Crítica: Frank, con Michael Fassbender
Título: Frank. Año: 2014 Duración: 95 min. País: Reino Unido Director: Lenny Abrahamson. Guión: Jon Ronson, Peter Straughan Música: Stephen Rennicks Fotografía: James Mather. Reparto: Domhnall Gleeson, Michael Fassbender, Maggie Gyllenhaal, Scoot McNairy, Lauren Poole, Hayley Derryberry, Mark Huberman, Travis Hammer, Matthew Page.
Ser fiel a uno mismo puede hacer que a tu concierto asistan dos despistados atónitos ante lo que están viendo, o a que tu película se estrene directamente en plataformas digitales sin pasar por las salas. Ambas circunstancias las encontramos en esta comedia, cuarto trabajo del irlandés Lenny Abrahamson. Frank (2014), basado en un personaje creado por el músico y cómico Chris Sievey, es el líder de un grupo de música experimental, integrado por seres tan entregados a la causa, como incómodos fuera de su microcosmos. La llegada de un nuevo miembro, que claramente no comparte los delirios ni la genialidad del resto de componentes, provocará un pequeño tsunami que terminará desembocando en una previsible catástrofe, retransmitida en tiempo real en las redes sociales.
Jon (Domhnall Gleeson) es el nuevo teclista que desestabiliza el equilibrio emocional del grupo (y hay más de lo que parece), a la vez que intenta dar un cambio a su anodina vida. Los meses de convivencia durante el proyecto de grabación del disco no lo llevan a redescubrirse, aunque se abra a nuevas experiencias. Seguirá conectado con el mundo al que pertenece por sus ansias de triunfar y sus cuentas en twitter y facebook.
En el lado opuesto se encuentra Frank, un ser libre centrado en la búsqueda de su música, y a la vez atado a una cabeza gigante de papel maché de la que no se desprende nunca. Su sensibilidad creativa no le hará inmune a la tentación de gustar y sentirse querido más allá de sus devotos músicos.
Lo histriónico de los personajes, lo extravagante de su relación con el mundo que les rodea y entre ellos mismos, abonaría el terreno para unas actuaciones desmedidas y fuera de tono, pero no es el caso. La contención, especialmente en el caso de la intensa Clara (Maggie Gyllenhaal), y cierto aire melancólico, impregnan el trabajo actoral, dejándonos momentos tan hilarantes como conmovedores.
Entre las ganas de ser un músico conocido de Jon, y el personalísimo hábitat de Frank, podemos asomarnos un mundo de consumo que fagocita todo lo que tiene a su alcance (sea “indie” o no), y las redes sociales no son más que un nuevo escenario en el que eso sucede de forma acelerada. Si esta película nos la imaginamos a la inversa, si lo primero que vemos es un vídeo colgado en youtube, de un tipo que lleva una cabeza gigante mientras se mueve al son de una melodía que no lo parece, habríamos consumido nuestra dosis diaria de “frikis por el mundo”, y hasta ahí hubiéramos llegado. Una rápida mirada superficial, cada vez más enganchada a la anécdota, nos impide distinguir entre lo auténtico y lo impostado. Parece difícil escapar a un modelo de consumo (no solo cultural) que estandariza y nos deja sin margen para profundizar en lo que hay detrás de una máscara.