Clint Eastwood ¿Ángel o demonio?
Está ocurriendo algo curioso con los iconos de la cultura popular del siglo XX: ante la inminente desaparición de las encarnaciones de esos iconos debido a la inmutable ley de vida que evita el colapso del planeta, muchos de los aficionados más jóvenes deciden formar parte activa de la leyenda y reivindican para sí el valor del clasicismo frente a la transgresora posmodernidad que normalmente arrasa todo a su paso como una apisonadora. Dentro de la cultura popular cinematográfica hay leyendas vivas que siguen en activo -requisito «sin ecuanon»-, alzándose como los adalides propiciatorios de ese retorno al paraíso de aquella cinematografía pausada y artesanal. Gracias al estreno de El Francotirador (2014), el realizador Clint Eastwood (San Francisco, 1930) es ahora adorado por legiones ingentes de veinteañeros. Avatares de la vida, el actor y director norteamericano ha pasado largas temporadas de ostracismo en las que la prensa especializada lo relegó injustamente a la categoría de dinosaurio, en tanto ensalzaban las vacuas pirotecnias de los directores de blockbusters.
«El mundo se divide en dos, Tuco: los que encañonan y los que cavan. El revólver lo tengo yo, así que ya puedes coger la pala» (Clint Eastwood en El Bueno, el Feo y el Malo)
Bien para unos, mal para otros, el caso es que el rescatado Eastwood ha sido siempre admirado por su doble trabajo de actor y director, funciones que en muchas ocasiones ha compaginado en un mismo filme. Echando la vista muy atrás lo recordamos vestido con un poncho raído y un sombrero mugriento, sosteniendo en los labios un cigarro prácticamente acabado en la «trilogía del dólar» de Sergio Leone (Por un puñado de dólares, La Muerte tenía un precio, El Bueno, el feo y el malo), realizador con el que conformó un personaje, el del pistolero desconocido, que junto a otro puñado de trasuntos de tipos duros ha marcado el sino comercial de Eastwood; esto pese a los continuos intentos del californiano por desmarcarse de este tipo de papeles, y si no ahí tenemos al emotivo personaje que encarnaba en Los Puentes de Madison (1995).
«Sé lo que estás pensando, cerdo. Si disparé seis balas o solo cinco.» (Clint Eastwood en Harry El Sucio)
En la mayoría de las ocasiones, la reputación de Clint Eastwood como versátil cineasta no difirió demasiado de los roles que siempre le gustó encarnar. Durante 3 décadas sus vertientes actoral y de realizador prácticamente se fundían en una sola, alternando títulos dirigidos por otros realizadores. Eastwood siempre interpretó a personajes de gatillo fácil, antihéroes como el duro y fascistoide policía Harry Callahan (Harry el Sucio, 1971), el oficial Schaffer de El Desafío de las Águilas (1970) o el detective Shockley en la emocionante y ultraviolenta Ruta Suicida (1977), sólo por citar algunos de una interminable lista de personajes. Pese a quien le pese, y llegados a este punto, muchos aficionados tachan a Clint Eastwood de ultraconservador, pero dejando atrás valoraciones de índole política o moral, las películas de Eastwood como director y/o actor fueron en su mayoría unas excelentes cintas de acción que deberían ser revisadas por los que gustan de la adrenalina y el olor a pólvora.
Tras una aciaga y poco productiva -creativamente hablando- década que arrancó con Bronco Billy (1980), fueron los años 90 la década de la llamada a la redención para Clint Eastwood. Los desastres taquilleros de Firefox (1982), una cinta a mayor gloria de la administración Reagan de la época, o los sucesivos descalabros de las secuelas de Harry el Sucio abocaban al actor/realizador a plantearse una nueva forma de hacer cine y una necesidad imperiosa de buscar nuevas historias. De la irregular década de los 80 sólo salvamos un par de títulos: el enigmático western crepuscular El Jinete Pálido (1985) y la caricaturesca El Sargento de Hierro (1986).
Adiós al vengador ¿o no?
Cazador Blanco, Corazón Negro (1990) inaugura una década de cambios sustanciales en su filmografía. En primer lugar, adapta un estilo de rodar más acorde con la estética y maneras de la época, capaz de competir con una cinta de acción como El Principiante (1990) con los realizadores del cine de acción de moda, o con thrillers como En la línea de fuego (1993), una cinta cuyo mayor interés reside en haber compartido cartel con la entonces incipiente estrella John Malkovich pero por la que ha pasado muy mal el tiempo. Fueron títulos como Un Mundo Perfecto (1993), Poder Absoluto (1997), la citada Puentes de Madison (1995) o Ejecución Inminente (1995) las que devolvieron al duro Eastwood a las portadas de la prensa especializada. También contribuyó el añadir un matiz a su filmografía, desconocido hasta entonces y que desconcertó a sus detractores. Si Clint Eastwood siempre había sido considerado como un derechista debido a una filmografía sustentada en la acción y la violencia, ésta toma un sorprendente cariz social, no reñido con argumentos propios del thriller o el actioner. Este giro al cine social, muy camuflado eso sí por una buena tonelada de acción, alcanzaría su madurez en la década siguiente, donde pudimos disfrutar de una severa y conmovedora reflexión sobre la eutanasia en Million Dollar Baby (2004). Como curiosidad señalar que el filme de Alejandro Amenábar Mar Adentro (2004) coincidió en su estreno con el Million Dollar Baby, llegándose a acusar a Clint Eastwood de colaborar en una agenda progresista a favor de la eutanasia.
