La primera adaptación cinematográfica de la celebérrima novela de Mary Shelley, Frankenstein o el Moderno Prometeo (1818), vino de la mano de la productora Edison Manufacturing, dirigida por J. Searle Dawley, con el nombre genérico de Frankenstein (1910), una cinta de carácter expresionista que ha sido lamentablemente olvidada en beneficio de la obra maestra El Doctor Frankenstein (Frankenstein, 1931), dirigida por el norteamericano James Whale, que dejó para la posteridad aquella caracterización de Boris Karloff como icono universal del monstruo. Karloff encarnaba a un monstruo con una marcada personalidad gracias al extraordinario trabajo de maquillaje y al carácter que imprimió el actor, construyendo un personaje entrañable cuyas faltas son sólo producto de la arrogancia de su creador, el Doctor Frankenstein, empeñado en vencer a la muerte mediante técnicas científicas. Queda muy alejada esta visión del planteamiento romántico de la novela de Mary Shelley aunque la factura de los Estudios Universal, reponsables de la producción de la cinta, sí que la dotaron de una gran pátina melancólica y en extremo redentora.

El afán de la productora británica Hammer por revisar de manera más truculenta todos los monstruos que la Universal había explotado con tanto éxito comercial y artístico condujo a la creación de nuevas sagas para cada uno de los personajes. Hammer Productions contó con una plantilla de técnicos, actores y guionistas que, de forma recurrente, enlazaban unos rodajes con otros en febril actividad, ofreciendo un punto de vista diferente sobre los monstruos que se habían mitificado al otro lado del océano, creándose un auténtico exploit de títulos que hoy en día disponen de una entidad propia, pues aún considerándoles por separado de su título matriz en la saga correspondiente, la calidad estética y temática de las producciones de terror de la Hammer bien merecen una puesta en valor y un análisis más pormenorizado de lo que la crítica cinematográfica al uso suele hacer. Este es el motivo por el que las reediciones de las sagas de Drácula, Frankenstein o El Hombre Lobo son siempre bien recibidas por el aficionado al fantástico, ávido de volver a estremecerse con las propuestas hammerianas y deleitarse con esa estética irrepetible. La editora independiente 39 Escalones lanza una nueva edición de uno de los títulos más desconocidos de la Hammer, El Horror de Frankenstein (The Horror of Frankenstein, 1970), dirigida por el director y guionista habitual de los estudios, Jimmy Sangster.

Jimmy Sangster, fallecido en 2011 a la edad de 83 años, comenzó su carrera como guionista escribiendo los libretos de títulos tan señeros como Drácula (Horror of Drácula, 1958), Las Novias de Drácula (The Brides of Dracula, 1960) o el de la película que abriría la saga del Barón Frankenstein, La Maldición de Frankenstein (The Curse of Frankenstein, 1957), dirigida por Terence Fisher. Más tarde dio el salto a la dirección con tres títulos en el otoño de la productora: Lujuria para un Vampiro (Lust for a Vampire, 1971), Miedo en la noche (Fear in the Night, 1972), y primeramente El Horror de Frankenstein (The Horror of Frankenstein, 1970), revisión del guión que escribió para la película cuasi homónima de 1957, dentro de la política de modernización que impulsó el estudio en la década de los 70 en aras de atraer a un público más joven a las salas. Así, El Horror de Frankenstein se convierte en un remake de facto, del título protagonizado por Peter Cushing y dirigido por Terence Fisher pero con apreciables diferencias que le hacen ganar una personalidad y entidad propias.

En La Maldición de Frankenstein, Peter Cushing encarnaba al personaje del Barón Frankenstein, un personaje asexuado y obsesionado con la posibilidad de crear dar vida a un cuerpo construido a jirones de cadáveres. Tal es su obsesión que incluso llega a encubrir los asesinatos del monstruo de forma más piadosa que morbosa. Las diferencias con la versión que dirigió Sangster son más que notables y redundan en la concepción de un film menos gótico, más visceral y truculento, con un nuevo Barón, interpretado por Ralph Bates, cuya ambigua belleza, arrogancia, cinismo y voracidad sexual le hace parecer salido de una novela de Oscar Wilde. No se eligió casualmente a Ralph Bates como encarnación de este cínico Frankenstein; Bates ya había interpretado a un oscuro personaje en la fascinante El Poder de la Sangre de Drácula (Taste the Blood of Dracula, 1969), y más tarde sería convocado en el elenco principal de aquella adaptación cargada de erotismo de la novela de Robert Louis Stevenson, Dr. Jeckyll y Mr. Hide, El Dr. Jeckyll y su hermana Hyde (Dr. Jeckyll and Sister Hyde, 1971).

