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Año: 1971. Duración: 87’. País: Reino Unido. Director: John Hough. Guión: Tudor Gates. Música: Harry Robinson. Fotografía: Dick Bush. Reparto: Peter Cushing, Mary Collinson, Madelaine Collinson, Dennis Price, Isobel Black, Kathleen Byron, Damien Thomas, David Warbeck, Harvey Hall, Judy Matheson.

«The Devil has sent to me twins of evil»

Crítica: Drácula y las Mellizas (Twins of Evil)

La maquinaria industrial que puso en marcha la Hammer para producir sus films de horror no tiene paragón en la historia del cine, tanto por lo prolífico de esta factoría como por la calidad de los títulos producidos. La revisión de los monstruos clásicos como Drácula, la momia, Frankenstein, o el hombre lobo, nos ha dejado un sinfín de títulos que, en el caso del mito vampírico, han conformado dos franquicias de indudable interés, la del conde Drácula y la de la familia Karnstein; es la primera de éstas la que se cubre de laureles, quedando fuera de toda duda los impresionantes resultados obtenidos, que han sugerido mil y un imitaciones, a la par de admiración por la crítica y afición, imprimiendo en las retinas del espectador contemporáneo la figura de Christopher Lee como el genuino Drácula, demonio sediento de sangre, príncipe de las tinieblas y comandante de las legiones de no-muertos de Satánas (aunque el guiño satánico no existe en la novela original de Bram Stoker). Pero tampoco hay que restar un merecido valor a su saga satélite, la de la familia Karnstein. Esta saga, confundida en las salas españolas como una continuación paralela de la de Drácula, sólo compartía con esa algún personaje común como el de Van Helsing y determinados hechos y situaciones de sospechoso parecido; y aunque a la saga Karnstein le falte la entidad propia que sí disponía la de Drácula, no merece por ello ser considerada como un subproducto de la primera; es más bien la recreación, a veces a brochazos, de un universo vampírico complementario al de Drácula, donde el peso de los films recae sobre varios de estos siervos de Satanás, dotados de gran fuerza y personalidad, aunque a veces su encaje en el puzle Karnstein se realice con calzador.

Para su estreno en España, Drácula y las Mellizas (Twins of Evil, 1971), dirigida por el gran realizador John Hough, reincidió en uno de los grandes defectos que siempre ha cometido la distribución fílmica en nuestro país, el cambio de su título original, en este caso por el referente transilvano, en pos de una carrera comercial más longeva. Este hecho determinó la actitud del público, que aún hoy se acerca a la película esperando encontrar la mirada del maléfico conde Drácula, aunque sea de soslayo. Nada más lejos de la realidad, Drácula y la Mellizas, es la tercera entrega de la mencionada saga Karnstein, que anteriormente contó con los títulos Las Amantes Vampiros (The Vampire Lovers, 1970), de Roy Ward Baker, y Lujuria para un Vampiro (Lust for a Vampire, 1971) de Jimmy Sangster. En los tres títulos que oficialmente constituyen la saga –Capitán Kronos (Kronos, 1974) se puede considerar una continuación no oficial-, el linaje Karnstein, progenie de adoradores de Satanás y  lujuriosos vampiros, hacía de las suyas seduciendo y vampirizando a jóvenes damiselas, más por morbo y tendenciosidad maligna que por necesidad real de sangre humana. El factor erótico era algo imprescindible en la saga, igual que en el resto de las producciones vampíricas hammerianas, donde estaba omnipresente, de manera explícita o sanguinolentamente velada; pero en la saga Karnstein aún más, pues el lesbianismo irrumpe con fuerza inusitada, como elemento desvinculante de la elegancia y la alegoría con el que la franquicia de Drácula trataba al sexo. Con eso, y con grandes dosis de humor negro –y a veces hasta autoparodia-, a la saga Karnstein se la ve con un decidido carácter rupturista dentro del marco del universo vampírico hammeriano.

El caprichoso Conde Karnstein y el austero Gustav Weil

John Hough es un director que necesita ser reconocido como uno de los grandes del terror. Títulos tan conseguidos como El Íncubo (The Incubus, 1981) y La Leyenda de la Casa del Infierno (The Legend of the Hell House, 1973), son determinantes para entender el terror gótico contemporáneo. Drácula y las Mellizas puede ser su mejor film, rodado fielmente al estilo Hammer, aunque éste fuera su único trabajo para la productora británica. En esta cinta, Hough logra imprimir un aura de sentimientos contrapuestos: la liberación sexual y su consecuencia, el libertinaje, de un lado, y la represión sexual y su también enfermiza secuela, el sadismo; todo en un marco estético de tonos fuertes, con una fotografía marcada, aprovechando al máximo los sets que se utilizarían un año después para otro film vampírico de la Hammer, El Circo de los Vampiros (Vampire Circus, 1972), -film menor con una historia inspirada en el famoso Teatro de Grand Guiñol parisino-.

