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Título: El Templo del Oro (Firewalker). Año: 1986. Duración: 104 min. País: Estados Unidos. Director: J. Lee Thompson. Guión: Norman Aladjem, Robert Gosnell, Jeffrey M. Rosenbaum Música: Gary Chang. Fotografía: Álex Phillips Jr. Reparto: Chuck Norris, Louis Gossett Jr., Melody Anderson, Will Sampson, Sonny Landham,John Rhys-Davies, Ian Abercrombie, Richard Lee-Sung.

Crítica: El Templo del Oro

El Templo del Oro, la típica exploitation de la Cannon sobre Indiana Jones

Ya ha pasado un año. Si, un año desde que empecé a atragantaros por el gaznate con cuanta mierda me podía encontrar por Internet, o por donde sea.

Alimentar mi sección sobre serie Z exige increíbles sacrificios (ninguno a Cthulhu por supuesto), pero pocos son comparables a exponerse al visionado de los ciento cuatro minutos que dura este infumable calvario perpetrado por J. Lee Thompson, el director (se supone, aunque algunos consideramos favorablemente la leyenda urbana que dice que las filmó un mandril subnormal borracho) de cintas decentes como Los cañones de Navarone, El cabo del terror o El oro de MacKenna y que, tras enrolarse en el descabellado propósito de alargar sin sentido alguno el filón de la saga de El planeta de los simios con rotundo fracaso por cierto, se especializó en thrillers cutrones de pacotilla para la factoría de Menahem Golam y en orgías balísticas metafascistas marca Charles Bronson, con lo que tiró por la borda la escasa buena reputación de la que algún día disfrutó.

El Templo del Oro, esta infumable película está protagonizada por Chuck Norris. Por sí solo, este dato bastaría para justificar la inclusión de esta película en esta sección y además para volver a pedir al tribunal de la Haya el perdón publico del bueno de Chuck por toda su filmografía, pero aunque parezca mentira, ahí no termina la cosa. Chuck Norris es, seguramente junto a Dolph Lundgred, el individuo más extraño que se ha paseado por esto de la farándula audiovisual de los ochenta. Su carrera profesional, va de sparring de Bruce Lee a texano con sombrero metido a rosca en una serie televisiva cuyo mayor legado para la Humanidad ha sido servir de archivo de imágenes para los vídeos de chufla que se montan en el Intermedio, como por sus posturas políticas sostenidas con declaraciones ridículas, que van desde su ofrecimiento a erigirse en guardián del muro de la vergüenza que separa México de Estados Unidos a su postulado como presidente de una futurible Texas independiente, ahora que dicen que mandan esos demócratas afeminados y que por su culpa están destruyendo la verdadera esencia de los USA.

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Sin embargo en este caso su participación en el Templo del Oro contiene una virtud reseñable: utiliza la película para deshuevarse de sí mismo y de su fama de héroe de acción. Claro, que a veces en la película nos reímos de su autoparodia cuando él quiere y otras nos reímos simplemente de él, como siempre, quiera o no. En esta ocasión, como agravante, se hace acompañar de Louis Gossett Jr. (lo cual me hace pensar que había un senior), otro que tal baila y que reparte su carrera igualmente entre intrigas de mamporros y cine de aventuras con poca chicha, siempre haciendo del negro que da el toque cómico en estos films. Completan el elenco de El Templo del Oro la jamona de Melody Anderson, niña rubia pija capaz de ir por la selva con tacones y parecer mas tonta de lo que es, y el Indianajonesizado John-Rhys Davies, único nexo de El templo del Oro con la saga de Spielberg por más que pretendidamente pertenezca a ese subgénero de imitadoras con que nos dieron por el culo la segunda mitad de los ochenta y cuyos infraproductos nos sirven continuamente para aumentar los artículos de este, nuestro Blog.

El Templo del Oro y más allá

Pero ya de paso que reseño El Templo del Oro, voy a continuar la historia de la Cannon que comencé en el artículo sobre Lifeforce. Pensaba continuarlo, pero lo fui procrastinando tras la eventual y prematura muerte de Menahem Golan en Agosto del 2014 (vale, creía que era inmortal, al igual que su cine mierdero) y ahora me ha dado por continuarlo. Para poneros en antecedentes sobre el artículo anterior os lo resumo: Narre las aventuras y desventuras de las narices de dos productores israelíes que acaban abandonando la inseguridad de su tierra natal (unos 20 minutos antes que sus dueños) para conquistar los Estados Unidos con su cine apestoso. Su visión: crear un gran estudio de cine. Su realidad: Tener la misma intuición artística que una langosta iraqui.

