Crítica: El Juez de la Horca, de John Houston, con Paul Newman
Título: El Juez de la Horca (The Life and Times of Judge Roy Bean). Año: 1972. Duración: 120′ País: Estados Unidos. Director: John Houston. Guión: John Milius. Música: Maurice Jarre. Fotografía: Richard Moore. Reparto: Paul Newman, Jacqueline Bisset, Tab Hunter, John Huston, Stacey Keach, Anthony Perkins, Ava Gardner, Roddy McDowall, Victoria Principal, Anthony Zerbe, Ned Beatty.
«No importa lo que digas. Voy a colgarte porque yo soy la ley y la ley es el brazo fuerte de la justicia. ¡Coged una cuerda!»
Desde siempre la cultura norteamericana se ha jactado de contar con personajes outlaws, espíritus libres que representan la «verdadera esencia» del espíritu norteamericano. La falta de una perspectiva histórica de los acontecimientos debido a su corta vida como nación, se nos ofrece personajes cuya catadura moral es más que discutible, que sin embargo aparecen glorificados como héroes nacionales, siempre con ese tinte de espíritu libre, de personas forjadas así mismas en el sueño americano. Si hace poco asistíamos al estreno del biopic uno de los nuevos héroes americanos en El Francotirador (2014), fue en el Far West donde se forja el arquetipo del «vaquero», del tipo de gatillo fácil que se mueve entre ambos lados de la línea de la legalidad pero que finalmente decide sacrificar su libertad -que no su libre albedrío- para poner un granito de arena en la construcción de los EE.UU. aunque sea a base de volar la cabeza del prójimo. Figuras míticas como Billy The Kid, Pat Garret, Buffalo Bill, Calamity Jane o Roy Bean son algunos de los personajes de la época mitificados hasta la saciedad, retratados de forma seria, caricaturesca, o bien utilizados como vehículo icónico para hacer didáctica de la construcción de su nación. Y es que la didáctica en el cine norteamericano también es un tema recurrente en la filmografía USA: «si de algo no se ha hecho una película es que no ha pasado», decía un línea de diálogo de una película que ahora no puedo recordar; el cine yankee, desde El Nacimiento de una Nación (1915), hasta el ridículo relato del asesinato de Bin Laden en La Noche Más Oscura (Zero Dark Thirty, 2012) no se ha desposeído de ese halo relator con el que los norteamericanos estudian su historia.
John Houston acababa de dirigir Fat City (1971) cuando se embarcó en la revisión de la vida de Roy Bean, uno de estos bandidos-héroes de la cultura americana más notorios, con el filme El Juez de la Horca (The Life and Times of Judge Roy Bean, 1972). Aunque Roy Bean no es de los forajidos más famosos, no quiere decir por ello que no haya sido laureado con sendos títulos y series de televisión a mayor gloria de sus hazañas; uno de los más señeros, junto al título que nos ocupa, fue El Forajido (The Outlaw, 1940), dirigido por William Wylder. Tras la recreación televisiva de la vida y milagros de Roy Bean en diversas series a lo largo de los años 50, John Houston se propone una aproximación al personaje de la mano del guionista entonces solicitado John Millius. Otra pieza clave de esta película es Paul Newman, que realiza un papel muy a la zaga del que ya interpretó con el archifamoso Butch Cassidy -otro de antihéroe del far west- en Dos Hombres y Un Destino (Butch Cassidy and the Sundance Kid, 1969), encarnando aquí al forajido Roy Bean, un bandido y criminal que se autoproclama juez de un polvoriento poblado en la orilla del Río Pecos. La justicia que imparte Roy Bean es expeditiva y fulminante, los criminales -como lo era él antes- son atrapados por los alguaciles del juez y colgados frente al prostíbulo ahora convertido en palacio de justicia.
El tono de la película es notoriamente caricaturesco. Ni Houston ni Milius quieren contar la vida de Roy Bean como si fuera un dogma de fe, alejándose de la didáctica podrida de otros títulos -más contemporáneos que clásicos- del cine de Hollywood. Conociendo el modus operandi de John Milius a la hora de escribir un guión y el origen de su formación y gustos como guionista, el escritor norteamericano aplica la receta que tanto le gusta repetir en otras piezas de su filmografía: Roy Bean es un personaje que sólo tiene cabida en el salvaje oeste, un entorno al que la civilización pudre y quita su autenticidad, el salvajismo es sustituido por la corrupción política y la ambición. Roy Bean ahorca a los forajidos tras un juicio sumarísimo en el que se jacta de conocer las leyes de Texas porque él las ha quebrantado todas, también se auxilia de un grueso volumen de leyes para encontrar los argumentos legales que siempre terminan de la misma manera, con un ahorcamiento.