Dos hermanas gemelas, María y Frieda, la primera, dechado de virtudes y compasión, y la otra, con más inclinación a los vicios mundanos, van a vivir a casa de su tío Gustav Weil, cabecilla de una exaltada organización de radicales cristianos llamada “La Hermandad”, que se dedica a la caza de brujas. Allí, Frieda se deja seducir por el conde Karnstein, que ha sido poseído por la vampira Mircalla, su antepasada. El fanático Gustav deberá combatir al Mal, aún a costa de perder a su querida y sueltecilla sobrina.

Los personajes principales están encarnados por Peter Cushing, en el papel de Gustav Weil, Damien Thomas, como el Conde Karnstein – trasunto de aristócrata libertino-, y las hermanas Madeleine y Mary Collison como las María y Frieda. Aparte, hay otros personajes secundarios que complementan el imprescindible fresco hammeriano sobre la separación de clases en la Inglaterra del siglo XVIII, como Drietich (Dennis Price), el “aburguesado” sirviente de Karnstein o Anton Holler (David Warbeck), profesor de música que encarna a la incipiente intelectualidad inglesa, que cuestiona abiertamente el dogmatismo eclesiástico. Dentro de este elenco es, sin duda, Peter Cushing el actor que realiza un trabajo más impresionante, alejado del rol de piadoso cazavampiros que era Van Helsing; su personaje, Gustav Weil, es un puritano con las orejeras puestas, sin ver más allá de la ilusoria herejía que le lleva a la quema de hasta tres jóvenes inocentes por el simple hecho de satisfacer su sed de sangre, una sed que tiene que ver más con la represión sexual y sus sádicas consecuencias que con la complacencia y el hedonismo vampírico que practica Karnstein. Peter Cushing realiza un trabajo meritorio, repleto de gestos, diálogos y actitudes imborrables, donde este actor de rostro afilado nos muestra un registro inédito en su carrera e indispensable para la historia del horror cinematográfico.

Mención aparte merecen las hermanas Collinson, primeras playmates gemelas que en la película lucen suculentos escotes, y hasta una de ellas exhibe sus lívidos pechos para seducir  al incauto profesor de música. Esta escena junto al acto sexual de Karnstein con Mircalla (Katya Wyeth), en la que la vampiresa acaricia una vela encendida mientras es penetrada, y el trío que protagonizan el conde Karnstein, Frieda y una desventurada campesina, son lo más picante de la película.

Panteones, telarañas, pasadizos, y sangre de supersticiosos campesinos

La ambientación de la película no escatima en detalles para la recreación de un mundo, el crepúsculo aristocrático inglés de connotaciones byronianas, que vive aislado de una realidad social que se convulsiona entre la modernidad y el estatismo, apuntalado por una creencias religiosas y una superstición ya en declive. Este universo hammeriano nos regala una imprescindible recreación del castillo del vampiro, plagado de pasillos, telarañas, candelabros y hasta de un mausoleo en el mismo salón; un castillo gótico donde el insatisfecho Karnstein realizará los más impíos ritos para recuperar la gloria de su familia y tener un nombre propio dentro de su linaje maldito. Como contraste a la fastuosidad del castillo, fotografiado por el maestro Dick Bush, con luces de tonos oscuros, la aldea es un set en el que predominan los tonos marrones y blancos, también jalonado de infinidad de detalles que redundan en la credibilidad de su ambientación. Tanto la aldea como el castillo, son microcosmos eternamente separados por una enorme distancia social; únicamente la rebelión de los campesinos oprimidos podrá llevar a éstos a ollar el hogar de opresores.

El apartado técnico no cesa en méritos en esa extraordinaria recreación del universo hammeriano. Los FX cuentan con una variedad de recursos que hoy en día cuentan meritoriamente con el calificativo de artesanos, usando impactantes efectos sonoros y lumínicos, y realizando una efectiva superposición de planos como recurso visual para la recreación de las transformaciones vampíricas o la aparición de los espectros. Con todo, queda ya muy naïf la descomposición progresiva del Conde Karnstein a base de fotos fijas en el momento de su muerte como vampiro.

La música compuesta por Harry Robinson contiene un extraño tufillo a western, evidente cuando acompaña a las cabalgatas de Gutav Weil en busca de desventuradas y guapas campesinas a las que quemar. A lo largo del metraje, el score logra superar el guiño transgenérico y consigue la integración en la historia, alcanzando la partitura su clímax mientras acompaña en el acto final a la muerte del vampiro Karnstein.

Afortunadamente, Drácula y las Mellizas cuenta con una interesante edición en dvd en España. Aparte de la inmejorable remasterización de la que ha sido objeto, la copia editada por DIVISA contiene escenas que fueron censuradas en el momento de su estreno en Inglaterra, y que han sido reintegradas al formato doméstico. Es una buena ocasión para que el aficionado se acerque a este clásico, considerado injustamente como menor en el catálogo vampírico de la Hammer, pero que el tiempo lo va aupando como un auténtico referente en el género gracias a su buena factura y al trabajo redondo del equipo actoral.

6 COMENTARIOS

  1. Qué nostalgia… esos decorados de cartón piedra, esa niebla producida con hielo seco, esos árboles retorcidos, esa sangre roja y que te salpicaba a la cara, esos escotazos de vértigo!! jejeje. Larga vida a la Hammer!!! Gran crítica!

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