Crítica: El Hijo de Saúl (Son of Saul)
Título: El Hijo de Saúl (Saul fia, Son of Saul). Año: 2015. Duración: 107 min. País: Hungría. Director: László Nemes. Guión: László Nemes, Clara Royer. Música: László Melis. Fotografía: Mátyás Erdély. Reparto: Géza Röhrig, Levente Molnár, Urs Rechn, Sándor Zsótér, Todd Charmont, Björn Freiberg, Uwe Lauer, Attila Fritz, Kamil Dobrowolski, Christian Harting.
Es inevitable, cada temporada tenemos en nuestras carteleras una nueva película sobre el Holocausto nazi, temática recurrente y rentable en la taquilla cuyas variantes parecen inagotables; y decimos esto a tenor de los años que los títulos referentes al nazismo y sus campos de exterminio llevan ocupando las programaciones de salas comerciales, cine clubs y los catálogos de las distribuidoras. Si en sus orígenes, el relato de las barbaridades y horrores de los campos de exterminio tenían un objetivo más comercial y exhibicionista -una corriente fílmica conocida como nazixploitation-, y pocos cineastas serios se atrevían con un retrato duro y dramático del horror, es a principios de los años ochenta, y ya casi pasada la fiebre de los filmes de «hazañas bélicas», cuando la industria norteamericana comienza a trabajar en sendas líneas de producción que nos llevarían el terror nazi a nuestras pantallas de cine con títulos encabezados por estrellas del momento. Volviendo la vista atrás podemos encontrar a los casi olvidados títulos del neorrealismo italiano como los referentes que marcarían la pauta en la descripción y explicitud de las películas made in Hollywood; pero sería una serie norteamericana llamada, como no, Holocausto (1978), la que pondría la marca de salida a las producciones de este tipo. Serial de una única temporada y protagonizado por estrellas del momento, Holocausto ahonda de una forma sincera y escabrosa en las atrocidades cometidas en los campos de prisioneros y en la maquinaria burocrática del exterminio. Con estos referentes, y a lo largo de cuarenta años, el público ha ido recibiendo periódicamente títulos que han ido desde el exhibicionismo y la violencia hasta el dramatismo de lágrima fácil, pasando por obras francamente notables y de peso en la historia de la cinematografía más reciente.
Si tuviéramos que comparar a El Hijo de Saúl (Saul Fia, 2015) con alguna película precedente, la elección sin lugar a dudas sería La Lista de Schindler (Schindler´s List, 1993), una de las mejores películas de Steven Spielberg, donde la descripción de los personajes y masacres nazis son descritas desde un punto de vista de la cinematografía clásica, incidiendo en el retrato psicológico de los personajes. Al contrario de El Hijo de Saúl, la película de Steven Spielberg está rodada en un blanco y negro, enfatizando el dramatismo y la sensación de desesperanza; una obra maestra a la que le pierde una lectura política final tan innecesaria como tendenciosa en favor del sionismo. No obstante, el testigo de La Lista de Schindler, aún con la distancia de más de veinte años, ha sido recogido por el director húngaro László Nemes en El Hijo de Saúl.
El Hijo de Saúl es todo lo contrario a la Lista de Schindler, pero a la vez es su inseparable complementario. Donde antes había preciosismo fotográfico ahora hay desenfoque, planos cortos que se posan en las miradas de los protagonistas, que ahondan en la tristeza y conformismo de sus almas; si la Lista de Schindler ofrecía una dicotomía muy nítida entre el Bien y el Mal, personificando estos valores en los dos protagonistas (Ralph Fiennes y Liam Neeson), en El Hijo de Saúl es el actor húngaro Gèza Röghrig el que lleva todo el peso de una historia casi a ritmo de atropello, pero midiendo milimétricamente un viaje a las entrañas de la maquinaria del exterminio, sin más réplica a sus nobles intenciones -la de enterrar a un chico que podría ser su hijo, resucitado tras su paso por la cámara de gas- que la de sus compañeros de cautiverio y la de los golpes de sus guardianes. El perfil que Gèza Röghrig construye en el Hijo de Saúl es el de un hombre cuya esperanza no reside ya en la supervivencia sino en la salvación de un alma, en la sensación de que aún en el infierno la redención es posible.