 

Menahem Golam y Yoran Globus
Menahem Golam y Yoran Globus

A finales de 1984, la empresa funcionaba como ninguna y eran la envidia de la industria. Los proyectos para el año siguiente presagiaban un magnifico futuro. Por un lado, tenían a Charles Bronson con Death Wish 3. Golan y Globus habían comprado los derechos de la serie con el “buen olfato” de entender que el derechismo extremo era lo que caracterizaba el cine de acción de la nueva década. Death Wish 2 fue su primera producción, pero no se trataba de un producto 100% Cannon y eso no les hizo ninguna gracia, porque no tenia ese “toque” personal vibrante que impregnaban a todos sus films. Esta tercera parte, sin embargo, es la viva imagen de lo positivo de la compañía. Y por “positivo” no quiero decir que fuese “bueno”. Más bien quiero decir que es tan desvergonzada y violenta que acaba siendo la más divertida de la serie. Hasta tuvo un videojuego para PC que sin duda se sitúa como el antepasado del “Gran Theft Auto’” por lo bestia de su desarrollo y por cómo explotaban los malos cuando les metías un “pim pam en el culete” con un arma de destrucción masiva de derechas. Por otro lado, seguía pendiente el estreno de la ya rodada y montada Desaparecido en Combate 2, a la que se agregaba el nuevo Chuck Norris “Invasión USA”. A estas dos películas tipicas de la Cannon se uniría una nueva estrella del cine de acción barato ochentero: Michael Dudikoff, protagonista de “El Guerrero Americano”.

Con la mierda compacta de acción bien asentada, los Go-Go-boys (apodo que les puso la prensa especializada por su propensión a dar luz verde a todo tipo de proyectos loquísimos, independientemente de su calidad) volcaron toda su atención en Lifeforce. Como ya sabéis por este blog “nuestros joviales primos narigudos” contrataron para dirigirla a Tobe Hooper, recién salido de su legendaria pelea con Spielberg por Poltergeist. Se supone que asumían que el realizador fue el responsable del éxito de la película. Como bien se ha encargado el propio Hooper de demostrar con los años, que Menahem y Yoram se equivocaban bastante. El film resulto un desastre, y todo debido a la ebriedad de poder a la que estaban sometidos estos elementos. Lo único realmente memorable era que la protagonista se pasaba todo el metraje paseando por Londres en pelota picada y la gente babeando sin saber qué hacer ante dos pitones semejantes. Pero ni por esas consiguieron una taquilla decente.

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El revés, sin embargo, no fue catastrófico. Los ingresos de ‘Death Wish 3’ e ‘Invasión USA’ (la cuarta película en importancia de la compañía según taquilla) no sólo salvaron la situación, sino que además demostraron que los 80 serán irrepetibles, para bien o para mal. Quizá para mal. Además, por fin ocurrió algo que no sólo sorprendió a toda la industria del cine, sino que hizo que más de uno se replanteara el número de dimensiones del universo: Cannon hizo su primera gran película, que encima no era cutre, y, más importante, que no tenía ninjas. El título: ‘El tren del infierno’. Quizá hubiese trampa (al fin y al cabo, la Cannon no era la única productora), pero todo el mundo se quedo estupefacto ante semejante Film.

