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Crítica de Rovdyr (El Placer de la Caza), de Patryk Syversen

 

Título: Rovdyr (El Placer de la Caza). Año: 2008. Duración: 75’. Nacionalidad: Noruega. Director: Patryk Syversen. Fotografía: Havard Byrkjeland. Música: Simon Boswell. Sonido: Gisle Tveito. Edición: Veslemoy Blokhus Langvik.  Guión: Nini Bull Robsham, Patryk Syversen. Reparto: Henriette Bruusgaard, Jorn-Borjn Fuller-Gee, Nini Bull Robsahm, Lasse Valdal.

Noruega, 17 de julio de 1974. En el prólogo de la película Rovdyr (El Placer de la Caza, 2008), tras un pantallazo de color rojo, suena un cuerno de caza y una chica con aspecto mugriento y magullado corre por un frondoso bosque. Está herida y su desesperación es evidente. De repente cae al suelo, su pie ha sido atrapado por un enorme cepo. Mira a su alrededor y contempla un cuerpo cubierto de sangre, atado a un árbol. A continuación aparecen los títulos de crédito, donde se nos presenta a los protagonistas principales, acompañados por música  setentera cantada en noruego.

El verdadero comienzo de esta Rovdyr (El Placer de la Caza), dirigida por  Patryk Syrvesen, contiene todos los ingredientes necesarios para afirmar que nos encontramos ante un slasher que cumple religiosamente con el decálogo del género: jóvenes urbanitas que van de excursión a un territorio rural paran en una gasolinera y allí tienen un encontronazo con unos lugareños que se mofan de ellos. En ese momento, la película abandona la estética naturalista que predomina en sus primeros minutos y nos muestra algo más feísta y oscuro. Es el preludio atmosférico de lo que está por llegar. Este arranque, tan tópico, termina con un brutal punto de giro del guión en el que se suceden dos asesinatos con tal rapidez y crudeza que suponen  un shock para el espectador. Inmediatamente la película se lanza a la acción, llevándonos a un territorio inhóspito, el de un bosque interminable de helechos y árboles de gran altura, fotografiado con colores apagados, donde el verde de la vegetación carece de brillo y la sangre es de un tono oscuro casi negro.

Un grupo de hillbillies locales –denominación de un icono cultural americano que aquí es presentado con características similares- toma a los personajes y les convierte en los blancos de una caza cruenta y desigual. En su posición de ventaja, frente a la bisoñez de los urbanitas, los asesinos se toman su tiempo para cazar a las víctimas, redundando en la recreación y la crueldad con la que ejecutan sus muertes. Los hillbillies  hacen sonar su cuerno de caza y los jóvenes van cayendo uno a uno en las trampas con qué han sembrado el bosque. Estas trampas sólo son el preludio a una muerte más cruel y sangrienta, dentro de un estilo visual gore que, excepto en algunas escenas en off, se muestra casi pornográfico, ayudado por una ambientación que recoge sonoridades selváticas que subrayan la soledad del ser humano dentro una naturaleza incomprendida por éste, pero pasiva y despiadada, un telón de fondo,  que finalmente toma un especial protagonismo al ser determinante en la evolución de la historia y los personajes. Los árboles, ramas, rocas y desniveles del terreno son elementos con los que el director juega en Rovdyr (El Placer de la Caza) para acrecentar la tensión y la ansiedad, llevando a los personajes al borde de la locura y la desesperación.

Rovdyr (El Placer de la Caza) se sitúa en las antípodas de una de las producciones que introdujo la temática de la caza humana, El Malvado Zaroff (The Most Dangerous Game, 1932). Frente al estilismo y eleganc ia de este título clásico, la cinta noruega sigue los pasos de la nueva ola de cine de terror francés, calificada como “le cinema de la cruentée”, y en la que destacan títulos tan viscerales como A l´interieur (2007) o Alta Tensión (Haute Tension, 2004). Posiblemente sea  Alta Tensión, la obra con la que Alexandre Aja rompió como punta de lanza de esa corriente de terror extremo, la que tenga más puntos de conexión con el film de Syversen. Títulos como los mencionados y como Rovdyr (El Placer de la Caza) reescriben la historia del slasher del nuevo siglo, alejado de los maniqueísmos videocliperos y los argumentos pueriles que en muchos casos caracterizaron a los títulos ochenteros.

Al igual que Alta Tensión o A l´interieur, El Placer de la Caza es una película que reinterpreta los códigos del género y los enmarca en un escenario, tiempo y lugar, fuera del tópico Midwest americano, creando algo distinto, con una personalidad propia, ya sea por la propia nacionalidad de la producción como por la introducción de otro tipo de elementos que nos remiten a un título tan legendario como Defensa (Deliverance, 1972). En esta película de John Boorman unos urbanitas, encabezados por Lewis (Burt Reynolds) el macho alfa del grupo se van a de excursión a la montaña y son perseguidos por unos hillbillies que no dudarán en asesinarles por el simple hecho de haberse atrevido a pisotear un territorio que no les pertenece. Rovdyr (El Placer de la Caza) rinde un sonoro homenaje a Defensa en la escena en la que la protagonista, Camille (Henriette Bruusgaard) usa el arco y las flechas para acabar con uno de los asesinos.

A diferencia de Defensa, los psicópatas de Rovdyr (El Placer de la Caza), son gente taciturna, cuyos rostros aparecen ensombrecidos por las gorras que siempre llevan puestas. Visten ropa de caza y utilizan el cuchillo de monte con la gran destreza y nihilismo. El carácter de los personajes de El Placer de la Caza dista mucho de Defensa, en el sentido de que la caza de los hillbillies noruegos es algo psicopático y sexualmente retorcido –uno de ellos duerme con el cadáver de una mujer en su tienda de campaña-, como si el mayor placer sexual para ellos fuera el propio acto de la caza. En Defensa los hillbillies americanos están contaminados por la endogamia y tienen necesidades sexuales –la escena en la que uno de los compañeros de Burt Reynolds es sodomizado por uno de sus perseguidores-; aquí el acto de matar es observado como el triunfo del espíritu humano, que se desvela en su verdadera esencia, la del superhombre en comunión con una naturaleza que no sabe de moral.

Uno de los grandes hallazgos de Rovdyr (El Placer de la Caza) es su director, Patryk Syrvesen, y otro, su actriz principal, Henriette Bruusgaard, una auténtica heroína que se enfrenta con entereza a los hillbillies ofreciéndonos momentos impagables como aquel duelo de miradas a tres mientras media un cuchillo de monte que amenaza con degollar su cuello, o aquella otra en la que acaba de un flechazo con uno de los asesinos. La evolución de su personaje, de rubia cañón a scream queen de camiseta sudada y pelo sucio, debería ser reclamado como uno de los iconos sexys del slasher europeo, como lo fue el personaje de Cecile de France en el film de Alexandre Aja.

Rovdyr (El Placer de la Caza) es una joya del cine de terror europeo, una cinta a reivindicar y a incluir en nuestras colecciones videográficas. Es una película de culto pero aún es más, es una redefinición del género que no se ha tenido lo suficientemente en cuenta. No ha tenido la misma suerte que las cintas francesas que hemos mencionado en este artículo, y es una pena, pues la originalidad de la propuesta habría de ser tenida en cuenta de cara al futuro, el de abrir nuevas vías para el slasher que no sean la del remake o la de la repetición sistemática de unos esquemas que ya sea agotaron hace treinta años.

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