La película comienza con el primer plano de la fotografía de una mujer que está siendo “diseccionada” por la pluma del Barón Frankenstein (Ralph Bates), en un primer apunte sobre la obsesión –sexual- y la crueldad del Barón, que es increpado por su profesor de biología. Poco más tarde, el mismo profesor descubre que Frankenstein ha dejado embarazada a su hija y llama a capítulo al joven, que se muestra indolente ante este hecho. La personalidad de Víctor Frankenstein queda perfectamente subrayada: es un ser sociópata, cínico, cruel y que usa el sexo como arma de dominación. Avanzando en el metraje, y ante la negativa de su padre para financiarle los estudios de medicina en Viena, decide cometer un parricidio, apropiándose no sólo de la hacienda de su progenitor, también de su amante, la criada Alys (Kate O´Mara), que se hará compinche de Frankenstein en sus fechorías, pero que más tarde será asesinada y reemplazada por una nueva amante, más acorde con la fachada social que pretende ofrecer el Barón, la aristócrata Elisabeth Heiss (Verónica Carlson). Kate O´Mara y Verónica Carlson también eran habituales de las producciones Hammer. Especialmente se recuerda a la escultural Verónica Carlson y sus sonoras intervenciones en El Cerebro de Frankenstein (Frankenstein Must Be Destroyed, 1969) y Drácula Vuelve de la Tumba (Dracula has risen from the grave, 1969). Por su parte, Kate O´Mara protagonizó Las Amantes del Vampiro (The Vampire Lovers, 1970), compartiendo cartel con la mítica Ingrid Pitt.

Pero no son únicamente su padre y sus amantes las víctimas de la ambición de Víctor Frankenstein en este renovado título. Aparte de que cualquiera que representa una amenaza para el Barón es eliminado de forma sistemática a lo largo de la película, el comercio de cadáveres -necesario para la actividad científica del Barón- toca extremos realmente morbosos cuando sus proveedores habituales –un matrimonio de profanadores que también caerá víctima de la ambición de Frankenstein- le hacen entrega de un lote de cadáveres de bebé, intuidos y sugeridos como bultos de pequeño tamaño envueltos en sudarios. El matrimonio de ladrones de cadáveres es un guiño hammeriano a uno de los grandes iconos de la leyenda negra británica, los profanadores Burke y Hare, personajes reales que saqueaban los cementerios ingleses en busca de cuerpos frescos que luego vendían a las escuelas de medicina.

La truculencia y el sadismo en el El Horror de Frankenstein van in crescendo a medida que avanza el metraje, pero también el sentido el humor; un humor muy afinado que nos deja chistes impagables como aquel que Frankenstein suelta a su ayudante Wilhelm (Graham James) para convencerle de que tiene intención real de abandonar los experimentos: “Mañana intentaremos algo menos peligroso, como la desintegración del átomo”, o la escena final en la que una niña toca una palanca que no debe; se hace difícil ver en esa tesitura a otro actor que no sea Ralph Bates, exhibiendo una cara de circunstancias de lo más conseguida mientras contempla como dos zapatos de gran talla emergen de la cámara probática donde realiza la parte más importante de su experimento. La imaginería tecnológica diseñada para la ocasión comprende esta cámara probática y además una serie de artefactos basados en la conducción de la electricidad mediante dinamos y primitivos interruptores, que son aprovechados por Sangster para rodar algunas de las escenas más interesantes, como aquella que culmina con Frankenstein de espalda a la pared mientras sobre él se proyecta la sombra magnificada de su monstruo.