La muerte de un antihéroe
En estos momentos Clint Eastwood es un realizador octogenario que sigue en activo. Ya en Gran Torino (2008) el actor norteamericano acusaba un notable cansancio al interpretar por enésima vez a ese endurecido pistolero/sargento/policía/vengador que resolvía todo a tiro limpio. Gran Torino fue una película con cierto punto de ternura en el que Eastwood finiquitaba de una vez por todas a aquel personaje mediante su muerte en la pantalla, eso sí, renunciando al uso de la violencia en su momento final. Sin duda la filmografía de Eastwood había virado radicalmente, terminando con ese personaje que había lastrado su carrera, más para bien que para mal, durante tanto tiempo. El realizador que surgía de las cenizas de El Gran Torino se dedicó a la loar la conciliación entre blancos y negros en Suráfrica con Invictus (2009) y a destapar los trapos sucios de la gestión de Edgar J Hoover en la homónima J. Edgar (2011), cinta ésta que distaba mucho de estar rodada con pulso al acercarse a un formato más televisivo.
Y cuando todo apuntaba a que Eastwood iba a convertirse en un cineasta consagrado a remover conciencias, a destapar las miserias de Norteamérica y transfigurarse en adalid del progresismo, tras la localista Jersey Boys (2014), este incansable realizador sorprende al mundo entero con El Francotirador (2014). La adaptación del libro autobiográfico de Christopher Kyle, el que dicen fue el francotirador más letal de EE.UU. y héroe nacional, ha levantado tantísimas ampollas que ha puesto en pie de guerra una vez más a detractores y admiradores de Clint Eastwood. Nada así se podía esperar de él a estas alturas de su vida, pero lo ha hecho, ha vuelto a meter el dedo en esa llaga ya cerrada de su cercanía a posturas ideológicas ultraconservadoras.
Entre patriotas y asesinos anda el juego
El Francotirador no es una gran película bélica, todo lo contrario, adolece de ritmo, la puesta en escena es demasiado parca y las escenas de acción están ya manidas por producciones anteriores que la superan en efectividad e impacto visual, y si no ahí están títulos como Black Hawk Derribado (2001) o Green Zone: Distrito Protegido (2010), ambos ambientados en contiendas de Oriente Medio que comparten temáticas y valores estéticos y visuales semejantes, pero cuya distancia a la película de Eastwood es kilométrica, en detrimento de la propuesta del veterano director, claro. Lo que El Francotirador muestra sin ningún tipo de tapujos, y en eso no hay que quitarle el mérito a Clint Eastwood, es que no ha tenido reparo alguno en mostrar el sentir de millones de norteamericanos por su héroes nacionales, personajes que aquí tildamos de asesinos de masas, de criminales de guerra u otros calificativos aún menos piadosos. El comienzo de la cinta, con un joven Chris Kyle recibiendo consejos ultraderechistas de su padre tras la asistencia a una misa evangélica, y el final, imágenes documentales reales de lo que fue la despedida y funeral del francotirador, con toda una ciudad volcada, son momentos realmente estremecedores que abrirán heridas en las mentalidades más progresistas, pero que, si se les quiere desposeer de juicios morales, son el reflejo de la mentalidad de gran parte de un pueblo, el norteamericano, que ha vivido en guerra «preventiva» perpetua desde la comisión del genocidio indígena a finales del siglo XIX y principios del XX. Es lo que hay: Clint Eastwood, cuenta, documenta y participa de ello sin el menor complejo.
Tras el estreno de El Francotirador los fans de Eastwood, quizás abrumados por el explícito mensaje de la película, quieren ver en el metraje un retrato del semblante oscuro del héroe, una crítica velada a una sociedad militarista y agresiva, intentan salvar los papeles de un filme que artísticamente no tiene gran cosa y de la reputación de un director que es como es, nos guste o no. Clint Eastwood tiene más de 80 años y no tiene que demostrar nada a nadie, ni mucho menos dar lecciones de moral. Es cierto que es un director cuya obra no tiene unas líneas autorales definidas, quizás ni siquiera se le pueda considerar como un autor, es más un director de oficio que siempre ha contado lo que le ha parecido mejor y que ha alternado títulos mayormente conservadores con otros de más progresistas, pero en todo caso es un superviviente nato, y con el Francotirador lo ha demostrado volviendo al candelero de la actualidad, entusiasmando por su polémico filme a jóvenes aficionados que se acercan a revisar la filmografía de esta leyenda viviente.
Clint Eastwood ¿un dinosaurio? Por supuesto, pero un Tiranosaurius Rex nada menos, y cuidado que aún puede morder.