Crítica: El Francotirador, de Clint Eastwood
Título: El Francotirador (American Sniper). Año: 2015 Duración: 132′ País: EE.UU. Director: Clint Eastwood. Guionista: James Hall ( a partir del libro de Chris Kyle) Director de fotografía: Tom Stern. Música: Clint Eastwood, Ennio Morricone. Reparto: Bradley Cooper, Sienna Miller, Luke Grimes, Jake McDorman, Kyle Gallner, Keir O’Donnell, Eric Close, Sam Jaeger, Owain Yeoman, Brian Hallisay, Marnette Patterson, Cory Hardrict, Joel Lambert, Eric Ladin, Madeleine McGraw.
A los pocos minutos del comienzo de El Francotirador (American Sniper, 2015) hay un diálogo en el que el padre de Chris Kyle (Bradley Cooper), el que llegó a ser el «sniper» más letal del ejército norteamericano, tras salir de la misa dominical evangélica y sentarse a la mesa, explica a los alevines de la familia, Chris y su hermano pequeño, que hay tres tipos de personas, las ovejas -el común de los ciudadanos-, el lobo -aquellos que aprovechan la debilidad de las ovejas para aniquilarlas-, y el perro pastor -los que usan su capacidad para matar protegiendo al rebaño-. Este diálogo viene a resumir en dos minutos la doctrina estratégica del pueblo norteamericano y, más, de sus políticos y uniformados, respecto al resto del mundo, donde se justifica de modo inapelable cualquier acción de su ejército -el perro pastor- contra sobre los potenciales peligros que haya allende las fronteras de un nación cuasiperfecta, cuyo sistema de vida -eufemismo: capitalismo, consumismo y supremacismo patriótico-, al ser el mejor del orbe, hay que salvaguardar a tiro limpio al mínimo signo de provocación o amenaza.
Esta doctrina, la de la guerra preventiva, es contraria a cualquier mentalidad pacifista que se precie, y está omnipresente no sólo en todo el metraje de la película, también en el teaser que acompaña a los títulos de crédito finales, imágenes documentales del sentido funeral del francotirador, una vez retirado y asesinado por un ex-marine que arrastraba problemas mentales desde su servicio en Iraq. Tirando nuevamente de verborrea bíblica, se podría decir que quién a hierro mata a hierro muere, y es que Chris Kyle llegó a matar a un número impreciso de enemigos entre 130 a 200. Sin duda una leyenda para la mayoría de un pueblo que tiene en el ADN de su cultura a las armas y al evangelismo como dos de los pilares principales que sustentan a ese lugar edénico que es EE.UU.
Clint Eastwood es el realizador de El Francotirador, cinta en la que realiza un ejercicio poco estiloso, de casi nula intensidad dramática pero que, sí se quiere ver, encierra un mensaje peligroso a la par que nítido. Poco vamos a encontrar en el aspecto técnico, el realizador norteamericano se limita a realizar un trabajo anclado en el clasicismo que le ha caracterizado siempre, con unas escenas de acción que redundan en lo ya visto en otras películas que han retratado los conflictos en Oriente Medio. En el plano narrativo, la vida personal de Chris Kyle se contrapone a la de sus sucesivas épocas de servicio, creando un contraste que hará mella en el SEAL y le desconectará paulatinamente de toda vida afectiva; por desgracia, el resultado en la pantalla de este conflicto es el del retrato de una tambaleante relación conyugal sin más fustes que la reconciliación final de la devota esposa (Sienna Miller) con su abnegado y heroico marido. No hay conflictos ni aristas que enconen un guión prefabricado a base de moldes rellenos de barras y estrellas, El Francotirador es una película donde todas las piezas -incluso esos tiroteos en los que caen 20 iraquíes por cada americano- están convenientemente engrasadas para que la película vaya del tirón hasta el consabido final; Clint Eastwood ha realizado una cinta carente de emoción y aún menos de sorpresas.
Desde que el ahora veterano actor y director protagonizara Harry El Sucio (Dirty Harry, 1971), a Eastwood se le ha acusado de pertenecer a la extrema derecha norteamericano, de algo parecido a filofascismo, no tanto por sus manifestaciones políticas, siempre muy comedidas a pesar de haberse posicionado públicamente en las filas del Partido Republicano, como por el contenido de sus películas. Es cierto que Clint Eastwood ha demostrado a veces una inequívoca querencia por el autoritarismo en sus films, pero en otros ha mostrado aptitudes más progresistas, como el western Sin Perdon (Unforgiven, 1992). Acusar por tanto a Eastwood de elaborar en El Francotirador un panfleto patriótico para el consumo de los estadounidenses, es puro reduccionismo. Hay todo eso y más, El Francotirador es una olla donde se cuece la moral del pueblo norteamericano, un ejercicio fílmico bastante precario pero que nos regala, a nosotros, los europeos, una reflexión sobre el talante y personalidad de nuestro aliado atlántico, EE.UU. A Eastwood se le llama fascista porque lo dice con toda naturalidad, sin los fuegos de artificio de otros films, esos sí, decidamente panfletarios, como El Único Superviviente (Lone Survivor, 2013), Acto de Valor (Act of Valour, 2011) o la didáctica y manipuladora La Noche Más Oscura (Zero Dark Thirty, 2012).
Naturalmente, no hay lugar para la disidencia ni en éste filme ni en otros de similar calado realizados por Eastwood, o alguno de los mencionados en el párrafo anterior. El Francotirador es una de esas películas que serán incomprendidas por el público europeo y por aquellos norteamericanos que cuyas miras alcancen más allá de los patrióticos anuncios y manifestaciones pro-ejército que inundan los descansos de la Superbowl. El filme de Eastwood también fracasa por el retrato tan plano que hace de un fenómeno tan complejo como es el del militarismo norteamericano. Lo último que Eastwood tuvo en la cabeza cuando concibió esta película fueron títulos como El Cazador (The Deer Hunter, 1978), Jardines de Piedra (Gardens of Stone, 1987) o la cruda y documental Restrepo (2010), pero El Francotirador bien nos vale para hacer una lectura, aunque sea de trazo grueso, de la mentalidad que une a muchos norteamericanos como pueblo creado a partir de un genocidio -el de las tribus norteamericanas- y cuya supervivencia se empeñan en demostrar que depende de una fuerza militar desproporcionada, arbitraria y omnipresente.