El mundo seguía girando (no quedaba otra) y ‘El tren del infierno’ estaba nominada a varios Oscar, ‘Delta Force’ arrasaba en taquilla y Menahem producía películas rarunas como ‘Cobra’. Para su primer intento de trabajar con una estrella de verdad de Hollywood (y es que nadie era tan grande como Stallone a mediados de los 80), los primos tuvieron que unirse con la Warner. Dado los casi 50 millones de dólares recaudados sólo en Estados Unidos, a Menahem le quedó la espinita clavada de no haber podido financiar la película el solo y se prometió que pronto haría su propio blockbuster con Stallone. Famosas últimas palabras. Por otra parte, mientras Menahem volvía a fracasar en Cannes (esta vez con un ‘Othello’ protagonizado por Plácido Domingo), parece ser que se encontró con el gilipollas perturbado por excelencia del cine francés: Jean-Luc Godard. Tan desesperado tenía que estar nuestro amigo israelí por conseguir un premio para demostrar a los demás que estaban equivocados con él, que firmó un contrato con el director en una servilleta para financiarle su próximo proyecto. Lo que le dio el amigo Godard a cambio fue algo sólo comparable al propio soporte del acuerdo. Con el título de ‘King Lear’, y, por supuesto, sin tener nada que ver con el bardo inmortal, la película resultó un pestiño pretencioso y, al mismo tiempo, apestoso y desvergonzado en la que salían Woody Allen, Molly Ringwald y el propio Jean-Luc con peluca de porrero jamaicano diciendo sandeces en algo parecido al inglés. Lógicamente no se comió una puta mierda, ni siquiera en los circuitos de festivales de cine.

Y ya sabemos que por esos lares se puede colar cualquier cosa, y si no hay tenemos a El Templo del Oro como ejemplo.

La maquinaria de producción funcionaba a toda mecha. Entre el abanico de títulos producidos o distribuidos en el 86, se hicieron algunas películas con un presupuesto medio. ‘Firewalker’ (El Templo del Oro), otra vez con Chuck Norris (el protagonisa de El Templo del Oro), era el segundo intento sin éxito de plagiar ‘En busca del arca perdida’. La cosa acabó aceptablemente en cuanto a la taquilla gracias al tirón de Chuck por aquel entonces y de la que hablare mas adelante. Pero su efímero reinado en los cines estaba empezando su declive. Tobe Hooper volvió a intentarlo con un remake de ‘Invasores de Marte’, que a nivel de producción hacía todo lo posible por parecer una película de la Amblin. Pero ni ésta ni la depravada (aunque divertida en su chunguez) secuela de ‘La matanza de Texas’ consiguieron resultados distintos al del despiporre general del publico.

Menahem Golan con Mickey Rourke

Con todo, Menahem y Yoran decidieron diversificar la oferta y poner en marcha una serie de películas familiares con actores de renombre basadas en relatos infantiles clásicos con el objetivo de porcular (bueno no, esa no era la intención real, pero es lo que acabo sucediendo) a los niños en sesiones matinales de fin de semana en sus cadenas de cines. Las cosas empezaron mal cuando Menahem avisó que la idea lucida de irse a Hungría a rodar (por aquello del ambiente de cuento) no iba a suceder jamás. En su lugar, acabarían en la maravillosa y encantada tierra de Israel con, por supuesto, el equipo usual de la compañía. Según comentaba Len Talan, director de un par de los filmes, “Recuerdo largas charlas con los equipos de efectos especiales y construcción acerca de cómo destruir la casa de la bruja (en ‘Hansel y Gretel’). Algunos querían volarla por los aires, un efecto visual no muy de cuento de hadas”. Pero sí muy de la Cannon Films, añadiría yo. Los presupuestos eran paupérrimamente famélicos, y, siguiendo la táctica ya conocida de rodar dos películas a la vez, los equipos se peleaban por conseguir los limitados recursos de los que se disponía. Las supuestas ‘estrellas’ eran más bien de segunda fila, pero consiguieron engañar a gente respetable como Isabella Rossellini o Christopher Walken (este último, bastante habitual en caspa de todo tipo en cualquier lugar imaginable). Se hicieron nueve películas y, efectivamente, ninguna fue memorable (¿alguno recuerda alguno de esos truños?). Y, con esto, llegamos al año 1987. El año del Final Strike. El final del sueño de Menahem, y el principio de la pesadilla en “Israel Street”. Pensando que lo de ‘Lifeforce’ fue tan sólo mala suerte, los Go-Go-Boys pusieron en marcha no una, sino cuatro superproducciones. El pequeño problema de falta de liquidez y cómo pagar los intereses de los préstamos era algo que ya lo resolvería el “Menahem del Futuro”.

