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Lords of Salem

Rob Zombie, Satán y la mujer

Lords of Salem es la película más incomprendida de Rob Zombie, una sencilla producción localizada en unos cuantos set que se aleja de los excesos de hemoglobina y brutalidad que tanto gustan a sus fans. La película termina siendo un título más intimista en el que se conjugan elementos que, para desdicha de sus seguidores más confundidos, ni siquiera tienen al diablo como epicentro de la narración, sino a la figura de la mujer.

Sheri Moon Zombie (la DJ Heidi Hawthorne) será el chivo expiatorio de una estirpe de brujas que fue torturada por un grupo de puritanos -encabezado por Dean Magnus (Sid Haig)- en el año 1969. Lords of Salem es una cinta en la que la alegoría y la representación del diablo en forma de un ente deforme y poco agraciado resume las ansias de liberación femenina mediante un escape mental, una aventura onírica y lisérgica con un final bastante abierto. La  existencia de una soterrada comunidad brujesca convive con una acomodada y conformista genealogía de rectores masculinos, segura en sus hogares burgueses y desconocedora de la venganza que se cernirá sobre ellos como castigo por lo que hicieron sus antepasados. Esta es la sinopsis de Lords of Salem que, a todas luces, se aleja de todo lo hecho anteriormente por Rob Zombie, tanto en lo argumental como en lo formal. El elenco de Lords of Salem también refuerza la apuesta de Rob Zombie por los valores femeninos, rescatando a viejas glorias del olvido, las actrices: Judy Geeson, Meg Foster o Patricia Quinn son algunas de las protagonistas femeninas, junto a Sheri Moon Zombie de este thriller en el que el diablo es la piedra de toque, si no la excusa, para comenzar la liberación femenina.

Los momentos más terroríficos del filme no son de gran intensidad, Rob Zombie nos muestra presencias que normalmente están en off visual excepto por breves momentos, unos destellos que consiguen crear una atmósfera de terror allí donde segundos atrás no había nada. El realizador no está interesado en ser explícito, Lords of Salem sigue los pasos de la diabólica La Semilla del Diablo (Roman Polansky, 1968) en cuanto a su tono atmosférico, en el uso de las sombras y los contrastes y en la utilización del espacio familiar. Y es la ruptura de la seguridad del hogar, de nuestra psicología y valores morales, y de la intromisión de lo siniestro en nuestra morada, lo que Rob Zombie quiere llevar al límite en esta historia de feminismo-satanismo.

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No podemos pasar de alto las reminiscencias, y más que evidentes apuntes e inspiración, de algunos títulos de la época de gloria del American Gothic. Si la parte que se desarrolla en la Nueva Inglaterra del siglo XVII nos recuerda enormemente a algunos fragmentos de La LLuvia del Diablo (The Devils Rain, 1975), la melancolía de algunas de las escenas nos remite al clásico del vampirismo de la época Let´s Scare Jessica to Death (1971), cinta poco conocida que tenía a una mujer y su universo femenino como eje alrededor del que gira toda la historia. Posiblemente Let’s Scare Jessica to Death fuera el título que Rob Zombie tuvo más presente a la hora de dar forma al personaje de Sheri Moon Zombie por las similitudes que del rol femenino en una y otra película.

Por último, la presencia del rock, y concretamente del Black Metal, es otro de los interesantes elementos de Lords of Salem. Cierta es la influencia del satanismo en el rock, especial y explícitamente en el estilo Black Metal. El concepto del satanismo en nuestra civilización está desvirtuado y pocos cronistas se han dedicado a hacer una exégesis seria de un fenómeno que surge como respuesta contracultural a la opresión de los valores conservadores. El Satanismo, convertido en una religión institucionalizada -innumerables son las filiales de la Iglesia de Satán a lo largo y ancho del orbe-, sus miembros tienen el deber moral de extender la semilla de su credo hasta impregnar los detalles más insignificantes de nuestra cultura popular, a la manera de una conspiración illuminati. Lords of Salem muestra parte de ese discurso insertando algunos tópicos sobre la intromisión del satanismo en nuestra cultura muy fácilmente reconocibles: el disco de vinilo con extraños sonidos que parecen cánticos rituales, detalles en el look de algunos de los personajes, la presencia de un componente de una banda de Black Metal en el programa de radio de Heidi y su aparición en uno de los episodios oníricos de la protagonista, sueño con una gran carga erótica.

