Crítica de Drácula, de Dan Curtis, con Jack Palance
Título original: Drácula (Bram Stoker´s Dracula). Año: 1973. Duración: 100 min. País: Reino Unido. Director: Dan Curtis. Guión: Richard Matheson (Novela: Bram Stoker). Música: Bob Cobert. Fotografía: Oswald Morris. Reparto: Jack Palance, Simon Ward, Nigel Davenport, Pamela Brown, Fiona Lewis, Penelope Horner, Murray Brown, Virginia Wetherell, Barbara Lindley, Sarah Douglas, George Pravda, Hana Maria Pravda. Productora: Latglen Ltd.
Entre las innumerables versiones de Drácula, la novela y obra teatral escritas por Bram Stoker, la elección del actor que encarnaría al conde transilvano siempre ha estado rodeada de un halo de polémica. Tan carismático personaje ha recaído en ocasiones en actores que han dado lo mejor y lo peor al imaginario vampírico de Drácula, y si hablamos de elecciones controvertidas, la versión que dirigió Dan Curtis para la televisión británica en 1973, eligiendo a Jack Palance como trasunto del personaje, no pudo ser menos. Bram´s Stoker Dracula (1973) de Dan Curtis es una película que cuenta con un envidiable tono terrorífico aunque se sea una producción que obviamente rezuma a televisiva por los cuatro costados.
El guión escrito para la ocasión pertenece nada menos que a Richard Matheson, conocido mundialmente por sus novelas y relatos de ciencia ficción y terror, entre los que es imprescindible citar Soy Leyenda o El Increíble Hombre Menguante. Hombre de oficio y buen artesano en su trabajo, Richard Matheson colaboró con numerosas series de televisión como Star Trek, Dimensión Desconocida o Night Gallery. En esta ocasión el guión escrito para el Drácula de Dan Curtis no se ciñe en extremo a la novela de Bram Stoker e introduce algunos detalles que posteriormente serían copiados por otras producciones, en especial y descaradamente por el Bram Stoker´s Dracula (1992) de Francis Ford Coppola; Matheson añade un línea argumental de gran importancia que no figura en la obra original: Drácula permanece monstruosamente enamorado de su amada Elizabeth, subtrama que determinará algunos de los más momentos críticos de la película y la derivará hacia una vertiente más romántica, con un final redentor -la muerte de Drácula empalado junto a su óleo-. Aparte de esta escora hacia terrenos más melodramáticos, el Drácula de Dan Curtis contiene algunas variantes de la obra referidas al destino de algunos personajes o la forma en la que Drácula es asesinado. Los muy puristas siempre se quejan de las piruetas posmodernas que se dan al personaje de Drácula, que en muchas ocasiones obvian las directrices marcadas por la obra de Bram Stoker; afortunadamente, y para desgracia de éstos, así es, ese vínculo sacrosanto que se dice tiene que existir entre una obra literaria y su adaptación al cine es pura ponzoña que aniquila la creatividad de los cineastas, si reclamáramos una ortodoxia extrema a los cientos de adaptaciones de la novela de Bram Stoker nos encontraríamos ante películas clónicas y carentes de atractivo.
Dan Curtis realiza una película con una interesante carga atmosférica. Con tres partes claramente definidas, la primera en el castillo de Drácula, preludio del horror que está por llegar en las playas, caserones y abadías de Inglaterra victoria, esta segunda parte transcurre a caballo entre lujosas mansiones, campiñas y playas inglesas y la vetusta abadía de Carfax, donde el conde Drácula sitúa el epicentro de su reino de terror. La última y más breve tiene lugar de nuevo en el castillo de Drácula, donde el conde recibe el castigo de los humanos y apreciamos una dimensión más humana del personaje, condenado a la soledad y el ostracismo, un héroe trágico por excelencia, asesinado por empalamiento por los hombres cristianos, que con ese acto y la aparición de la luz del día sobre el cadáver de Drácula logran restablecer el orden tenebroso que Drácula quiso imponer. Rodada en escenarios naturales de Yugoslavia y en estudios de televisión de Inglaterra, la película cuenta con la inestimable fotografía de Oswald Morris, maestro imprescindible en las producciones británicas y norteamericanas de los años 50 a 70 (Moby Dick, Lolita). La cinematografía de Oswald Morris en Drácula es dura, buscando un fuerte contraste de los colores negro -el color del traje de Drácula- y rojo -obviamente el color de la sangre, usado también como parte de una paleta cromática que viste tapizados y decoración de la mansión donde viven los personajes de Mina y Lucy-. La factura de la película adeuda la larga trayectoria de Dan Curtis al frente de producciones televisivas como Dark Shadows, con una estética que cabalga entre los excesos cromáticos y atmosféricos de la Hammer Films y una sobriedad propia de los ajustados presupuestos televisivos; con todo el Drácula de Dan Curtis es una película que destila personalidad propia y garra visual.
El elenco está encabezado por Jack Palance, actor carismático donde los haya y amanuense de la serie B durante décadas, interpretando al Conde Drácula; los rasgos eslavos y gran altura del actor -hijo de emigrantes ucranianos cuyo nombre de nacimiento era Vladymir Ivanovich Palahniuk-, embutido en una traje negro con capa, con una dentadura que no oculta su podredumbre, nos dibuja el perfil de un monstruo de gran parecido físico con el original de Bram Stoker, muy alejado de lo aparatoso de otros trasuntos como el sofisticado Drácula interpretado por Gary Oldman o el vampiro dandi de Frank Langella. Tras el rostro severo y angulado del Jack Palance se entrevé el retrato de un ser triste y solitario, vestido de luto, amigo de los lobos, un vampiro que conserva la esencia diabólica del carácter que imprimió Bram Stoker al personaje, pero al mismo tiempo nos enseña una cierta humanidad distorsionada por la maldición de saberse una reliquia de otro tiempo, condenado a una solitaria inmortalidad. Secundan el británico e imprescindible Nigel Davenport en el papel de Van Helsing y el entonces galán y también excelente actor británico Simon Ward.
La elección de Jack Palance, en contrapunto al chovinismo de sus oponentes masculinos fue una auténtica polémica en su tiempo; unimos a este hecho el que las variantes que Richard Matheson incorporó al guión desmitificaban a algunos de los personajes como el de Jonathan Harker, y se añade una muerte de Drácula muy poco climática -acostumbrado como estaba el público a los crueles vericuetos con los que Hammer Films escenificaba su muerte-. No obstante, el tiempo ha dado la razón a Dan Curtis y a Richard Matheson y hoy podemos disfrutar de este obra como una rara avis, una película a caballo entre el terror hammeriano, el drama romántico y el retrato de un héroe infernal condenado a combatir sus pulsiones humanas para toda la eternidad. Sin desmerecer en esta conclusión lo apuntado sobre el gran trabajo del equipo técnico y el elenco actoral, el gran alma y núcleo dramático imprescindible para que Bram Stoker´s Dracula sea el título que hoy admiramos como singular adaptación de la novela clásica es la conmovedora interpretación de Jack Palance, un actor quizás denostado por encasillarse en papeles que no realzaban su gran humanidad; afortunadamente, y como mínimo, nos queda su personaje en este Drácula para admirar y recordar a Jack Palance, un intérprete que con este papel quedará para siempre en el imaginario y el corazón del aficionado al cine de género.