Año: 2003. Duración: 110′ País: Francia, Austria, Alemania. Director: Michael Haneke. Guión: Michael Haneke. Fotografía: Jurgen Jurges. Productor: Michael Katz. Reparto: Isabelle Huppert, Béatrice Dalle, Patrice Chéreau, Rona Hartner, Maurice Bénichou, Olivier Gourmet.
Según la mitología alemana, y así queda recogido en el “Codex Regius”, el primer poema germánico, el tiempo del lobo es la época anterior al Ragnarok (Apocalipsis), cuando se trastocará el mundo existente y se invertirán todos los roles y valores. Esta es la inspiración del cineasta Michael Haneke para contarnos el aparente fin de nuestra civilización desde una óptica cruda, hiperrealista y minimalista a la par, en su película El Tiempo del Lobo (Le Temps du Loup, 2003). La música es inexistente, la fotografía está concebida en tonos muy claros y la escenografía se limita a tres únicas localizaciones, suficiente para hacernos sentir cómo sería la hecatombe que pondría nuestro sistema en una crisis real e irreversible.
Michael Haneke gusta de martillear a la clase media europea. Casi todas sus películas, en mayor o menor medida, han servido para que los demonios de los felices ciudadanos se nos lleven como monstruos en una pesadilla: El video de Benny (Benny´s Video 1992), Funny Games (1997), La pianista (La pianiste, 2001), Caché (2005) o la más reciente La Cinta Blanca (Das Weisse Band, 2009) han mostrado los entresijos de la animalidad humana (sexo, codicia, brutalidad…) cubierta por el barniz de la civilización y la comodidad. En esta ocasión Haneke pone sobre el tablero la destrucción absoluta de nuestro modo de vida. Sin que sepamos por qué, la gente huye de las ciudades y busca refugio en el campo, donde quedan los últimos recursos disponibles.
Las estaciones de tren, como en la que se desarrolla casi toda la cinta, son punto de reunión de gente de todo tipo: ciudadanos cultos y acomodados, emigrantes extranjeros, individualistas survivalists, incipientes matones que atesoran en un revolver el dominio del grupo… La situación no puede ser más insostenible, al tiempo que razonada, desde el punto de vista de la escasez de las necesidades básicas y el fin de la sociedad de la abundancia: falta el agua potable que se paga a precio de oro; no hay medicinas ni alimentos básicos, y los primeros en fallecer son los ancianos y los niños; los medios de transporte son inexistentes o primitivos y se debe recurrir a los ahora denostados animales de carga; no hay electricidad; las familias se separan en medio de la tragedia para no reencontrarse jamás. Todo un rosario de desgracias que ocurrirían en cadena una vez desmoronado el establishment en el que cómodamente nos hemos ubicado, a costa de los padecimientos –esta vez reales- de otros pueblos del mundo. El Tiempo del Lobo plantea la muerte de la seguridad que proporciona el consumo ilimitado y hace un ejercicio de futurología al imaginar un escenario posterior. La debilidad psicológica del individuo de forma individual y de la colectividad de una sociedad moderna está reflejada de forma inequívoca: el miedo a la desaparición de los bienes de consumo, de las referencias geográficas o, lo que es más grave, la ruptura de los contratos sociales que harán igualarse en la miseria al conjunto de la población hasta convertirla en una horda mendicante.
La clave fantastique es omnipresente por todo ello, pero podemos añadir elementos bastante interesantes desde el punto de vista del género. En este caso la de la creación de una nueva mitología de la Salvación, la de los “36 Justos”, individuos predestinados, que con su sacrificio en las llamas, devolverán el orden al mundo. En la escena final, uno de los niños protagonistas, sumido en un trance, se prepara a lanzarse a las llamas. Haneke deja la labor de redención a las generaciones venideras, que con su sacrificio pagarán los pecados capitales cometidos por sus predecesores, cosa que no parece alejarse de una realidad inmediata, la próxima generación de europeos no conocerá ríos limpios, animales salvajes o bosques vírgenes, y está abocada a una vida tan artificial como artificiosa.
Según nos levantamos todas las mañanas creemos tener derechos adquiridos sobre un mundo al que pedimos cada día más y más. Los políticos no dejan de ofrecer prebendas para mejorar nuestro nivel de vida y los ciudadanos ponemos el listón cada día más alto, nada parece satisfacernos. Hoy en día no hay razones para el optimismo, un escenario como el planteado en El Tiempo del Lobo es factible en base a la fragilidad del sistema en el que vivimos, cuestiones como el Cambio Climático, la inaccesibilidad a las fuentes de energía o una posible la recesión de la sociedad de consumo hacen cuestionarnos la versatilidad de nuestro sistema, anclado en las arenas movedizas de un desarrollo que debe ser ilimitado para satisfacción de los ciudadanos y sostén de las estructuras políticas y contratos sociales.