Crítica de Divinity, dirigida por Eddie Alcazar
Divinity. Año: 2023. Duración: 88 min. País: Estados Unidos. Dirección: Eddie Alcazar. Guion: Eddie Alcazar. Reparto: Stephen Dorff, Bella Thorne, Scott Bakula, Michael O’Hearn.
Hace poco tiempo, en una charla sobre ciencia ficción a la que asistí, el ponente comentó algo con lo que no puedo estar más de acuerdo: el siglo XXI es una prolongación decadente del siglo XX; tenemos otra guerra fría, conflictos enquistados que no terminan de solucionarse, nuevas drogas… nos han robado el futuro. El ponente de la conferencia lanzó una idea que tiene unas importantes implicaciones. El ser humano del montón, la persona que trabaja, duerme, come y tiene una vida “normal”, no podrá aspirar a mucho más que a la felicidad que le suponga ser un testigo involuntario de los acontecimientos que se desarrollen, sin que para él haya un resquicio a la participación o el cambio. Los gurús de la transhumanidad nos prometen la inmortalidad y la felicidad, pero para el común de los mortales estas promesas solo son accesibles en la realidad virtual de las redes sociales y, por tanto, inexistentes.
La transhumanidad ha llegado, muchos son los llamados pero pocos los elegidos, bienvenidos al universo de Divinity (2023). Para los que se quedan fuera de este universo les tenemos reservado el mundo virtual del metaverso, del quiero y no puedo, pero para los que participan de la auténtica transhumanidad hay lujo, dinero, poder y una errónea sensación de inmortalidad. La inmortalidad y la belleza eterna como metas del humano, ya desposeído de dones espirituales y relegado a en un cascarón de carne y fluidos, esa nueva carne, han sido las grandes promesas que la ciencia de vanguardia ha extendido a lo largo y ancho del planeta. La propia realidad del material del ser humano hace que estos objetivos sean inalcanzables, aunque si la lográramos vislumbrar, ¿de qué manera sería?
Eddie Alcazar dirige Divinity, una película producida por Steven Soderbergh que se une a la pléyade de títulos que hablan sobre un futuro distópico donde una élite va a poder ser eternamente joven y feliz, en este caso mientras que no les falte una droga de diseño llamada Divinity. A priori, Divinity es un título de serie B pero que cuenta con estilo visual realmente atrevido, usando una multitud de recursos retro, como el stop motion, la estética arcade, las texturas granuladas o el propio color blanco y negro. El guion de Divinity bucea en los entresijos del género, rescatando mad doctors, experimentos genéticos, seres de otras dimensiones y drogas milagrosas para crear, en apariencia, una modesta película de ciencia ficción, pero tan sumamente estilizada que, aparte de su interesante propuesta argumental, acerca al espectador a un mundo de experimentación visual y sonora muy cercana al art house.
Divinity cuenta con dos protagonistas de lujo, el ahora olvidado Stephen Dorff, en el papel de mad doctor, y el culturista estadounidense Michael O’Hearn, un desconocido para el gran público que ha sido todo un descubrimiento en esta cinta. Aunque O’Hearn ya ha participado en algunas producciones de poco ampaque, Divinity le da la ocasión de interpretar a un personaje imprescindible para el universo de la cinta; su imponente presencia física -que evoca la de una divinidad clásica- encaja a la perfección con la transformación del ser humano en ese individuo transhumano, literalmente perfecto pero adicto al placer y hedonismo perpetuo que prometen los científicos de la transhumanidad.
Bizarra, atrevida, retro, perturbadora, oscura, sensual… Divinity consigue ser una amalgama de muchas cosas, creando una auténtica experiencia fílmica que no dejará indiferente al espectador. Los títulos de crédito finales terminan de colocar a Divinity en el terreno del atrevimiento y la experimentación; si la droga de Divinity solo está reservada solo a unos pocos, saber degustar Divinity como película no es para la mayoría, es necesaria una cultura popular que va más allá de las fronteras del género cinematográfico y que conecta con las primeras y más experimentales obras de David Cronenberg (como Crímenes del Futuro, 1986), el Hombre Elefante (1980) de David Lynch e incluso algunos capítulos de Black Mirror. El espectador que quiera acercarse a Divinity y le apetezca aprovechar al máximo la experiencia debe armarse de referencias y liberar la mente de todo corsé; el viaje vale la pena y su imprescindible banda sonora nos acompañará.