critica la presa cartelCrítica: La Presa, de Walter Hill

Título: La Presa (Southern Comfort). Año: 1981. Duración: 103 min. País: Estados Unidos. Director: Walter Hill. Guión: Walter Hill, Michael Kane, David Giler. Música: Ry Cooder. Fotografía: Andrew Laszlo. Reparto: Keith Carradine, Powers Boothe, Fred Ward, Peter Coyote, Franklyn Seales, T.K. Carter, Lewis Smith, Les Lannom, Alan Autry, Brion James.

Es algo casi concluyente, en la medida que nos hayamos inmersos en una cultura popular de origen norteamericano, que casi todo lo que aquí sabemos sobre la Guerra de Vietnam procede de fuentes cinematográficas. No hablamos ya de documentales más o menos tendenciosos, que haberlos haylos, y algunos de gran calidad histórica y periodística, sino de la visión que los cineastas norteamericanos han volcado en nuestras pantallas sobre un conflicto que nos pilla de lejos, pero que marcó a una generación y dejó una huella indeleble en la sentir del pueblo yankee. Esta visión netamente norteamericana del conflicto se ha manifestado de forma política en películas tildadas como contraculturales y hasta comunistas -el pacifismo es una palabra maldita en EE.UU.-, otras veces los filmes que han contado el conflicto vietnamita han sido puramente propagandísticos y han ensalzado los hazañas y el sacrificio de sus protagonistas; pero las más han sido películas que han mezclado cierto sentimiento de culpa con autocompasión, sin el menor atisbo de arrepentimiento o crítica política. Sin menoscabo de la calidad cinematográfica de estos títulos, ejemplos como Nacido el 4 de Julio (Born on the Fourth of July, 1989) o Jardines de Piedra (Gardens of Stone, 1987) estarían dentro de la corriente de cine de calidad que se aproxima al análisis de las consecuencias de la guerra en Vietnam y las secuelas para los norteamericanos, sin medir un ápice el reguero de muerte y destrucción que EE.UU. dejó en la corta pero intensa presencia de las tropas norteamericanas en el país surasiático. Un último grupo de películas muestran la bajada a los infiernos del ser humano en un conflicto bélico cualquiera, tomando como telón de fondo la contienda de Vietnam, con apuntes sarcásticos (La Chaqueta Metálica, 1987), costumbristas (El Cazador,1978 ) e incluso enmarcando la historia en contornos metafóricos y anacrónicos (Soldado Azul, 1970).

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La película de Walter Hill, La Presa (Southern Comfort, 1981), hace complejos equilibrios entre este último grupo y el anterior. No sabemos si las fanfarronadas de los protagonistas de La Presa eran o no una actitud real de los soldados norteamericanos, pero sí es cierto que son una constante en todo el cine sobre la guerra de Vietnam que han generado los EE.UU. Hay autocompasión pero también hay una crítica política realizada con distancia y sentido cinemático suficiente como para meter a este título en el saco del incipiente cine de entretenimiento de los años 80.  En La Presa, Walter Hill hace un ejercicio de  traslación del universo bélico vietnamita a una zona pantanosa de Louisiana donde un grupo de ciudadanos comunes enrolados en una milicia deben realizar un arriesgado ejercicio de maniobras: atravesar una zona pantanosa a priori deshabitada y carente de otros peligros que no sean los de los mosquitos y las serpientes. La inmersión del grupo de aficionados a soldados en un ambiente hostil y la aparición de sucios y escurridizos lugareños tras una provocación inicial lanzará al filme a un juego de supervivencia sazonado de fanfarronería, crueldad y mensajes políticos tan evidentes que su conjugación nos muestra a La Presa como un título diferente, podríamos decir outsider en la concepción de su idea principal.

Con nítidas conexiones con otro survival de una década anterior, Deliverance (1971), de John Boorman, la puesta en escena de La Presa es más sucia y brutal, no hay un excesivo preciosismo en las imágenes fotografiadas por el cinematógrafo  Andrew Lazslo, más bien lo que se pretende es crear una atmósfera de terror, redefiniendo al título como un apéndice de aquel American Gothic que sembró la filmografía norteamericana de cintas de terror diez años antes. La inmersión en territorio extraño y el violento recibimiento del que son objeto los soldados, mofándose con balas de fogueo de los lugareños y robándoles las canoas, es visto como una agresión y una intromisión en un hábitat vedado a los forasteros, igual que las guerrillas vietnamitas defendían palmo a palmo su país de las tropas invasoras. En el último acto de la película los protagonistas llegan al poblado cajun, el nido de la serpiente, y comprueban que no todos los habitantes de los pantanos son asesinos, les invitan a comer, a bailar e incluso el personaje de Keith Carradine flirtea con una de las chicas del poblado. Aún así, el desenlace final exige victimizar a los soldados mediante una confrontación con aquel sector de la población local -acaso comunistas en el caso de los vietnamitas- que desde el principio no se han avenido a respetar el uniforme de los soldados y la sociedad moderna y civilizada que representan.

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En La Presa Walter Hill se rodea de colaboradores habituales durante la inaugurada década de los 80: en el reparto encontramos al mencionado Keith Carradine, y también a Fred Ward y Powers Boothe, con el que años más tarde realizaría una de sus mejores películas, el western contemporáneo Traición Sin Límites (Extreme Prejudice, 1987 ). El encargado del score es Ry Cooder, un habitual del cine de Walter Hill que ha sonorizado un gran parte de su filmografía; la elección de Ry Cooder no puede ser más acertada en un película como La Presa, necesitada de sonidos sureños, pantanosos y sosegados, donde la guitarra de Ry Cooder sumerge a la película en un ambiente sonoro de aterradora y tranquila cotidianeidad.

Hoy en día La Presa ha ingresado en las listas de cintas populares de la eclosión nostálgica ochentera que estamos viviendo, en la que parece que todo lo que se hizo en los 80 son auténticas maravillas. La Presa es una película que contiene interesantes valores artísticos y una estimulante lectura política, y es una pena que se eche al saco del maremágnum del cine ochentero sin pararse a observar que su concepción, aún modesta, la sitúan mucho más allá el mero objeto de consumo o colección. La Presa puede ser considerada como una cinta completista a otras mencionadas al comienzo de esta reseña, un testimonio del sentir de una generación de ciudadanos que participó en una guerra de la que no hay excusas oficiales, sólo un sentimiento de victimismo y un crítica sesgada por los valores de una nación que basa su supremacía en el belicismo.

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