Yo, el Halcón. Como ya he dicho, es probable que Menahem estuviera frustrado por las ganancias perdidas en ‘Cobra’ debido al régimen de co-producción. Así que volvió a intentar pasarse por la piedra a Stallone, esta vez para él sólito. Para no dejar escapar a la estrella, se ofreció él mismo para dirigir una historia de esas ‘de superación personal’ escrita por el propio actor, además de ofrecerle el mejor contrato posible. Acuerdo que dejaba muy poquito dinero para la producción en sí. Ya sabéis, esas tonterías como las de pagar al equipo, comprar celuloide, etc. Con estos tejemanejes con la liquidez de la compañía, no es de extrañar que un ejecutivo comentara: “Tenían reputación en la ciudad de no pagar las facturas. Nunca he trabajado en un lugar en el que la gente tuviera mayor falta de respeto por los directivos de la compañía”. El mismo trabajador cuenta que no sólo se descojonaban de Menahem y Yoram (llamándolos ‘Mo & Yo’). Al menos ellos trabajaban por amor y tomaban decisiones locas pero valientes. El jefe de distribución, sin embargo, se traía compañía a la oficina a la hora de comer para un polvete rápido. “Esos tipos generaron su propia falta de respeto”, concluye el mismo ejecutivo. Respecto a la película en sí, se trataba de un clon mierdero de Rocky, sustituyendo boxeo por un campeonato de pulsos (¿ein?) y añadiendo una trama aburrida de amor paterno-filial. Como siempre con la Cannon Films, nada especialmente original o sutil (nada que no se supiese sobre ellos).

Superman-IV-4

 

Superman IV: Si una estrella era algo esencial para una superproducción, el siguiente paso de Yoran/Globus fue buscar franquicias disponibles. La primera opción era comprar una preexistente. Superman III había funcionado relativamente bien en taquilla, pero los Salkin (productores originales) se habían dado cuenta de que la cosa no daba para más. Así que le vendieron los derechos a la Cannon. Los israelíes firmaron un acuerdo con Warner, que incluía un adelanto por los derechos de distribución. Menahem consiguió atraer a Christopher Reeve con las promesas mefistofelicas de hacer la película basándose en una idea del actor, dirigir la posible secuela y producirle un proyecto “serio” (el resultado fue ‘El reportero de la calle 42’, que, curiosamente, resultó ser de lo más aceptable de la línea de filmes ‘serios’ de la compañía). Para Gene Hackman, como buen mercenario, les valió sólo un buen cheque con siete dígitos. Para Margot Kidder supongo que bastó con un bocata de jamón rancio y un lingotazo de vino de la marca Hacendado. Intentaron contratar a Richard Donner y Rutger Hauer, pero ambos pasaron (en el caso de Rutger fue porque no quería leerse un guion tan apestoso y aprendérselo de memoria. Como si lo hubiese hecho alguna vez). Lo que sí consiguieron es apalabrar a todo el equipo que ya había trabajado en las anteriores partes de la saga. Las intenciones, en principio, eran buenas. Pero cuando llegó el momento de rodar, el dinero simplemente no estaba, ya que la Cannon tenía unos treinta y siete proyectos en fase de producción. El presupuesto original de 36 millones se quedó en 17. Medio equipo abandonó la película por disputas salariales. Toda la subtrama en la que Superman se enfrentaba a su versión bizarra tuvo que adaptarse a la parte mierder del “Hombre Nuclear”, al no poder afrontar el coste de duplicar a Christopher Reeve en pantalla, y no se podía pagar con lo que llevaban en el bolsillo en ese momento los alegres primos del bar mitzvah. Y así, el presupuesto para FX de la época bajó. Y mucho. Los planos de vuelo acabaron estando a la altura de cualquier producción de la compañía. Aunque lo mejor fue esa escena en la cual Superman tenía que reconstruir la Muralla China a supervelocidad. Como no había dinero para eso, lo que finalmente apareció fue una especie de Tente que el hombre de acero reconstruía ¡con sus rayos X! En su autobiografía, Reeve describe la película como “Simplemente, una catástrofe de principio a final”. Y así respondió la taquilla, con un sonoro corte de mangas.

