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Crítica de La Bruja (The Witch), dirigida por Robert Eggers

La Bruja (The Witch). Año: 2015. Duración: 87 min. País: Estados Unidos. Director: Robert Eggers. Guión: Robert Eggers. Música: Mark Korven. Fotografía: Jarin Blaschke. Reparto: Anya Taylor-Joy, Ralph Ineson, Kate Dickie, Harvey Scrimshaw, Lucas Dawson, Ellie Grainger, Julian Richings, Bathsheba Garnett, Sarah Stephens, Jeff Smith.

Las razones por las que La Bruja (The Witch, 2015) fue la película de inauguración del Festival de Cine Fantástico de Sitges están tan claras como el agua, la maestría y el arte que hay en The Witch, dirigida por el debutante Robert Eggers y galardonado a la mejor dirección en el Festival de Sundance 2015, la conforman como una cinta ajena a las tendencias del cine de terror actual.  No hay brutales derramamientos de sangre  ni atmósferas donde la oscuridad impera a tal punto de esconder las escenas en off visuales, La Bruja (The Witch) es una película con una intencionalidad atmosférica muy potente, visualmente pictórica.

Robert Eggers dirige en La Bruja (The Witch) una película inspirada en la mitología fundacional de los EE.UU. Ambientada en 1630, conecta con las historias de brujería que los puritanos (exiliados políticos de la Guerra de Secesión inglesa del siglo XVII y primeros colonizadores europeos de Norteamérica) protagonizaron en medio de una explosión de histerismo colectivo cuyo capítulo más célebre, aunque no el único, fue el caso de las Brujas de Salem. El choque de los puritanos con las religiones indígenas y una naturaleza ignota hasta ese momento hizo tanta mella entre las mentes de este colectivo que se refugiaron en unos principios religiosos tan férreos como intransigentes como único remedio para protegerse de lo desconocido, de fuerzas de un ambiente indómito y a priori agresivo hacia sus preceptos evangélicos. Aquellas crisis de histeria colectiva se saldaron con penas de destierro y muerte en horca y hoguera de algunos de los miembros de sus congregaciones.

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En La Bruja (The Witch) una familia de estos puritanos es expulsada de su comunidad por su lectura aún más extrema  aún más extrema del Evangelio. Recreando en el comienzo de la película la vista judicial en la que se declara el exilio de la familia, nos encontramos aquí ante ese reto pictórico que Robert Eggers asume como motor visual de la película: nos recuerda enormemente al mismo tono con el que  Carl Theodor Dreyer dibujaba su título Dies Irae (1943). Condenados a un nuevo destierro en tierras fronterizas con un espeso y sombrío bosque, la familia tendrá que hacer frente a fuerzas malignas que diezman a sus miembros y emponzoñan sus relaciones, comenzando por la fantasmagórica desaparición de uno de sus hijos, un bebé. Siguiendo la línea marcada por los potentes elementos visuales, el microcosmos familiar es retratado con contención, dejando que sean los terrores atávicos de los personajes los que tracen sus perfiles, creando una atmósfera de horror y soledad que bien recuerda a relatos como Wendigo, de Algernon Blackwood. El tratamiento de los diálogos, en este proceso de inmersión en el horror, remite lingüística y conceptualmente a aquellas leyendas y declaraciones que se encuentran en los relatos  fundacionales de EE.UU. pero que obviamente bebieron de referencias mitológicas brujeriles del folklore europeo.

El hipnotismo y el carácter onírico que impregna gran parte de la película también sitúan al título como una crónica de vuelta a los orígenes del terror, del cuento clásico dicotómico, un boceto de la dualidad Bien Vs. Mal, donde éste último adquiere una presencia tangible y envolvente, usando a poderosos sicarios para ejecutar su tarea. La sugestión de los protagonistas ante la maldición -impresionante el trabajo de los actores comenzando por la joven Anya Taylor-Joy-, presos de los caprichos de las huestes de Satán, puede no ser lo tanto a medida que el horror va ensuciando la pulcra existencia cotidiana de la familia; aquí nos encontramos también ante un filme impregnado su subtexto de realismo mágico; de este modo La Bruja (The Witch) deja un campo abierto al espectador para que pueda decidir entre la hipótesis fantástica o el desenfreno onírico, quedando ambas vertientes de la película entrelazadas mediante un engranaje que despierta nuestros sentidos y nuestra imaginación a una realidad retratada como una fábula de horror o como un relato a la «Americana» con un sentido historicista y fundacional.

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Entendida como esa crónica protohistórica de la nación más poderosa del orbe, La Bruja retrata una parte del nacimiento de aquel país desde un punto de vista histórico, político y humano, como también lo fue, salvando años luz de distancia, aquella comedia negra  de horror sobre el canibalismo de los pioneros atrapados en las Montañas Rocosas llamada Ravenous (Antonia Bird, 1999). La nación norteamericana, nacida debajo de la bota de los colonizadores europeos que machacaron con saña a los pueblos indígenas y a su cultura, vive desde entonces instalada en el horror perpetuo, en las tinieblas de una cultura popular que participa de una crónica negra que bien se podría resumir en los momentos previos a la masacre de Little Big Horn de Murieron con las botas puestas (Raoul Walsh, 1941) en la que el primer oficial del General Custer (interpretado por Errol Flynn), que es inglés, le dice a éste: “-¿Qué se creen ustedes, los americanos?..Los únicos americanos que hay aquí son los que están al otro lado de la colina con plumas en la cabeza».

La Bruja (The Witch) es la obra maestra del horror del 2015. Su giro final puede plantear dudas entre detractores y admiradores pero todos ellos convendrán en que contiene un guión y una puesta en escena que alcanza la fibra sensible de nuestros miedos atávicos, y además nos regala un pedazo de la atropellada y siniestra génesis de la nación más poderosa del mundo. Sin duda La Bruja es un espectáculo visual con un contenido estimulante, no solamente para los aficionados al horror, esperemos que su carrera como cinta comercial y como película de culto sea lo suficientemente satisfactoria para rentabilizar el lanzamiento en nuestro país y para sostenerla como ese tesoro escondido cuya accesibilidad requiere al espectador un ejercicio de abstracción y apertura de los sentidos.

 

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