Crítica: El Exorcismo de Emily Rose, de Scott Derrickson
Año: 2005. Duración: 114’. País: EE.UU. Director: Scott Derrickson. Guión: Scott Derrickson & Paul Harris Boardman. Música: Christopher Young. Fotografía: Tom Stern. Reparto: Laura Linney, Tom Wilkinson, Colm Feore, Jennifer Carpenter, Campbell Scott, Shohreh Aghdashloo, Mary Beth Hurt, JR Bourne, Joshua Close, Kenneth Welsh, Henry Czerny, Duncan Fraser.
Veredicto: ¡POSEÍDA!
Es muy complicado llegar a las cotas de realismo y originalidad de El Exorcista (The Exorcist, 1973), película señera del american gothic que introdujo al mismísimo Satanás en nuestras salas de cine. En este film el diablo hablaba, era un ente tangible que vomitaba bilis y usaba todas sus argucias para confundir y engañar. El público sintió el sufrimiento de la joven Regan (Linda Blair) e identificó a Satanás como el archienemigo de la humanidad. Era la primera vez que una presencia demoníaca se proyectaba de una forma tan contundentemente gráfica. El Exorcista sigue siendo hoy, a cuarenta años de su producción, una película completamente referencial, y gracias a ella el diablo sigue clavando sus uñas en los cuerpos y almas de cándidas y beatas jovencitas en una lista interminable de películas exploit que se añaden cada temporada a un lucrativo filón que tiene la taquilla asegurada.
El exploit que generó El Exorcista vino acompañado por una oleada de producciones ochenteras de índole satánica, pero lo más paradójico es que las primeras en amoldarse a los requisitos del cine de explotación fueron las propias secuelas de El Exorcista, de ínfima calidad y con objetivos claramente inferiores al terrorífico original. Sin cruzar “el charco” recordamos al exorcista patrio que encarnó Paul Naschy en la entrañable Exorcismo (1975), dirigida por Juan Bosch, o la prescindible película italiana Mal de Ojo, más allá del exorcismo (Mallochio, eroticofollia, 1975). En los últimos años, la cinematografía cuenta con títulos más que suficientes -y algunos de ellos de gran calidad- para satisfacer las exigencias del público ávido de un terror menos sangriento, más adulto y un poco más visceral en el aspecto psicológico. Así, películas como El Exorcismo de Isabella (Blackwater Valley Exorcism, 2006), la curiosa El Último Exorcismo (The Last Exorcism, 2010) o el american gothic en tono vintage de Maleficio (An American Haunting, 2006) figuran entre un largo rosario de producciones cuya moda arrancó con la que fue y ha sido la más reconocida de todas ellas, El Exorcismo de Emily Rose (The Exorcism of Emily Rose, 2005), basada en el caso real del exorcismo a la joven Analiese Michel.
Esta es la línea argumental de El Exorcismo de Emily Rose: La joven Emily Rose deja el protegido ambiente de su hogar rural para ir a la universidad sin la menor sospecha de lo que le espera. Una noche, sola en su dormitorio, sufre la primera «alucinación» aterradora, así como una pérdida de conocimiento. Puesto que los ataques son cada vez más frecuentes e intensos, Emily, católica devota, decide someterse a un exorcismo dirigido por el cura de su parroquia, el padre Richard Moore. Al morir la joven durante el aterrador exorcismo, acusan al sacerdote de homicidio negligente. Erin Bruner, una sobresaliente abogada defensora, acepta de mala gana representar al Padre Moore a cambio de la seguridad de un contrato de sociedad con su bufete de abogados.
El mérito de la segunda película de Scott Derrikson –que debutó con la quinta parte de la franquicia Hellraiser, Hellraiser V: Inferno (2000)– es la de realizar una película con personalidad propia, aunque los eternos guiños a El Exorcista son ineludibles. El Exorcismo de Emily Rose mezcla un argumentario típicamente posessed en un entorno american gothic de fanatismo religioso e ignorancia endémica. La película pone en juego otros elementos como el despertar a la adolescencia y el conflicto entre razón y fe. Es en este último aspecto donde Derrikson pone casi toda la carne en el asador: ni más ni menos que al padre Moore (Tom Wilkinson), responsable del exorcismo de Emily Rose, se le juzga y acusa de su muerte por negligencia –la mitad de la película es una típica cinta de juicios-. El argumento de la abogada defensora (Laura Linney) consiste ni más ni menos en probar que Emily Rose estaba realmente poseída, llegando incluso a contraindicar a los propios médicos que asistían a la joven Emily. Tamaño argumento de la defensa no se había visto en ninguna película de juicios pero Derrikson defiende lo indefendible con bastante fortaleza.
La otra parte de El Exorcismo de Emily Rose consiste en una serie de flashbacks en los que el padre Moore rememora el embrujamiento y posterior intento de exorcismo a Emily Rose. Quedarán grabadas en nuestras retinas dos escenas bastante notables, la del exorcismo en el granero de la granja –que fue homenajeada en la reciente El Último Exorcismo- y la del encuentro de Emily Rose con la Virgen María (sic) en un páramo neblinoso. Esta última secuencia es de lejos la más polémica de todas. Mezclar la aparición de entidades religiosas procedentes de una confesión concreta –la católica- en una película que pretende llegar a los cines de todo el mundo es algo muy peligroso que puede dañar (y lo hace) el resultado final, pero hay que tener en cuenta otras consideraciones que llevaron a Derrikson a incluir esta secuencia como aclaratoria del martirio que estaba sufriendo la joven Rose, y es que en la cultura católica, igual que en otras, los supuestos poseídos dicen tener visiones de las entidades de signo positivo que les encargan llevar sobre sus hombros la cruz de la posesión, precisamente para reafirmar la legitimidad de la religión de la poseída en la lucha contra el bien y el mal. Podríamos pensar, en un ejercicio especulativo de conflicto luciferino fuera del contexto del film, que hay entidades de naturaleza indeterminada que adquieren diversos nombres en función de la cultura del poseído, que llegan a confundirse con el fin de mantener a la humanidad recluida en su propia ignorancia espiritual –cuyos motivos últimos desconocemos- y que a veces se presentan como benefactores y otras como agresores, tal y como narraba la película La Cuarta Fase (The Fourth Kind, 2009). No obstante, introducir en el guión un elemento como éste sin una aclaración puede dar lugar a lecturas sectarias y a la marginación de la película por personas no adscritas a la fe cristiana.
El Exorcismo de Emily Rose no quiere ser El Exorcista del siglo XXI. La película se mueve entre el horror y el drama sin decantarse claramente por uno de los aspectos, proponiendo un espectáculo ligeramente alejado del género pero introduciendo las pinceladas necesarias para que de vez en cuando el público se asuste. Si gana en distancias cortas, pierde en las largas y nos encontramos con una cinta muy vulnerable al paso del tiempo. Sólo hace falta una nueva película que redefina el subgénero de las posesiones demoníacas y El Exorcismo de Emily Rose habrá pasado a la historia sin pena ni gloria. Lástima por el caso real en el que se inspira, la película podría haber dado muchísimo más de sí.