Masters del universo: En el año 1982, Mattel tenía preparados unos muñecos que iban a acompañar el lanzamiento de la película ‘Conan, el bárbaro’ de John Milius. Al ver lo violento del resultado final, decidieron coger la figura del protagonista, ponerle un pelucón rubio y adaptar el producto a un universo original. Así nació ‘Masters del Universo’. Por supuesto en el año 87 la moda de descarados plagios al Conan de Milius ya había pasado. La de ‘Masters del Universo’ también. Y la Cannon va y pone en marcha dos filmes cutres de bárbaros de bajo presupuesto, ademas de comprar los derechos de He-Man para hacer una superproducción.
Master del universo

Las películas de serie B fueron ‘Gor’ (Apestósamente horrible) y ‘Los hermanos bárbaros’, para la que sólo se les ocurrió contratar al creador de ‘Holocausto caníbal’, Ruggero Deodato. Nada que ver con maravillas fílmicas de bárbaros sudorosos como El Señor de las Bestias. Respecto a ‘Masters del Universo’, al igual que con ‘Superman IV’, las intenciones iniciales no eran del todo malas. Como protagonista, una vez Stallone mando a la mierda a la Cannon, se escogió a, precisamente, su oponente en ‘Rocky IV’: Dolph Lundgren. Vale, como actor no era gran cosa, pero eso nunca ha sido necesario para convertirse en una estrella de acción. Para el papel de Skeletor buscaron a un buen actor, Frank Langella, que casi recibe un suicidio actoral por pertenecer al equipo. Además, el presupuesto fue de 22 millones de dólares, el segundo más caro en la historia de la compañía (solo superado por Lifeforce). Lamentablemente, dicho dinero, aunque generoso, no llegaba para una película de estas características. Así que se tomó la típica decisión de cine fantástico cutre. No, no es ‘hagamos la secuela en el espacio’ (que sería cara), sino la también muy recurrente ‘hagamos que viajen a la tierra’. Efectivamente, Eternia se quedaba en algo anecdotico y, en su lugar, se optó por enésima vez por el socorrido remake de ‘Tarzán en Nueva York’. Como suelo decir, si una película normal tiene poco presupuesto suele ser mala, pero si la película con poco presupuesto es de fantasía o ciencia ficción suele ser peor.

Vista hoy en día, la película es simpática si se ve con el estado de ánimo adecuado. Esto es, si ese mismo día se te ha muerto el gato, te han suspendido todas las asignaturas o tu jefe ha decidido meterte un brazo de culturista por el culo. Esos momentos en los que te das cuenta de que una mala película no es para tanto si al menos te ríes de sus degeneraciones. Como en el caso de ‘Superman IV’, también había planes para hacer una secuela. Pero, finalmente, el resultado en taquilla de 17 millones en Estados Unidos no lo permitió.

Spiderman: Albert Pyun es mayormente conocido como el Uwe Boll de los ochenta. Un hombre con un estilo visual propio, pero con una capacidad narrativa nula, y con una malsana obsesión (¿sexual?) con cyborgs que, en lugar de liarse a tiros, se matan a patadas de kickboxing. La primera película del director con la Cannon fue una tal ‘Dangerously Close’, seguida de la mierdera ‘Alien from L.A.’. Gracias a la rapidez con la que rodaba, convenció a Golan y Globus de que le dejara filmar tanto la secuela de ‘Masters del Universo’ como ‘Spiderman’ al mismo tiempo. Todo esto es debido a que Menahem había comprado a la Marvel los derechos de Spiderman y Capitán América cuando a nadie le interesaban las franquicias de superhéroes. Nuestro amigo vio el futuro y se adelantó a su tiempo. O, simplemente, será que nadie hacía películas de superhéroes en aquella época porque costaban un pastón (a día de hoy, también). Para el papel de Peter Parker se había hablado en el 86 de un tal Scott Leva, especialista de profesión, con una experiencia actoral a la altura del proyecto: es decir, ninguna. A pesar de todo, el propio Stan Lee estaba a favor del casting, según comentó el actor en una reciente entrevista (en la cual también revela que Menahem quería a Tom Cruise para el papel). Como siempre con la Cannon, las cosas empezaron bien. El primer guión era bastante bueno, pero poco a poco fue convirtiéndose en algo similar a papel higiénico usado, y hasta el propio Golan llegó a escribir un borrador. Bob Hoskins iba a ser el doctor Octopus (no pudo ser, pero finalmente logró protagonizar su propia película fantástica de mierda: Super Mario Bros). Sin embargo, con tantos recursos (o, mejor dicho, con la falta de ellos) invertidos en ‘Masters del universo’ y ‘Superman IV’, el proyecto se fue posponiendo hasta la entrada de Pyun para rescatar la franquicia antes de que los derechos expiraran. A dos semanas de comenzar el rodaje (Leva ya no era el protagonista y el propio Pyun no recuerda quién fue el elegido), Cannon devolvió los derechos a Marvel. ¿Qué hubiera pasado si la película se hubiera realizado? Pues muy sencillo: algo así como la versión de ‘Capitán América’ que el mismo director realizó para Golan tres años más tarde con un presupuesto aproximado de veinte duros. Por supuesto, los derechos de ‘Masters del Universo’ también fueron devueltos a Mattel, a la que se le debía un buen pico. Pyun cogió por banda el guión de la secuela y la convirtió en los que todo el mundo espera ver en una película fantástica: una épica de cyborgs postapocalípticos protagonizada por el futuro héroe de la serie B: Juan Claudio Van Damme (venga, ¿que nunca le habéis llamado así?).

