Ya queda poco para el Festival Nocturna termine su segunda edición. De momento el nivel de los títulos exhibidos supera al del año anterior, y la cantidad de asistentes, así como el nivel de organización del festival ha mejorado significativamente. De seguir así Nocturna lo tiene fácil para posicionarse como un genuino festival de cine fantástico en la capital española. Este año se han buscado invitados de mayor nivel que han ayudado a despertar aún más expectación que los títulos proyectados; tal es el carácter del aficionado al fantástico, mitómano por naturaleza aparte de gourmet de platos fuertes. Para la jornada del viernes se encontraron presentes en las salas del cine Palafox nada menos que Eugenio Martín, Jack Taylor, Víctor Matellano y Jaume Balagueró.
Un día fuerte el de ayer que nos dividió el corazón en el momento de comenzar la primera sesión. En la sala 1 proyectaban Wolf Creek 2 (2013), la continuación de las aventuras de sádico asesino Mick Taylor, en la sala 2 nada menos que el clásico del Fantaterror español, Una Vela Para El Diablo (A Candle For The Devil, 1973), de Eugenio Martín, junto al documental ¡Zarpazos! (2014) dirigido por Víctor Matellano. Esta última propuesta incluía la asistencia de sus respectivos directores y protagonistas de las obras. Mi decisión se decantó de parte de la proyección en la sala 1, en la que nuestro buen amigo Sergio Morcillo estrenaba a lo grande su corto Metamorphose (2014), una pieza bastante brutal y sangrienta inspirada en aquella «nueva ola del cine de terror francés» que lanzó a cineastas ahora tan conocidos como Xavier Gens o Alexandre Ajá. El cortometraje de Sergio Morcillo es breve pero intenso en sentido literal de la palabra pues condensa en pocos minutos la angustia, la violencia, el miedo y el sentido de la venganza que estaban presentes en aquellas cintas como Alta Tensión (Haute Tension, 2003) que no daban respiro al espectador y le sumergían en un mundo de sadismo y crueldad normalmente ejercidos por el psicópata de turno hacia mujeres convertidas en improvisadas heroínas sedientas de venganza. El joven realizador se desvela como una promesa a la que si se le concede la oportunidad que se merece puede dar un vuelco al horror español desde una óptica más agresiva y moderna.
Wolf Creek 2 es la continuación de las andanzas del personaje creado por Greg McLean, director y guionista de ambas entregas. Mick Taylor, cruel y sádico asesino con un especial sentido del humor, vaga por las carreteras del desierto australiano, concretamente en los alrededores del cráter Wolf Creek, atrapando a incautos turistas, sometiéndoles a esclavitud sexual, troceando sus carnes trémulas y en muchos casos devorándolas. Este perfil de auténtico depravado carnicero no se sostendría sin el tono humorístico con el que guión lo trata, a lo que contribuye sin lugar a dudas la interpretación de John Jarrat como el impagable y genuino serial killer perfectamente ajustada a su personaje.
Wolf Creek 2 tiene un arranque muy bestia y no quiere hacer esperar cuarenta minutos al público para lanzar sus primeros litros de sangre -como sucedía en su predecesora-, la acción es más frenética y los chistes se suceden con más sarcasmo y frecuencia, consiguiendo una película menos seria y más entretenida pero muchísimo más gore y brutal. Tiene muchas escenas de humor y hasta un discurso nacionalista (sic) con el que Mick Taylor justifica sus brutales carnicerías, un tono que el público agradece y comenta al final de la proyección, y una nueva vuelta de tuerca a una historia y un personaje que no ha caído en la rutina sino que emerge desde esta secuela con renovadas energías. Mick, todos te queremos, cuídate allá donde estés y defiende al desierto australiano de esos insidiosos turistas.
Tras la proyección de Wolf Creek me reuní con unos amigos a la salida. Estuvimos comentando los mejores chistes de la película -la secuencia de los canguros entre nuestras favoritas- y nos fuimos a tomar un refrigerio a base de zumo de cebada hasta la proyección del plato fuerte de la noche. Mientras tanto Juame Balagueró hacía las suyas en la sala 1 proyectando Mientras Duermes (2011), quizás una de las películas menos interesantes del realizador catalán.
Hablamos de plato fuerte de la noche con mucha razón. Wax (2014) es la primera película de ficción de Víctor Matellano, escritor, cortometrajista y documentalista que ha presentado en Nocturna nada menos que tres cintas incluida Wax: el cortometraje La Cañada de Los Ingleses, el documental ¡Zarpazos! y la que nos ocupa, Wax.
Protagonizada por el veterano Jack Taylor, icono imprescindible del Fantaterror, aprovecha la nueva tendencia del found footage para contar una historia ambientada en el Museo de Cera de Barcelona. Wax tiene una gran carga de terror psicológico y de simbolismo. La historia en sí no pretende ser una narración al uso y se comporta de forma irregular en muchos momentos. Dicho tono no es descuido del realizador, todo lo contrario, Matellano juega con la angustia y el miedo como sistema nervioso central de las pulsiones humanas, y en muchos casos de las compulsiones más sádicas y morbosas -personificadas en la figura del Dr. Knox-. No elude la cinta el terreno del Fantaterror pero en una vertiente más autoral y sofisticada, quedándose más cerca del enfermizo cine de Jess Franco que de las monster movies de Paul Naschy. La película puede ser aburrida en algunos momentos como en el segmento donde se abusa de la visión infrarroja para rodar a oscuras, o puede provocar desconcierto con esa mezcla de varios idiomas, utilizada suponemos para rememorar aquella mezcolanza de equipos de diversas nacionalidades que caracterizaron a las producciones fantaterroríficas. También puede resultar difícil de comprender por un público poco familiarizado con el lenguaje del horror fantaterrorífico: morbo, sexo, putrefacción, crueldad, deseo…constantes que se alzan en el cine patrio de la época y que son reivindicadas por Matellano como una mirada diferente de hacer cine de terror. Una escena para el recuerdo: Jack Taylor conduciendo un coche fúnebre con una mujer muerta en la caja vestida de blanco, preludio de pulsiones necrófilas e icono de la Muerte no como fin de la existencia sino como terreno ignoto para el horror.