Cámara en mano y con un formato de pantalla casi cuadrado, 1.37:1, El Hijo de Saúl transmite una sensación de continuo encierro, agobio y desasosiego. El comienzo de la película desenfoca el fondo del plano y el travelling se centra en la figura del protagonista, deambulando por el patio del campo de exterminio de Auswitch. Mediante el desenfoque de la imagen desde este primer momento el director quiere que Saúl aparezca como un testigo, en apariencia indolente, ante las fatídicas atrocidades de las que la primera escena es sólo la punta de un iceberg que emergerá sin tibiezas en las secuencias posteriores. Si el tiempo cinematográfico apunta a una o dos jornadas en tiempo real, El Hijo de Saúl hace un repaso a prácticamente todos los escenarios de la maquinaria del exterminio: las cámaras de gas, los hornos, las fosas, los campos de trabajo o los barracones de mujeres, lugar éste donde la historia nos ofrece uno de los puntos claves para entender la vida personal de Saúl. Siguiendo casi en todo momento el principio que se enuncia al comienzo de la película, Saúl se esforzará, en ese pandemónium, por recuperar la propia humanidad y la dignidad al cadáver de su supuesto hijo resucitado, al que los nazis no sólo no le dan una nueva oportunidad tras sobrevivir a un gaseado, sino que inmediatamente su cadáver va a ser violentado en una ronda de atroces experimentos que lo llevarán a su disección y posterior incineración, recalcando nuevamente que el valor de la vida humana en los campos no es equiparable a nada, porque no vale nada.
Si tuviéramos que apostar por un guiño histórico de la película, lo haríamos teniendo en mente una de las primeras escenas, en la que Saúl y miembros de Sonderkomando (presos a los que se les dejaba trabajar en el campo una temporada antes de ser ejecutados) realizan fotos del exterminio clandestinamente, escondiendo una cámara entre sus herramientas de trabajo. Este hecho verídico, la toma de estas fotos, tuvo lugar en el año 1944 en ese mismo campo y de la misma manera que se describe en El Hijo de Saúl. La realización de estas fotos y otros testimonios fueron la bofetada que despertó a Europa y sus aliados ante una realidad que por atroz era negada sistemáticamente. En este aspecto, El Hijo de Saúl pretende imbuirse de un cierto tono documental al buscar el verismo de lo narrado aún con personajes ficticios. La colosal película de Costa-Gavras, Amén (2002), pretendió ilustrar las intrigas para denunciar el exterminio nazi y forzar al Vaticano a adaptar una posición política. Pese a la existencia de fotografías, testimonios y documentos manuscritos de los prisioneros, el Vaticano prefirió no inmiscuirse en los asuntos de los nazis so pena de que la ciudad santa fuera saqueada y se declarara la guerra a la institución eclesiástica.
Si en el comienzo de esta crítica comentábamos la influencia de la serie Holocausto y de La Lista de Schindler en la concepción de una pieza como El Hijo de Saúl, he aquí que nos encontramos ante una obra de autor que pretende narrar la misma historia que vimos en aquellas referencias, pero con la aplicación de una pátina de neorrealismo y aventura aún más introspectiva. El Hijo de Saúl es una obra estilizada por el uso recursos fílmicos poco convencionales que dan forma a una película destinada a un público alérgico a las salas comerciales; aún así, por el tema que trata El Hijo de Saúl y su popularidad, y a pesar de su crudeza, el título podría hacerse un hueco en la programación de las majors, y quién sabe si también en los Óscar 2016 con una estatuilla a la Mejor Película Extranjera.