 Jean Claude Van Damme en contacto sangriento

Jean-Claude Van Damme era un experto en kickboxing que quería ser actor. La leyenda cuenta que un buen día se plantó en el despacho de Menahem (otra versiones sitúan el evento en la calle) y le lanzó una patada a la cara que se quedó a medio milímetro de impactar en la tocha del israelí. Convencido ante tal demostración de calidad interpretativa, le produjo ‘Contacto sangriento’, cuyo estreno a principios del 88 recaudó diez veces su presupuesto. Golan tenía un nuevo Chuck Norris en sus manos, pero ya era tarde. La compañía estaba al borde de la bancarrota. ‘Cyborg’, la épica vandamiana nacida de las cenizas de ‘Masters del Universo II’, no pudo sanear las cuentas, y fue la última producción Golan-Globus. A lo largo de 1989 se distribuyeron los últimos cagarros de la compañía, incluyendo un ‘American Ninja 3’ sin Michael Dudikoff y una versión de ‘Viaje al centro de la tierra’ que, en realidad, eran diez minutos rodados sobre la obra de Verne con una secuela de ‘Alien from L.A.’ de Pyun pegada detrás. Un triste final para tan épicos héroes. Golan culpó a Globus de los problemas financieros y las cuentas sospechosas que atrajeron una investigación federal. No volvieron a hablarse durante años. Yoram se quedó con la marca cuando la compañía fue comprada por MGM (en un acuerdo que más tarde también atraería varias denuncias por irregularidades). Siguieron apareciendo títulos bajo la bandera de la Cannon, pero ya no era lo mismo. Menahem fundó 21st Century Productions. La historia de la compañía más fascinante y casposa de los 80 había terminado, y ya rara vez se verían en los cines degeneraciones similares.

Una historia como la de la Cannon no podía tener un final convencional. Más bien se merece un broche de oro lleno de caspa (a su nivel, vaya). Y eso es lo que nos dieron los primos en 1990. Todos aquellos que odiamos las modas latinoamericanofílicas (que no a latinoamérica en sí, Su Oscura Majestad Takishis me libre) recordamos con terror y diarreas la Lambada, plaga lamentable que asoló el pachangueo playero de aquel verano. Pues bien, el fenómeno fue global, pues también caló en los yankys (como la Macarena años después). Golan, en una jugada digna de los mejores productores ‘exploitation’ de los 60 y 70, anunció el rodaje de ‘Lambada’. Registró el título, cogió un guión del subgénero de ‘profesor inspirador’ que tenía en un cajón del despacho y le encargó al director de ‘Breakin’’ (el mayor éxito de la Cannon) la realización de la película. Pero, en la mejor tradición de rivalidades familiares, Menahem anunció su propio proyecto de Lambada. No tenía el título, pero fue más rápido y se agenció los derechos en exclusiva de la canción en sí. El mundo tenía en producción una película llamada ‘Lambada’ sin la canción ‘Lambada’ y otra sin ese título, pero con la canción cutrona esta en cuestión. ¿Señal de la decadencia de la civilización occidental o regodeo para los amantes de los degeneraciones de la serie Z? 

