Café de Floré póster

Café de Floré, crítica de la película dirigida por Jean-Marc Vallé

Café de Floré. Año: 2011 Duración: 120’ País: Canadá. Director: Jean-Marc Vallée. Guión: Jean-Marc Vallée. Música: Varios Autores. Fotografía: Pierre Cottereau. Reparto: Vanessa Paradis, Kevin Parent, Hélène Florent, Evelyne Brochu, Alice Dubois, Michel Dumont, Linda Smith.

A la hora de enfrentarse a ciertas películas, es realmente necesario ir con la mente muy abierta. Ya no solo para poder ver la película sin aburrirte, sino para aceptar lo que estás viendo (o lo que están intentando venderte). Es por ello que, tal vez, debería de haber visto esta coproducción entre Francia y Canadá con la mente no abierta, sino de par en par, pues finalmente, aunque la película en sí es bastante interesante y tiene muchas virtudes… al que esto escribe no le ha convencido su “sorpresa” final y mensaje general.

Ambientada en dos épocas diferentes, Café de Floré nos cuenta dos historias separadas por el espacio y el tiempo: En la primera de ellas, nos trasladamos a París en los años sesenta. Jacqueline (gran papel de Vanessa Paradis), madre de un niño con síndrome de down, al que ha decidido dedicar toda su vida, verá como su amor de madre es reemplazado por el amor de una niña, también con síndrome de down. El amor que sienten ambos, a pesar de ser tan pequeños, es tan fuerte, que la madre se sentirá celosa de esa relación y tratará de romperla por todos los medios; En la segunda historia, nos trasladamos a Montreal en el año 2011. Maurice (primer papel para Kevin Parent, importante cantante canadiense) un DJ de éxito, que admite tener todo lo necesario para ser feliz, entrará en una especie de crisis personal, al tener que debatirse entre la pasión que siente por su nueva novia, Rose, y la preocupación por la depresión que tiene su ex, Carole. A esto se une que sus dos hijas aún no aceptan del todo a su nueva novia, y eso le afecta sobremanera al ánimo y a su día a día.

Hasta ahí, aparentemente, todo es normal. Con las dos historias sobre la mesa, podemos seguir la película a través de un montaje que salta adelante y atrás constantemente (con varios flashbacks de otra historia, entremezclados) pero que nos va mostrando la evolución de ambas historias de una forma más o menos clara. El problema es que Café de Floré tiene truco, es como un rompecabezas en el que hay que unir todas las piezas y enigmas que el director, también guionista, ha introducido, para llegar al final y descubrir que ambas historias, a pesar de estar separadas en el tiempo y en el espacio, están unidas por un nexo, sorprendente, místico, romántico y tan increíble que, como digo, hay que tener la mente muy abierta para aceptarlo, o al menos para que no parezca ridículo.

Esos enigmas se presentan en forma de planos fantasma, en los que personajes de una historia se cuelan en la otra durante unos segundos, sin que sepamos por qué. También aparecen a través de imágenes recurrentes, como la de ese caballero vestido de rojo, que aparece en las botellas de Beefeater; o la de una pesadilla repetida que precisa de una médium para encontrar su significado. Sin embargo, el punto en común de ambas historias es, curiosamente, una canción: “Café de Floré” de Mathew Herbert, que suena bastantes veces, a lo largo de las dos horas que dura la película.

Esa canción, reproducida en la historia de los sesenta en un viejo tocadiscos, y en la de 2011 en un equipo moderno, sirve como misterioso lazo sonoro que une sentimientos, emociones, sensaciones, equilibrios, lugares y personas de una manera intensa, atmosférica… como si a través de su ritmo y melodía fluyera el mismísimo hilo del destino. Pero no es la única canción que aparece, pues desde el primer minuto hasta el último, toda la película está plagada de temas, más o menos reconocibles, de grupos como “The Cure” “Pink Floyd” “Creedence Clearwater Revival”… que convierten el film en una experiencia sonora, cuánto menos, interesante, y además ciertas canciones electrónicas, ayudan a la hora de dotar de un espíritu onírico a ambas tramas, aunque quizá la que ocurre en Montreal sea la más existencialista de las dos (con largos silencios y planos de miradas que parecen querer decir todo sin decir nada), puesto que la de París está mucho más apegada a la realidad (y a la postre es más rápida y fácil de comprender).

Pero la atmósfera de sueño, no solo se consigue con su banda sonora, sino también, con la fotografía. Una fotografía que divaga entre los oscuros ocres de un barrio pobre de París, al frío azul de una Montreal clara y actual, pasando por limpios amaneceres de sol luminoso que se convierten en noches de paranoia, oscuras y tormentosas. Contraste buscado a propósito para intentar convencernos de que no hay forma de unir ambas historias. En este sentido, la película se convierte en toda una experiencia cromática que ayuda a la hora de encauzar debidamente los aconteceres sentimentales que atraviesan sus protagonistas.

Y entonces, después de casi dos horas (que pueden hacerse algo lentas en ocasiones) de historias, preguntas, enigmas… llega el final, de forma estruendosa e impactante y la revelación de una verdad que necesitará de verdadera fe para aceptarla. Porque ese final escapa de toda racionalidad, intentando auparse por encima de consideraciones fantásticas para llegar a un plano aún más alto y ambicioso si cabe. Una revelación que sirve no solo para unir ambas historias, sino para tratar de convencernos de que por mucho que tratemos de llevar nuestra vida de una manera, no podemos luchar contra lo que el destino tiene previsto para cada uno de nosotros. Es imposible y no obtendremos nada más que sufrimiento, por lo que la única salida que queda es aceptarlo y tratar de conseguir que ese destino, se cumpla. En este sentido, el personaje de Carole será quien conecte con el espectador para tratar de unir con él ambas historias, y encontrar de paso la catarsis personal que necesita para seguir adelante con su vida.

Como dije al principio, esa consideración final, es lo que hace que le quite puntos a la película, puesto que no me convenció su mística y su metáfora sobre la inevitabilidad de nuestras vidas. Aún así es un drama con toques fantásticos realmente bien rodado y muy bien calculado en cuánto a guion (tiene frases muy buenas e inspiradas) y muchos de sus planos esconden tantos secretos que precisan de varios visionados para ser descubiertos (como el repetitivo plano de ese avión que va directo al sol, o esa fotografía final que parece retrotraernos a un pasado que se antojaba ya premonitorio).

En definitiva, Café de Floré es propuesta muy interesante a nivel de fondo y forma que, seguramente, tendrá más detractores que seguidores, por su ritmo y complejidad, pero que invita al debate y al análisis. Y eso, en los tiempos cinematográficos que vivimos, es algo muy complicado de encontrar.

1 COMENTARIO

  1. He oído hablar muy bien de esta película, a ver si la veo y te comento. Veo que el cambio o es solo estético, parece que otro tipo de cine también se abre paso en tu pagina…Cuidate

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