Crítica de Megalópolis, de Francis Ford Coppola
Megalópolis (2024). País: EE.UU. Director: Francis Ford Coppola. Guion: Francis Ford Coppola. Reparto: Adam Driver. Giancarlo Exposito, Nathalie Emmanuel, Aubrey Plaza, Shia LaBeouf, Jon Voight, Laurence Fishburne, Dustin Hoffman.
Megalópolis (2024) bien podría ser el testamento cinematográfico de Francis Ford Coppola, película en la que ha arriesgado (una vez más) parte de su fortuna personal. La avanzada edad del realizador estadounidense y las proporciones megalomaníacas de la película -nunca mejor dicho- invitan a pensar en una despedida a lo grande, con una bacanal visual y de propósitos poco comprensibles y rayan lo naïf en su último acto.
Es bien sabido que la creación de los Estados Unidos tuvo como espejo a la Roma republicana. Sus instituciones, funcionamiento y hasta la suntuosidad de muchos de sus edificios oficiales son un calco de sus contrapartes romanas. Coppola parte de esta premisa en Megalópolis, los Estados Unidos de América son una copia de una de las épocas de más esplendor del imperio romano que ahora se encuentra sumido en una severa crisis de credibilidad y corrupción. Sus instituciones se han anquilosado en la apatía y el conservadurismo, dejando al pueblo sin esperanza. Un hombre, un arquitecto, César Catalina (Adam Driver), se atreverá a soñar con un futuro mejor, donde los vetustos valores de Roma se sustituirán con la creación de una ciudad utópica, Megalópolis.
En primer lugar, hay que destacar la puesta en escena de Megalópolis, una reescritura del estilismo romano clásico pero con algunas pinceladas steampunk, donde los tonos dorados (oro) lo realzan todo, desde el vestuario de los personajes hasta las estancias. Rodeados de lujo y dados al desenfreno, Francis Ford Coppola dibuja una ecosistema de personajes enzarzados en conspiraciones, deseos y traiciones, haciendo honor a la imagen que tenemos de la Roma más corrupta y depravada (reflejo de la descomposición política y social de Estados Unidos), con un reparto coral en el que también tenemos que destacar el buen hacer de Aubrey Plaza y Nathalie Emmanuel como la cara y la cruz de la feminidad corrompida por el poder.
Las dos horas y media de metraje de Megalópolis pivotan alrededor del personaje de Adam Driver como protagonista de este relato –Megalópolis no es una fábula en el sentido estricto del género literario como apuntan sus títulos de crédito iniciales- en cuyo personaje Coppola pone las esperanzas para la regeneración de su país. Es en este punto donde debemos ver Megalópolis como un relato político envuelto en pan de oro. La tesis de Francis Coppola es que, sin perder de vista el legado legado republicano de los padres fundadores de Estados Unidos, es necesaria una refundación de la nación para volver a recuperar los valores de solidaridad y justicia que la fundaron. ¿Suena a algo nuevo este discurso? La verdad es que no, es el mismo de siempre, y dados los tiempos que corren en el que la política de EE.UU. está envolviendo el mundo en llamas, la llamada a la utopía que hace Megalópolis es tan inocua como infantil.
La ingenuidad de su discurso, utópicamente revolucionario, unido a su grandilocuencia y verborrea en la puesta escena nos dan que pensar si Francis Ford Coppola no ha pretendido llegar al público o buscar un éxito comercial, si no poner la guinda a un legado cinematográfico que se jalona con una obra inclasificable, suntuosa y con visos de ser uno de los títulos de culto más importantes del siglo XXI pese a sus defectos. Megalópolis es una obra que ganará con el tiempo y la perspectiva, aunque la experiencia cinematográfica hoy en día se nos antoje tan excesiva como fatigosa.