La criatura de Frankenstein, a diferencia de la mostrada en la expresionista versión de 1921, del lirismo de la encarnada por Boris Karloff, o del mustio engendro de Terence Fisher, es el punto más flojo de la película de Sangster. Encarnado por el legendario David Prowse –que más tarde interpretaría a Darth Vader en la saga de La Guerra de las Galaxias (Star Wars, 1977)-, el monstruo, engendro brutal y carnicero que asesina sin pensarlo a todo aquel que se cruza en su camino –impactante y a la vez humorística la escena del brutal asesinato a hachazos- no dispone de carácter ni personalidad propia. Tampoco disponía de dicho rasgo el monstruo filmado por Fisher pero al menos estéticamente era más genuino. La criatura encarnada por Prowse resulta ser un remedo de la Momia con remiendos por aquí y por allá. Como parte de su caracterización resalta su exagerada nariz y sus andares forzados. El Horror de Frankenstein no funcionó bien en taquilla y es posible que culpa de esta mala suerte se debiera al poco convincente aspecto del monstruo.

Dentro del apartado técnico, y como habituales en la Hammer, resulta imprescindible mencionar el extraordinario trabajo en el score de Malcolm Williamson y de Moray Grant en la fotografía. La calidad técnica de las producciones Hammer quedaba fuera de toda duda al haberse convertido hoy en día en todo un referente estético. Es imposible concebir una sola de las películas hammerianas sin tener en cuenta la estética particular  con la que se realizaban. El Horror de Frankenstein sigue respetando los axiomas visuales hammerianos aunque descarta la habitual saturación de elementos góticos de sus películas predecesoras, buscando una ambientación más cercana a la modernidad victoriana que al clasicismo. No obstante, las constantes de la Hammer sobre la diferencia de clases y los diferentes ambientes recreados siguen respetando el costumbrismo que siempre gustó a la compañía británica y subraya, como no podía ser de otra manera, el choque de clases de los personajes protagonistas.

Queda patente que el Víctor Frankenstein de Jimmy Sangster es un personaje instalado en la visión británica de una generación frívola, la de los 70, que usaba y abusaba de sexo y drogas, puesta en el punto de mira de los sectores más conservadores y flemáticos, detentadores del poder político tras la Segunda Guerra Mundial, que ahora veía como los valores británicos se van al garete con los aires de liberación mental –sexual- que soplan en Europa y Estados Unidos. La Hammer siempre fue más transparente en la exhibición de valores más izquierdistas que su competidora estadounidense –la Universal-, y nunca tuvo prejuicios a la hora de montar y desmontar mitos, sobre todo desde una óptica erótica. Aunque en El Horror de Frankenstein no contemplemos abudancia de torsos masculinos desnudos o generosos escotes femeninos -aunque haberlos haylos, que para eso es una producción Hammer-, la promiscuidad del nuevo Barón y la rápida entrega de todas las mujeres a las que él corteja sigue la línea de las directrices marcadas por los guiones de la Hammer en cuanto al enfoque de la liberación sexual en sus películas.

Comparando con el mito vampírico, Frankenstein es un demonio que se alimenta de los muertos y les devuelve a la no-vida, mientras que el vampiro embauca a los vivos y les convierte en no-muertos. Esta curiosa inversión, amén de la mayor popularidad del vampiro, descoloca al público menos aficionado al terror. Semejante ruptura de las reglas de la naturaleza en pos de un materialismo desbocado –exento de la espiritualidad corrupta del mito vampírico-, unido al alejamiento del Barón de Frankenstein hammeriano  de las coordenadas románticas de Mary Shelley, convierten al Horror de Frankenstein en una pieza difícil de digerir para el público general pero en un tesoro para el aficionado al terror. Una lástima que El Horror de Frankenstein no tuviera el éxito merecido y la saga en ciernes terminase apenas comenzada, quién sabe las sorpresas que el personaje de Ralph Bates hubiera dado de sí.

El DVD editado por 39 Escalones contiene además un sabroso material adicional:

Introducción y audiocomentario por el prestigioso crítico de cine Ángel Gómez Rivero, donde imprime su característico sentido del humor.

Además, incluye la ficha técnica de la película y una galería de fotos.

Cabe destacar dentro de esta y otras ediciones de 39 escalones la calidad de los menús interactivos del DVD, con un entrañable tono fantaterrorífico.

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