Crítica de la película Puro Vicio (Inherit Vice), dirigida por Paul Thomas Anderson y protagonizada por Joaquin Phoenix y Katherine Waterston
Título: Puro Vicio (Inherent Vice). Año: 2014. Duración: 148′. País: Estados Unidos. Dirección: Paul Thomas Anderson. Guión: Paul Thomas Anderson (Novela: Thomas Pynchon). Música: Jonny Greenwood. Reparto: Joaquin Phoenix, Josh Brolin, Katherine Waterston, Owen Wilson, Reese Witherspoon, Benicio del Toro, Joanna Newsom, Martin Short.
Hay un conjunto de hechos decisivos que marcan el antes y el después de la Contracultura norteamericana: el comienzo de las tensiones sociales que condicionaron la vida política del país a finales de los 60 y principios de los 70. Los guetos afroamericanos se llenaban de heroína, la represión policial se hacía cada vez más férrea, y una ola de magnicidios (Kennedy o Martin Luther King entre otros) eliminaba del tablero a izquierdistas indeseables en pos de una nueva ola de conservadurismo que llevó al país a una imparable espiral de caos. Como hito relevante, la Contracultura se vio herida de muerte en el año 1969: el 8 de agosto Sharon Tate -esposa de Roman Polanski- y varios de sus amigos fueron masacrados por Charles Manson y su secta; meses más tarde, el 6 de diciembre, durante un recital de Rolling Stones, un Hell Angel apuñalaba a un joven afroamericano que portaba un arma de fuego en un evento gratuito que prometía redimir a la Contracultura de sus propios excesos.
La novela Puro Vicio (Inherit Vice), de Thomas Pytchon, realiza un retrato de ese momento en el que la Contracultura había dejado de ser aquella foto de familia en entorno edénico para mutar, para convertirse en un monstruo más de la posmodernidad norteamericana y comenzar a exigir un peaje por todos los excesos y promesas incumplidas. La adaptación que Paul Tomas Anderson realiza del texto de Pytchon es un fresco colorista, sensato y acertado con la visión de una época que el escritor conoció de primera mano, respetando el formato de relato neo-noir presente en la novela. La traslación a la gran pantalla no se ceba en ambientes sórdidos y deprimentes, todo lo contrario, el estilismo de Paul Thomas Anderson nos muestra espacios abiertos y luminosos, recorre todo tipo de localizaciones para ilustrar las peripecias de Doc Sportello (Joaquin Phoenix) y del detective Bigfoot (Josh Brolin) -éste más en un segundo plano-. El decálogo del género negro se respeta religiosamente en Puro Vicio: mujeres fatales y otras que lo son menos, una organización criminal que extiende sus tentáculos desde la calle a los despachos de abogados, chivatos, un severo policía -Bigfoot- que parece sacado de la caterva de torturadores de Paranoid Park, y un detective privado que tiene la particularidad de ser adicto a la marihuana y por ello se le abren las puertas del submundo contracultural de Malibú.
En Puro Vicio hay humor y también desencanto, aquella frustración que vivieron los hippies que se vieron superados por el propio sistema en el que indefectiblemente habían de vivir, el mismo que está personificado en la organización The Golden Fang, y que teje su telaraña en torno Doc Sportello y todos los que le rodean, pudriendo las buenas intenciones del ideario hippie con toneladas de heroína y una velada violencia mental en forma de centro de rehabilitación new age propiedad es del mismo cartel de la droga. Paul Thomas Anderson construye en Puro Vicio una propuesta ambiciosa y de complicado acceso, con un argumento laberíntico que requiere de la comprensión del espectador hacia el estado lisérgico del protagonista de Puro Vicio, una empatía que debe ir más allá de la risa que nos provocó la estética Miedo y Asco en las Vegas. Puro Vicio no es una apología de la Contracultura, como sí lo fue aquella, es un filme que se muestra el final de una era y descarna el corpus del desencanto para darle forma de historia policíaca; en definitiva, es una grata experiencia que permite reconocer un submundo desbocado que vivió a la sombra de una realidad social convulsa, pero eminentemente exultante.