Ridley Scott, el replicante incansable
La percepción del tiempo cinematográfico, al igual que el tiempo político o económico, es una sensación que no rige de la misma manera que el transcurso de una vida común. Los movimientos culturales, contestatarios o estéticos marcan el ritmo de las creaciones cinematográficas. En este contexto, los cineastas suelen estar adscritos a las marcas generacionales donde desarrollan el grueso de su obra, o al menos al momento en el que realizan sus mejores trabajos. Pocos realizadores sobreviven a esta circunstancia, lastrados por cierta desmotivación en el momento de adaptarse a las nuevas exigencias de los estudios o los cambios tecnológicos. Suele ser cada década cuando se produce esa ruptura entre lo nuevo y lo antiguo, y quizás, en lo que a la historia del cine moderno atañe, la ruptura traumática entre la forma de hacer cine entre los 70 y 80 fue la más visceral de todas. Directores que habían desarrollado una excelente carrera en los años 60 y 70 se ven de repente desmarcados de las modas imperantes en el época de la laca y los pantalones paqueteros. No sucedió lo mismo con un puñado de cineastas entre los que podemos citar a William Friedkin, Steven Spielberg o Ridley Scott. Éste último, británico de nacionalidad, comienza su carrera como realizador cinematográfico a finales de los años 70 ofreciendo un cine que poco tenía que ver con esa corriente contestataria de la contracultura que tenía sus días contados.
En el espacio nadie escucha tus gritos, que lo sepas
Ridley Scott (South Shields, 1937), estrena su primera película en 1977, Los Duelistas (The Duellists), basada en la novela corta de Joseph Conrad. En Los Duelistas, Scott ya marca las líneas definitorias y claves de su experiencia cinematográfica: una cuidada fotografía, ambientes húmedos y brumosos y un montaje dinámico pero de tendencia clasicista que rompería de manera drástica en Black Hawk Derribado (Black Hawk Down). Siendo una película pequeña pero con grandes aspiraciones, Los Duelistas sitúa a Scott en los primeros puestos de salida de esa generación de realizadores que tuvieron que elegir entre el «adaptarse o morir». Su respuesta fue más que contundente cuando entrega a los estudios 20th Century Fox el primer montaje de Alien, el octavo pasajero (Alien), clásico entre clásicos que cruza diversos géneros -horror, space opera y thriller- para crear una cinta atmosférica y claustrofóbica a la vez, una mitología que daría lugar a sendas secuelas y que fue imitada hasta la saciedad por el exploit italiano de la época. Alien convierte al divertido y didáctico viaje espacial en una pesadilla de aislamiento plagada de monstruos xenomorfos, una cinta inolvidable por la que realmente no ha pasado el tiempo. Ese factor de intemporalidad es el que precisamente define como más precisión el cine de Ridley Scott; es su forma de rodar, su cuidada estética lumínica y fotográfica y su detallista puesta en escena lo que hace posible que el visionado de Alien, casi cuarenta años después, siga siendo una experiencia tan brutal como imprescindible para el aficionado al cine fantástico y al espectador en general.
Like tears in the rain
Tres años le tomó a Ridley Scott entregar un nuevo trabajo, una cinta de cine negro ambientada en un futuro distópico y casi apocalíptico, Blade Runner. Protagonizada por Harrison Ford en el papel del exterminador de humanoides «replicantes», Deckard, la película es siniestra y poética, anticipadora en lo tecnológico y sucia en lo visual, luminosa en su fondo pero oscura en su alma; en definitiva una de las obras imprescindibles del cine del siglo XX. Con elementos de su guión imitados también hasta la extenuación, Blade Runner, al contrario que Alien, hasta el momento no ha tenido producción que haya logrado realizar un exploit canónico; su originalidad y poética puesta en escena es tal que su visionado es único e intemporal.