¡Ambas cosas!

La película de Menahem se tituló ‘El baile prohibido’, y se escribió, según la wikipedia, en diez días, basándose en una idea de un par de guionistas (que, además, tenía su mensaje ecologista y todo) de camino a la oficina del productor. Eso ocurrió en Diciembre de 1989. A finales de Enero se estaba rodando, con fecha de estreno en Marzo, justo el mismo mes que la cinta rival. Increíblemente, incluso consiguió terminarla antes. El 8 de Marzo, Menahem puso un anuncio en Variety: “Estoy orgulloso de haber tenido la oportunidad de crear el primer y único filme original sobre la Lambada que real y verdaderamente representa el baile de la lambada”. No, Menahem no era un iletrado. Se trataba de repetir el mayor número de veces posible la palabra sobre la que NO tenía derechos, por aquello de joder a su primo. En vista de que Golan se le había adelantado, Globus atosigó a su equipo, que terminó la postproducción de su película en once días. Ambas obras maestras se estrenarían ¡a la vez! A pesar de asegurarse el uno la distribución de Warner y el otro la de Columbia, ambas películas se metieron la hostiaputajoder en taquilla.

Con el tiempo, los primos hicieron las paces (“En el fondo, somos familia”, decía Menahem), pero, a pesar de anunciar nuevos proyectos y de seguir en activo hasta el día de su muerte, no pudieron llegar a los niveles de su antigua leyenda.

“Nuestro único crimen es que amamos el cine. No nos ves en el club de polo, en la pista de tenis o en fiestas. Nos veis en la oficina siete días a la semana”. Efectivamente, Yoram. Por eso estáis entre los grandes de la historia del cine. Esa que no debe narrar sólo la vida de los magnates y directores de siempre, sino de todos aquellos que realmente aman el medio, independientemente de sus triunfos y miserias.

 el templo de oro, con Chuck Norris

El Templo del Oro: la Cannon Films y su buddie movie de aventuras

En fin, volvamos a El Templo del Oro del moro. La cinta nos cuenta la historia de Max Donigan y Leo Porter, dos tipos que se toman la muerte a guasa, mean colonia y cagan melones. Un par de bravucones con los huevos cuadrados y más chulos que Rutger Hauer bailando una lambada, que se dedican a esto de la caza de tesoros y el saqueo de tumbas, porque no tienen nada mejor que hacer en la vida (o porque el guion va en piloto automático y punto). Acostumbrados a fracasar en sus descabellados propósitos y cuyo mayor enemigo es un militar asiático estereotipado que ha truncado su última expedición en el desierto del Sahara, o de Arabia, lo mismo da. Por supuesto nadie explica qué mierdas hace allí un militar chino y por qué los lugareños le sirven y apoyan. El caso es que en El Templo del Oro este par de pedorros se plantea abandonar una carrera repleta de decisiones equivocadas y percances continuos. Tras escapar de la encerrona en el desierto con un trozo de cristal, meditan su decisión en un bar de México propicio para la inevitable escena de pelea, solo para el lucimiento de un Chuck Norris bigotón y algo fondoncete, momento en el cual la rubiales de Melody los contrata para hallar un antiguo tesoro de una civilización mesoamericana perdida cuyo mapa está en su poder. Así se inicia una demencial carrera por el oro en la que el trío calavera se las tiene que ver con tribus perdidas que viven en las ruinas de sus antiguas culturas, guerrilleros sudamericanos de los que huir disfrazados de curas (ella, eso sí, compuesta con todo el maquillaje de la Señorita Pepis) y sanguinarios espíritus de ultratumba atizados por los hechiceros apaches que vuelven para proteger sus riquezas de la codicia del hombre blanco. Y también del negro, claro. Este es el argumento de El Templo del Oro.

