Crítica de Filth (El Sucio), con James McAvoy
Título: Filth (El Sucio). Año: 2013. Duración: 97 min. País: Reino Unido. Dirección: Jon S. Baird. Guion: Jon S. Baird (Novela: Irvine Welsh). Música: Clint Mansell. Fotografía: Matthew Jensen. Reparto: James McAvoy, Imogen Poots, Jamie Bell, Joanne Froggatt, Eddie Marsan, Jim Broadbent, Emun Elliott, Kate Dickie, Shirley Henderson, Ron Donachie, Martin Compston, Iain De Caestecker, Pollyanna McIntosh.
El feísmo vende, se ha convertido en paradigma cultural de nuestra era. Si hace no muchos años se tachaba de zafio y sin gusto al relato dislocado y escatológico, en la actualidad es un reclamo comercial explotado por una buena lista de producciones. El feísmo es la actitud punk por naturaleza, la perversión del grial que alegóricamente representa el cuerpo humano, sometido a vejaciones de dudoso carácter humorístico -según los cánones más ortodoxos de la comedia-, drogado, apaleado y reducido a una piltrafa más digna de lástima que de admiración. El personaje de James McAvoy en Filth (El Sucio) nos causa lástima y nos hace reír durante su personal bajada a los infiernos en esta adaptación de la novela homónima de Irvin Welsh. Escritor y novelista de la escena punk británica en los años 80, el escocés sitúa a nuestro antihéroe, Bruce Robertson, en el mismo Edimburgo donde se desarrolla Trainspotting -su anterior adaptación cinematográfica-, pero en un contorno narrativo radicalmente distinto: aquí ya no existe crítica a la política Thatcher que arrojó a las ciudades británicas de provincias a una abisal crisis económica y de arraigo, Filth (El sucio) cuenta el periplo personal de un policía que padece dislocación de la personalidad debido a problemas familiares, un falling down que se tiene lugar durante la Pascua de un año indeterminado, y como aquel Cuento de Navidad de Charles Dickens, a nuestro particular Ebenezer Scrooge se le pondrá a prueba para determinar si merece ser enviado al cielo o al infierno.
La película dirigida por Jon S. Baird tiene por delante un difícil reto que se salva con éxito gracias a la intensa interpretación de James McAvoy, actor que en su rostro y ademán dibuja las miserias y (pocas) grandezas de su personaje, creando un retrato bipolar e histriónicamente segmentado de este aspirante a detective, qué no dudará en usar todas las artimañas más sucias para eliminar la competencia de sus compañeros de trabajo en el camino a un ascenso más simbólico que real, pues conseguir la promoción es, en realidad, la prueba definitiva que el agente Robertson debe afrontar para salvar su alma de las garras de la locura. La subtrama que echa a andar el relato principal es el de un oscuro asesinato perpetrado por una pandilla de punks, con un testigo de excepción que Bruce Robertson protegerá a toda costa. El hilo narrativo sigue adelante con la investigación mientras, en paralelo, vamos conociendo el ambiente del protagonista y vivimos situaciones tragicómicas, no exentas de una lectura poco complaciente hacia uno de los oscuros y más influyentes colectivos de la sociedad británica, la masonería, figura aquí nada retórica, personificada en un grupo de conservatives corrupto y excluyente, donde Bruce Robertson no dudará en buscar la influencia de sus «hermanos» para medrar dentro del cuerpo de policía.
Filth no es una película de cine negro, ni siquiera está basada directamente en un texto que evidencie esa intención. El ambiente policíaco es, empero, una excusa más atractiva que otras para mostrarnos un juego de intereses, costumbrismo, poder y mediocridad, con un caso a resolver que marcará el ritmo de una historia punk, brutal y descorazonadora. Esto es la posmodernidad: nuestra realización personal está al arbitrio de oscuros poderes en la sombra, matones, psiquiatras, drogas, desarraigo, disfuncionalidad familiar. Afortunadamente, Filth saca punta a este devastador panorama usando la ironía del relato y la capacidad de los actores para reírse de ellos mismos. No podemos terminar esta reseña sin llamar la atención sobre la heterogénea lista de canciones que glosan las aventuras de Bruce Robertson, con la presencia del actor/cantante David Soul en un divertido número musical.