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El horror como espejo

Antes de que pudiéramos disfrutar del nuevo título de Rob Zombie, 31 (2017), los clips que el artista colgó en su sitio web (www.robzombie.com) mostraban la temática y objetivos de su última película: el primero de ellos era el de alejarse de lo hecho en Lords of Salem  y volver a sus raíces cinematográficas. En uno de los clips veíamos a tres miembros de una élite ¿económica? vestidos al estilo de Luis XIV; uno de ellos, Father Murder (Malcolm MacDowell) alecciona a los recién llegados a un émulo de palacio versallesco, éstos están atados y oyen decir a Father Murder que van a jugar a un juego de supervivencia llamado 31 -es la noche de Halloween-, tienen doce horas para no dejarse matar por una caterva de asesinos vestidos de payasos (killer clowns). Les recuerda que 31 es la guerra, y la guerra es el infierno. En el segundo clip, el asesino Doom Head (Richard Burke) se caracteriza como un payaso en un secuencia de planos que duran décimas de segundo; acto seguido, el killer clown se autolesiona en pleno paroxismo. Las víctimas del juego son los miembros de una banda de country -igual que en Los Renegados del Diablo– que irán cayendo uno a uno en las manos de los asesinos; el final de la película no deja espacio a la esperanza, la ensangrentada sonrisa clown de Doom Head saliva y sus ojos se pierden en una furia incontenible. Rob Zombie vuelve a un estilo cercano a sus orígenes: nihilismo, violencia explícita y retrato paisajístico de los años 70 -al menos en el principio de la película-.

Pero aún por el look vintage de las primeras secuencias del filme, una vez que la acción se lanza tras el primer punto de giro, ya nada parece indicar que nos encontremos en la década de los 70, la intemporalidad del ambiente y del discurso bien podría ser válidos hoy en día pues encierra una lectura política de honda envergadura, sustantivada en un orden social en forma de pirámide trófica, de arriba a abajo: los poderosos (la plutocracia económica), los soldados (Doom Head y los killer clowns) y las víctimas (una pandilla de trotamundos de los que no se acordará nadie). Los discursos de Doom Head, el pronunciado en los primeros momentos del filme y justo antes de querer ajusticiar al personaje de Sheri Moon Zombie, no están muy lejos -aunque figuradamente- de lo expresado en think-tanks neoconservadores acerca del poder de la voluntad, la violencia y la convicción personal, y cuyo «pensamiento único» se ha dispersado de forme uniforme y contundente en todos los regímenes que hoy en día se pueden tildar eufemísticamente de «democráticos». El personaje de Doom Head podría ser el del enloquecido veterano de las últimas guerras que las democracias neoconservadoras están llevando a cabo en Oriente Medio, si bien, como indicamos, la extemporaneidad del planteamiento de la película nos lleva a una dimensión más universal. De cualquier manera, y a pesar de las lecturas políticas que pueda contener 31, el festival de hachazos, sangre, referencias visuales y violencia hardcore está servido y significa el retorno de Rob Zombie a sus impulsivos inicios.

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Rob Zombie es amante de las sensaciones fuertes, no es un cineasta comedido precisamente, su libertad creativa le permite crear momentos de enorme tensión y fisicidad sin dejar a un lado la parte dramática. Por ello, la caracterización psicológica de todos sus personajes es lo más aterrador de 31. El resultado que obtiene al dotar de protagonismo y personalidad a los killer clowns está perfectamente medido: deberían dar risa pero dan miedo ¿freak show o reality show? Como la vida misma, una cosa es el aparataje visual con el que los poderosos se rodean para hacernos creer que somos dueños de nuestra libertad (el freak show de los plutócratas de 31) y otra muy distinta es la brutalidad que ejercen para coartarla y ser los principales -únicos- beneficiarios del sistema. Aquella escena de cierre de la película, brutal, genial y sin parangón en el cine actual por la carga emocional y política que contiene, escenifica esa pirámide trófica desde el cine de género más puro.

Que Rob Zombie es una autor dentro del panorama del cine de horror actual, creemos que es un hecho incuestionable. Su personalidad impregna todo su cine. El continuo homenaje que hace a sus orígenes circenses se sustantiva en un espectáculo colorista y violento. Zombie se expresa sin cortapisas, usando el lenguaje cinematográfico de manera salvaje, como Leatherface usa su motosierra como forma de expresión y nos da ese toque de atención: ¡miradme, aquí estoy y me encuentro muy enfadado, vamos a divertirnos!

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