 El Templo de Oro, con Melody Anderson

En El Templo del Oro nos encontramos ante otro increíble producto de la Cannon films de aquella época, encabezado por el incombustible Chuck Norris, que aquí demuestra tener una gran química con Louis Gosset Jr., ya que juntos, siguiendo la extensa tradición de las buddy movies americanas, añaden mucho humor y comedia fallida a las escenas de acción y aventura. Ambos se mueven con desparpajo y arrojo entre cementerios aztecas y antros de mala muerte, acompañados por la bella Melody Anderson, actriz buenorra por excelencia recordada especialmente por mi por haber interpretado a Dale Arden en la mítica adaptación cinematográfica de Flash Gordon. Aunque suelte frases tan poco afortunadas como: “El hombre que quiere el mapa no parece un hombre. Es más como un cíclope, un cíclope rojo de largas melenas.” Se refiere a un indio con parche, así que me huele a mensaje xenófobo, vamos como en toda la película en general donde los chicanos son corruptos, subnormales y no tienen ni idea de nada. 

El Templo del oro, con Louis Gossett Jr.

Por más que El Templo del Oro nace con vocación de serie B, no es especialmente  un proyecto cinematográfico de esos con mayor cantidad de despropósitos argumentales, errores de encuadre, fallos de raccord, absurdos de guión presentados sin el menor rebozo, diálogos estúpidos y con unas interpretaciones tan lamentables que dan vergüenza ajena. Hay peores películas de ese tipo, y ésta al menos es algo entretenida. Es especialmente desesperante esa pretendida tensión que se quiere conseguir en El Templo del Oro a golpe de fanfarria musical sin sentido en las escenas de acción, y también los momentos “sensibles” en los que los personajes intentan conseguir algo parecido a la emotividad, y que recuerdan más a la interpretación de Tommy Wiseau en The Room. Pero lo que es de traca es el humor. El Templo del Oro está concebida como una gamberrada irónica, ligera, desternillante, pero no hay un solo chiste que funcione ni una sola situación pretendidamente cómica que te haga sonreír, a menos que tengas menos de 7 años de edad por supuesto (por aquella época me hacia gracia la película y todo). Como muestra, dos momentos: Norris aguarda en su habitación de hotel y llaman a la puerta; una joven india de buen ver le ofrece una calabaza hueca llena de algo liquido y le dice “¿te apetece beber una pócima?”, a lo que Chuck responde: “nunca digo que no a una buena pócima”. Alucinante. La otra situación se el Templo del Oro da en el interior de una ruina inca, maya, azteca o lo que sea y refuerza la teoría de la bala bailarina del asesinato de Kennedy: una bala del revólver de Chuck rebota repetidas veces en la roca hasta incrustarse por fin en el pene del guerrero enviado para acabar con los buenos y justo cuando les amenaza con su lanza, su cerbatana o lo que sea. Si, es de traca lo que ocurre en El Templo del Oro.

el Templo de Oro, una producción de la Cannon Films

Especial comentario en El Templo del Oro para Sonny Landham, que seguramente os sonara de una mierda, pero más conocido por ser el Indio que sale en Predator. Según el director de Predator, John McTiernan (Mctierno para los amigos), el seguro no le dejo meter a este presunto sociópata en el reparto de El Templo del Oro si no le ponía dos guardaespaldas las 24 horas del día. Pero estos no eran para protegerle de los demás, si no para proteger a los demás de sí mismo, porque por lo visto se le iba la flapa cosa mala (En los extras de Depredador lo explican a fondo). Teniendo en cuenta que por esos lares estaba Jesse Ventura (más conocido por estos lares por ser Abraxas guardián del universo), tampoco desentonaba tanto en El Templo del Oro, quizás solo en que era un puto psicópata. Aquí hace del antagonista estelar de El Templo del Oro, que bien podría haber sido sustituido por una de las columnas de cartón piedra de los escenarios de chufla de la película, y no nos hubiésemos dado cuenta de la diferencia. También especial comentario para la daga dorada que se encuentran, del todo a 100 y con un led en el culo para que parezca mágica.

Desesperación. Eso es lo que termina pasando con los bodrios que la gente ve porque no hay nada mejor en oferta, para reírse del patetismo ajeno, o puesta hasta las cejas de alcohol y LSD. Eso sí, El Templo del Oro es una experiencia que todo aficionado a la serie Z debería pasar una vez en la vida. Como penitencia y para sustituir eso de autofustigarse, que para eso ya tenemos a jefes negreros por los trabajos.

Una delirante escena de El Templo del Oro:

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