Año: 2013
Duración: 142 min.
País: Italia Italia
Director: Paolo Sorrentino
Guión: Paolo Sorrentino, Umberto Contarello
Música: Lele Marchitelli
Fotografía: Luca Bigazzi
Reparto: Toni Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli, Serena Grandi, Galatea Ranzi, Isabella Ferrari, Giulia Di Quilio, Luca Marinelli, Giorgio Pasotti, Massimo Popolizio
La retirada de la escena política de Silvio Berlusconi «Il Cavaliere» ha significado la aparente destrucción de una forma de vida opulenta y descreída para la clase política italiana y sus satélites (Iglesia, burguesía, élite intelectual,…). Il Cavaliere simbolizaba a esa Italia del exceso, el sexo, del dinero a raudales y de la manipulación informativa a favor de un país que tenía más de surrealismo felliniano que de modernidad europea. El aparente cambio de rumbo en la vida social y política italiana -volvemos a subrayar el adjetivo de aparente y recordemos la lección aprendida en El Gatopardo (Il gattopardo, 1963) de Luchino Visconti– ha traído entrada del neoliberalismo salvaje y la receta económica de esperanza salvífica para un país que lleva demasiado tiempo encastrado en una crisis de valores, e igual que los protagonistas de aquella Italia de Berlusconi, el personaje principal de La Gran Belleza (2014), Jeb Gambarella -interpretado soberbiamente por Toni Servillo-, debe resignarse a admitir el paso del tiempo, de su tiempo, de forma irremediable y a hacer acto de conciencia en un momento de su vida en el que él cuestiona su relevo de una vida mundana y despreocupada. Paolo Sorrentino, director de la Gran Belleza ya retrató parte de esa Italia decadente que ha dejado paso a la tecnocracia marcada desde las coordenadas atlánticas con Il Divo (2008), retrato del siete veces primer ministro Giulio Andreotti, otro icono viviente en cuyo biopic están condensadas las pérdidas de las oportunidades históricas que ha tenido Italia, hoy resignada a recoger los frutos de un legado que la han llevado a la pérdida de la identidad que quizás tuvo la oportunidad de rescatar al término de la posguerra.
La Gran Belleza comienza con una extraordinaria fiesta en un ático con vistas al Coliseo, flanqueado por un enorme cartel de la marca Martini. Si el Coliseo simboliza esa belleza decadente pero eterna de la capital italiana, el logotipo de Martini, marca forjada en la época del miracollo economico, sublima en sus líneas y colores los valores de esa dolce vita que Italia exportó al mundo entero tras la posguerra. Ambos emblemas observan la fiesta del 65 cumpleaños de Jeb Gambarella, escritor y periodista en un tabloide que extrae sus contenidos entre lo sublime y lo banal de la vida cultural italiana. La fiesta de cumpleaños, un eterno travelling donde se presentan a la mayoría de los personajes que rodearán a Gambarella durante toda la película, casi coincide con el momento en el que una persona se presenta en su casa diciendo ser el viudo de su amor de juventud, acaso el único que tuvo antes de dispersarse en un mundo de frivolidad y juerga. Ambos acontecimientos son el detonante para que Jeb realice una severa reflexión sobre la vacuidad de su existencia pero también sobre su suerte como vividor de la noche romana y gourmet de la belleza que impregna a Roma y a sus gentes, que no por ser más burguesas y nihilistas son menos dignos de amistad y comprensión.
Los estamentos más altos de la sociedad romana tienen un hueco en la película, no dejando títere con cabeza cuando el guión de Sorrentino y Paulo Contarello dedica una buena parte del metraje a la Iglesia romana en la figura del Cardenal Belluci, exorcista del Vaticano y experto cocinero gourmet. La iglesia se muestra dicomotizada entre la ostentación personificada por el exorcista y candidato al solio romano, el Cardenal Belluci (Roberto Herlitza), y la sumisión a la pobreza crística encarnada por y la Santa (Giusi Merli interpretando a un émulo de Santa Teresa de Calcuta), ofreciéndonos una parábola en la surrealista escena de los flamencos que empuja a la conclusión de la película. También la banca y los defraudadores aparecen como esos vividores que a su manera y en las sombras contribuyen al esplendor de la dolce vita italiana y sirven al funcionamiento de las finanzas del Estado. Pero ante todo, La Gran Belleza es una película de personajes; el primero de todos es Roma, una capital esplendorosa y estática en su preciosidad, como las estatuas de los jardines que son abiertos para Jeb de manera exclusiva, como sus calles, azoteas y salones, acompañados en todo momento por la contenida y bella banda sonora de Lele Marchitelli; el resto de los protagonistas son esos vividores de la noche romana (arribistas, burgueses, nobles venidos a menos, políticos decadentes) enclaustrados en una dinámica de fiestas y sexo endogámico que nadie quiere abandonar, de hecho los únicos que parecen conseguirlo son Jeb, mediante el escapismo que le proporciona su recuerdo de juventud y otros dos personajes más con la huída física de la ciudad, uno, y la muerte prematura, otro. La caracterización de los personajes es tan contundente que el espectador se sumerge en un mundo imposible, tan banal como excéntrico y bello.
La Gran Belleza es una obra hecha para perdurar, no sólo por la extraordinaria denuncia de una Italia instalada en la futilidad y el retrato de esos seres indolentes instalados en una raída opulencia romana, también por la concentración de tamaña cantidad de valores estéticos que sirven para engrandecer al título, comenzando por la interpretación de todos los actores, la citada banda sonora, la fotografía de Luca Bigazzi o toda la dirección artística de la película. Es imposible sustraerse al legado de Federico Fellini en la ineludible obra precursora a este título, La Dolce Vita (1961) o al retrato de la pareja burguesa en decadencia realizado por Michelangelo Antonioni en La Noche (La Notte, 1961), pero La Gran Belleza no irá a la cola de estos dos grandes títulos, antes se unirá a ellos en una tríada intemporal, un fresco de la dulce vida bohemia, de la noche italiana y de esa gloria burguesa que una vez fue y aunque estos romanos de adopción se esfuercen en recuperar, nunca más será; nos queda su recuerdo y la decadencia y amoralidad de aquellos que la protagonizan.