Crítica: Escódete y Tiembla (American Gothic, 1988), de John Hough
Título: Escóndete y Tiembla (American Gothic). Año: 1988. Duración: 85’ País: Reino Unido. Director: John Hough. Guión: Burt Wetanson, Michael Vines. Música: Alan Parker. Fotografía: Harvey Harrison. Reparto: Rod Steiger, Yvonne De Carlo, Sarah Torgov, Janet Wright, Michael J. Pollard, William Hootkins, Mark Ericksen, Caroline Barclay, Mark Lindsay Chapman, Stephen Shellen.
Un grupo de amigos que parece que se acaban de hacer la permanente se ponen sus cazadoras de color chillón con hombreras y sus pantalones ajustados. Se montan en un hidroavión y van a una isla en la costa de Seattle para pasar unos días de acampada. Semejante pandilla de domingueros va a recibir lo que merece, no os quepa duda. En el transcurso de la excursión, estos arrogantes urbanitas entrarán en la propiedad de una unos isleños aislados de la civilización, que han creado una familia de rígida moral cristiana basada en la lectura de la Biblia y la interpretación que de ella hace el pater familia, pero que tolera algunas desviaciones (sexuales y homicidas) a sus retoños, hijos de edad madura vestidos con indumentaria colegial y de mentalidad infantil.
Lastrado de forma incómoda por la estética ochentera, éste es el irregular arranque de un film que guarda más valorescomo referencia de género que como película de horror en sí misma. El título en español es otro de los atentados cometidos por las distribuidoras a la originalidad del film: Escóndete y Tiembla (American Gothic, 1988), en tanto que el verdadero título americano es verdaderamente clarificador sobre el género que lo sustenta.
Su firmante es el eficaz pero irregular John Hough, cineasta que conoció su época de gloria en la década de los 70 y ha dado al género obras tan suculentas como Drácula y las Mellizas (Twins of Evil, 1971), La Casa del Infierno (Legend of the Hell House, 1973) y más tardíamente, la enfermiza y sexualmente incorrecta Violación Infernal (The Incubus, 1982). Las fuentes de inspiración para el film son dos principalmente: como icono, el cuadro de Grant Wood titulado American Gothic (1930), y por otra parte, la propia referencia al género puramente norteamericano american gothic, en boga durante los años 70 hasta principios de los 80, y que se constituyó en marca de fábrica con personalidad propia, alcanzando grandes éxitos comerciales que en ocasiones fueron trasladados a nuestro país con clasificación S. También se pueden encontrar referencias a los slasher norteamericanos de la época, si bien los asesinatos, siempre fuera de plano, descafeínan la función, ganando en el aspecto descriptivo de la decrépita familia más que en el apartado terrorífico. En la época en la que se realizó esta película el american gothic se consideraba una fórmula agotada: las sucesivas secuelas de los zombies romerianos, o las enloquecidas continuaciones de La Matanza de Texas no ofrecían nuevos elementos creativos que lo hicieran avanzar. La historia clicheada del granjero republicano, evangelista y psicópata encontró en Motel Hell (1980) su máximo esplendor y también el inicio del declive de un género que ocupó la época más fértil el cine de terror norteamericano.
La familia de psicópatas survivalists está formada por el patriarca, el magnífico Rod Steiger –en un papel histriónico con el que se empatiza sobremanera cuando agarra el látigo y castiga la necrófila conducta de uno de sus retoños cuarentones de bragueta fácil-, la madre de la familia, Yvonne de Carlo –hacendosa, degenerada y consentidora de los sangrientos juegos de sus vástagos-, y sus tres hijos, que comparten algo más que juegos infantiles entre ellos, sobre los que recae la personalización de la líbido reprimida y desviada. Así, el díptico represión-perversión sexual es mostrado en varios de los momentos clave del film: el bebé momificado de la “niña” de la familia y cuya paternidad podría recaer en cualquiera de sus hermanos o su padre; la conversación incestuosa que mantiene con sus hermanos, o la violación del cadáver de una de las excursionistas.
Una de las frases promocionales de La Matanza de Texas (Chainshaw Massacre, 1974) fue que “la familia que mata unida, permanece unida”. En Escóndete y Tiembla (American Gothic), el leitmotiv se repite, toda vez que los asesinatos más salvajes son cometidos por los hijos y aplaudidos por los progenitores, en una suerte de éxtasis moral y vengativo, sazonado por el fanatismo religioso de la América profunda. El sótano de la misma casa, encierra uno de los mayores secretos de la familia, la exhibición de los cadáveres de aquellos visitantes inoportunos que han tratado de perturbar el orden familiar, y más lejos, el orden natural impuesto en la isla por el patriarca, convirtiendo el conjunto en émulo de mansión y páramo gótico donde se desarrollará el drama. He aquí la grandeza del american gothic, la traslación del ideario gótico clásico a las tierras norteamericanas, donde se carece de tradición histórica en ese sentido: una casa desvencijada rodeada de una naturaleza misteriosa y exuberante, fanatismo religioso, relaciones incestuosas, necrofilia, degeneración del orden familiar, aislamiento, cruentos asesinatos. Todos los elementos del cine gótico clásico están aquí, tamizados por el cristal del ojo norteamericano, aunque en el aspecto formal, el sadismo de los crímenes nos introduzca por momentos en el terreno del slasher.
El bodycount aumenta y los niños se divierten inocentemente quemando allá a uno de los urbanitas que se hacía el héroe, empujando a otro del columpio al acantilado, ahorcando a aquella que no quería jugar a la comba, o taladrando el cerebro a un galán que rehúsa copular con la pequeña dela familia. Y dejamos en suspenso el desenlace de la historia, poco acertado, al ser en exceso resolutivo y forzado, dejando un sabor agridulce al asistir al desmoronamiento de la película en su último acto de Escóndete y Tiembla (American Gothic).
En definitiva, asistimos a un intento de insuflar vida a un género que ya no la tenía. El american gothic sigue existiendo hoy en día, ha sabido reconvertirse, modernizando algunas de sus obras clásicas como la reciente versión de The Crazies (2009), buscando el clasicismo formal en An American Haunting (2006) o explorando nuevos espacios para el horror en An American Crime (2007). John Hough debió tener en cuenta que para revivir un género es preferible el respeto y el rigor antes que la parodia.
El articulo como siempre muy bueno. La pelicula quede bien o mal decirlo, una completa mierda. Cuidate campeon
Muchas gracias Plared…y estoy contigo, la película es una castaña pilonga, un intento baldío y mediocre de revilatilzar el género. Lo mejor es ver a Rod Steiger con el látigo, lo demás no vale un pimiento. Buen finde!!