La visión deliberadamente jocosa que Houston imprime a El Juez de la Horca conduce a la construcción de un personaje recio que se va creciendo a lo largo del filme hasta convertirse en una autoridad, respetada por los forajidos y los ciudadanos de la incipiente ciudad que arrebata al desierto con la pistola y la soga. Pero el guión de Milius no se queda ahí, busca el contraste entre la sinceridad del salvajismo y la hipocresía de los nuevos tiempos. En un fotograma de la película Roy Bean lee en el periódico una noticia sobre Jack El Destripador, minutos de metraje más tarde su ciudad aparece invadida por la modernidad: coches, armas modernas, política y corrupción irrumpen en el nuevo siglo, el XX, como lo hizo Jack El Destripador en las calles de Londres, inaugurando una era, el final de la inocencia, que en el caso de Estados Unidos también encuentra su paralelismo en el año de producción de El Juez de la Horca, en pleno escándalo Watergate y cuando los EE.UU. importaban diariamente de Vietnam cientos de bolsas de cadáveres. El comienzo de la modernidad desplaza a Bean y a sus alguaciles, la pistola ya no sirve, ahora cuenta más la taimada interpretación de las leyes y la corrupción que un revólver y un trozo de cáñamo, los héroes de la película: Roy Bean, sus alguaciles y su hija (hierática Jacqueline Bisset), deberán demostrar en el último acto de la cinta que la autenticidad y el espíritu libre norteamericano están por encima del poder del dinero, lectura que Milius hace en clave western de esos relatos de la literatura clásica en los el héroe vuelve a casa para restaurar el orden perdido.
El camino del héroe que recorre Paul Newman (Roy Bean) está plagado de personajes reales que añaden contundentes guiños a una historia que tiene mucho de cómica pero que también pretende ser un glosario de un mundo en extinción, un mundo de leyenda aplastado por los neumáticos de los vehículos modernos. Podemos ver al director de la cinta, John Houston, en el papel del trampero Grizzly Adams, otro personaje real del far west cuya leyenda cuenta que hibernaba con los osos, acompañado por su inseparable oso Benjamin Franklyn. La actriz Lily Langtry está interpretada por Ava Gardner, y el pistolero albino Bad Bob (Stacy Keach) hace una aparición tan fugaz como caricaturesca.
El Juez de la Horca contiene algunos defectos de montaje y nos ofrece una lectura del mito que se dirime entre lo crepuscular y lo grotesco, de hecho John Milius quiso dirigir él mismo una visión más espartana y dura de Roy Bean para apartarse de camino marcado por John Houston. Milius decía identificar a Roy Bean con el General Patton, pero como la mayoría de los proyectos de Milius, tuvo que quedarse en el cajón de su oficina para siempre. Aún así, El Juez de la Horca, aparte de ser un título entretenido y con una dirección discutible tiene un encantador sabor clásico y nos invita a reflexionar sobre el cambio de los tiempos, sobre el carácter de las personas que crean historia aunque sea a base de tiros. El filme, nos remite a ese momento de la historia americana en el que, tras el genocidio de las tribus indias, el capitalismo se impone como motor del cambio dejando a un lado a aquellos personajes pioneros, en cierta forma, que pusieron su grano de arena para hacer posible el consolidación de los Estados Unidos como nación.
Western crepuscular que comparte lectura con las obras maestras y anteriores de Sam Peckinpah, como La Balada de Cable Hogue (The Ballad of Cable Hogue, 1970) o Grupo Salvaje (The Wild Bunch, 1969), El Juez de la Horca no deja de ser un clásico de una época que cinematográficamente marcaría el final del género, o al menos el comienzo de su agonía. La sucesiva desaparición de los directores que marcaron un hito en el western de los años 70 y el abandono del género durante el traumático cambio de tendencias de los años 80 relegó al olvido al western crepuscular, puntal de la entonces industria cinematográfica americana y europea (recordemos el spaguetti western de Sergio Leone). Afortunadamente El Juez de la Horca y otros títulos han sido rescatados del olvido ante la imperiosa necesidad de, no sólo reconocer el mérito de estas películas, también la de recordar que un día el cine era libre y no por ello era pequeño, eran los años 70.