infantes telépatas. La otra referencia, el remake del clásico El pueblo de los malditos realizado por John Carpenter en 1995, también comparte ese tono frío y distante, una separación abismal entre dos tipos de mentalidad, la de los terrícolas mayores y la de los niños extraterrestres; en La última lección, esa distancia intelectual está presente en el enfrentamiento del elitismo de los alumnos contra las ideas humanistas de su nuevo profesor. La banda sonora de La última lección está compuesta por la banda francesa Zombie Zombie, que realizan un inquietante score con claras reminiscencias a las sonoridades ochenteras que siempre ha manejado John Carpenter.

Cuando el espectador finalice el visionado de La última lección podrá rebobinar la película para encontrar señales, símbolos, pistas de lo que está por venir. Ahí, La última lección hilará fino para relacionar unas imágenes con otras: las cucarachas, el calor, la tormenta de granizo, el paisaje idílico donde viven los protagonistas y en el que también contemplamos una monolítica central nuclear, la vida licenciosa y desentendida de los mayores enfrentada a la crisis existencial de los adolescentes. Estos son solamente algunos ejemplos de ese rosario de pistas que Sébastien Marnier reúne en La última lección para terminar con un plano coral, el de todos los protagonistas -profesor y alumnos- con una mirada llena de perplejidad y terror mientras la imagen se funde en gris. La última lección es una película que contiene un mensaje obvio, pero no por ello es una obra desdeñable, ni desde el punto de vista fantástico-catastrofista, ni desde la óptica del cine social.

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