De acuerdo, escucha: no nos dejemos agarrar (Geena Davis en Thelma y Louise)
A pesar de los excelentes resultados de Blade Runner, Ridley Scott realizaría hasta dos montajes diferentes de la cinta hasta conseguir el resultado que él buscaba originalmente. Fueron las presiones del estudio lo que hicieron que Blade Runner tuviera un final feliz, o que Deckard estuviera acompañando su relato con una voz en off. La industria cinematográfica de los años 80 estaba cambiando hacia un cine de consumo y entretenimiento que no existía en los 70. Los siguientes trabajos de Scott se enmarcan de lleno en esa dinámica de argumentos facilones y resultados previsibles que marcaron la mayoría de las grandes producciones de la época: el fiasco del cuento de hadas que fue Legend, la vacuidad de La Sombra del Testigo (Someone to watch over me) o Black Rain, esa oda a mayor gloria de Michael Douglas que disfrutaba de un más que interesante punto de partida, suponen el segmento menos atractivo de su carrera cinematográfica. Tendríamos que esperar a que llegaran vientos de cambio para que Ridley Scott, abandonado por la crítica a su suerte -Black Rain fue un éxito de taquilla pero no de crítica-, se reconciliara con su espíritu de cineasta con Thelma y Louise, una cinta pequeña pero con una potente historia de superación y amistad, una película que se desmarca de los tabúes impuestos por el machismo del momento. La interpretación de Susan Sarandon y las ascendentes estrellas Brad Pitt y Geena Davis terminan de completar un plantel al que Scott rodearía de una atmósfera luminosa y deliciosamente crepuscular.
Scott de nuevo en el ojo del huracán, en el centro de las miradas, a empujones y con paso firme pasa a competir en las carteleras con nombres hasta el momento desconocidos: Michael Bay, Stephen Hopkins y una nueva caterva de directores que ofrecen un cine nuevo, más estilizado, pirotécnico y…digital. Uno de los mayores escollos que tuvieron muchos técnicos veteranos fue la adaptación a los estándares de una industria que comenzaba a apostar por el uso de los efectos digitales para la recreación de escenografía y abaratamiento de los costes. El realizador británico no tuvo ningún problema cuando rueda Gladiator, cinta comercial pero también épica, poética y bella, con un guión plagado de frases y diálogos inolvidables. Gladiator también supone el encuentro con uno de sus actores fetiches, Russel Crowe, con el que más tarde rodaría Un Buen Año (A Good Year), American Gangster, Red de Mentiras (Body of Lies) y una pomposa adaptación de Robin Hood.
Esquivando balas cámara al hombro
Ridley Scott no se dejó agarrar, como dice el personaje de Geena Davis en Thelma y Louise, y se dedicó a una producción de filmes tan continuada como febril. Según manifestó en una entrevista concedida mientras rodaba la impresionante e influente Black Hawk Derribado, el realizador británico confesaba no haber dirigido las suficientes películas para llenar su larga carrera y prometía dedicarse sin descanso a la producción y realización de nuevos trabajos. Navegando entre una multitud de aventuras genéricas: horror con Hannibal, aventuras medievales con El Reino de los Cielos (Kingdom of Heaven), o comedias como Los Impostores (Matchstick Men), la citada Black Hawk Derribado se alza como el mejor título rodado hasta Prometheus, la resurrección del universo Alien. Black Hawk Derribado es una película con un ritmo frenético, intenso y desesperado; su estilo visual que marcado un antes y un después en el género bélico, derivado a un estilo casi documental de cámara en mano con una intensidad nunca antes vista en la pantalla.
Retorno al planeta de los Protoaliens
Prometheus parece ser otro punto de inflexión en la carrera de Ridley Scott, al que pareció no afectarle en lo laboral la muerte de su hermano y socio en Free Scott Productions, Tony Scott, también realizador de cine. Prometheus intenta dar un giro de tuerca al universo Alien pero prescindiendo, en un principio, de la presencia del monstruo xenomorfo. El guión de esta cinta no la convierte precisamente en esa pléyade de virtudes que Scott necesitaba para asegurar el mantenimiento de la franquicia Alien, pero quizás sea una de las mejores aproximaciones de los últimos veinte años a la space opera. Si las lacras que casi arrastran a Prometheus a la papelera se solucionan en su secuela, podemos esperar una obra superlativa y uno de los broches de oro que van a jalonar la larga carrera de Ridley Scott.
El cineasta británico cumple en 2015 la edad de 78 años. Su genio y su inspiración siguen intactos, también conserva un espíritu de superación pocas veces visto en un cineasta. No sólo es un artista prolífico, también sabe adaptarse a las tecnologías e inquietudes de la época y mostrarse cercano al público más joven. Comenta en una entrevista promocional de su nuevo filme, Exodus, que es su genética, heredada de su madre, le mantiene en plena forma. Si dicha afirmación es cierta esperemos que Scott llegue a la secuela de Prometheus con su creatividad y sus ganas de trabajar intactas y nos ofrezca ese título contundente y brutal que llevamos esperando desde el rescate de los cincuenta marines en Black Hawk Derribado.