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Cuán desconocido es, para los comunes mortales, el mundo del monacato. Nos sorprendemos como una persona puede abandonar sus lazos familiares, su profesión y su futuro como progenitor, en pos del retiro en una comunidad, por lo general pequeña y cerrada, en muchas ocasiones, al mundo exterior. El cristianismo, ayudado por las ansias colonizadoras de las correspondientes metrópolis, ha ido sembrando de estas comunidades todos aquellos territorios que caían bajo su influencia. Desde la conquista y colonización de América hasta los desiertos y montañas africanos, el mundo está plagado –por lo general, en el buen sentido- de comunidades de monjes que buscaban el retiro y la ayuda a los desfavorecidos en lugares muy concretos de la geografía del mal llamado “tercer mundo”. En este caso Xavier Beaubois, célebre director de la película Villa Amalia (2009), describe un suceso real, acaecido en el año 1996. Argelia, y la eclosión del islamismo radical son el escenario y el telón de fondo de esta historia verídica que ha sido titulada De Dioses y Hombres ((Des hommes et des dieux, 2010).

Un grupo de monjes, que habita un monasterio en la cordillera del Atlas, se dedica a la oración y al servicio médico de las poblaciones musulmanas cercanas, con las que viven como si fueran parte de ellas. Esta pequeña comunidad compuesta por seis monjes es sometida al acoso del incipiente islamismo radical y del ejército argelino que lo persigue, convirtiendo la región en zona de guerra. A pesar de la colaboración de los monjes con los extremistas islámicos, finalmente son secuestrados y utilizados como canje con otros terroristas encarcelados. El desenlace, fatal, es conocido por los medios de comunicación.

En primer lugar es necesario subrayar y poner en negrita, que esta película no tiene nada que ver con el sectarismo o la complacencia católica que pretende llevar un mensaje institucional y pretendidamente ultraterreno a los puntos cardinales del planeta; todo eso queda atrás al entrar en terrenos más íntimos y humanos. Por otra parte, la película pretende ahondar, no en las causas políticas y las sangrientas consecuencias del secuestro y ejecución de los monjes, sino en los motivos que ellos encuentran para permanecer allí, sirviendo a los desfavorecidos, a pesar de la espada de Damocles, que pendula sobre sus cabezas; el conflicto entre la responsabilidad y la supervivencia, siempre desde el prisma del amor al prójimo. El fatalismo asumido por los protagonistas es algo inevitable toda vez que su vida se ha convertido en un sacrificio por los demás, sin entender de raza o religión. La serena dialéctica que emprende la comunidad a partir del primer encuentro con el terror islámico lleva a concluir la permanencia en el monasterio y la neutralidad ante cualquier tipo de coacción, ya sea por parte de aquellos que amenazan su seguridad o de los que quieren salvaguardarla, ambos con el uso de la violencia.

Todos los actores –entre los que se encuentra el envejecido pero impresionante Michael Lonsdle– hacen gala de la modestia y compasión propia de quien sabe que su sacrificio, que llegará o no, será gozoso al hacerse en pos de unas convicciones pacíficas que son incuestionables dentro del papel que el destino ha elegido para ellos. Así, la interpretación cuenta con el nivel de introspección suficiente, sin llegar al descrito por Philip Gröning en El Gran Silencio (Die große stille, 2005), película que poco tiene que ver con el drama humano que describe De Dioses y Hombres.

Aparte de la impecable puesta en escena, existe también una simetría argumental, que aparece en el guión como consecuencia directa del funcionamiento democrático de la comunidad de monjes. Las decisiones son tomadas democráticamente, no evitando conflictos entre el libre albedrío, el ansia de superviviencia y las obligaciones que han tomado estos hombres en su opción vital; una especie de determinismo democrático –no contradictorio- basado en la labor que aún les queda por hacer hasta el día de su muerte. Así, los gestos, miradas y conversaciones se convierten en todo un manual de comprensión, humanidad, miedo y certeza. Una vez superado el miedo mundano a la muerte y conocedores del destino que les puede aguardar, uno de los monjes afirma ser “un hombre libre”. Así es, pues toma su decisión una vez extirpados de sus almas los males que harán posible la eclosión de violencia de la que serán víctimas: la ignorancia, la esclavitud y el miedo.

De Dioses y Hombres ha ganado el premio a la Mejor Película en el Festival de Cine de Cannes 2010.

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