Crítica de Alien Covenant, de Ridley Scott

Alien Covenant. Año: 2017. Duración: 123 min. País: Estados Unidos. Director: Ridley Scott. Guion: John Logan, Dante Harper (Historia: Jack Paglen, Michael Green). Música: Jed Kurzel. Reparto: Michael Fassbender,  Katherine Waterston,  Billy Crudup,  Demián Bichir, Danny McBride,  Carmen Ejogo,  Jussie Smollett,  Amy Seimetz,  Callie Hernandez, Benjamin Rigby,  Alexander England,  Uli Latukefu,  Tess Haubrich,  Guy Pearce, Noomi Rapace,  James Franco

El punto de partida de Alien Covenant no es realmente el del aterrizaje de la  expedición en el planeta de los ingenieros. Junto al estreno de Alien Covenant se ha lanzado un cortometraje a modo de epílogo de la película, The Crossing. En esta breve pieza se ve como la Doctora Shaw (Naomi Rapace) y el androide David parten rumbo al planeta de los ingenieros. Más tarde David explica que lanza las armas biológicas sobre la ciudad de los ingenieros a modo de plaga bíblica. Mientras que el primer segmento de Alien Covenant está centrado en la peripecia interestelar de la expedición colonizadora, el segundo, ubicado espacialmente en el planeta de los ingenieros, abunda en reflexiones metafísicas sobre el poder del demiurgo y su capacidad para transformar la naturaleza a su antojo. El androide David, lejos de presentarse como un ser salvífico al servicio de los humanos, fue programado por Weyland para subvertir las leyes de la robótica –ideadas por el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov- y trabajar para los intereses de la corporación. Una vez desaparecido su hacedor, David se siente libre para encarnar el papel de Dios y se dedica, una vez exterminada la especie de los ingenieros, a experimentar genéticamente con embriones de xenomorfos. Este nefando laboratorio está ubicado en lo que parece ser el lugar más importante de la ciudad de los ingenieros, un edificio al que se accede a través de un inmenso foro –la arquitectura recuerda enormemente al urbanismo y edificios romanos- y se remata en su parte trasera por un gran acantilado rematado por una plantación de cipreses –árbol que representa para los románticos la melancolía y la ensoñación de aquel paraíso perdido-. La última parte de Alien Covenant deja atrás las premisas de Prometheus y se centra en la creación de una atmósfera agobiante y climática, con un xenomorfo exterminando a los restantes miembros de la tripulación hasta su derrota y expulsión de la nave al espacio exterior, una reminiscencia implícita a Aliens el Regreso (Aliens, 1987), la película dirigida por  James Cameron y que es posiblemente el título más popular de la saga.

La filmografía de Ridley Scott nos ha dado obras increíblemente inspiradas y redondas, otras terriblemente planas e intrascendentes. El realizador británico ha lidiado con una gran variedad de temáticas y con resultados tan diversos como irregulares. A pesar de las acusaciones de que Prometheus era una obra irregular, un visionado exhaustivo nos descubrirá precisamente lo contrario. Aparte de ciertas concesiones del guión –pueriles, todo hay que decirlo-, la película se muestra robusta en los aspectos más delicados del argumento y potente y renovadora en sus ideas visuales. A diferencia de este título, Alien Covenant pertenece a ese segmento de la filmografía de Scott que podemos tildar de irregular. Pensamos que la nueva película de la saga debería haber buscado con más ahínco una fórmula más precisa para engranar su argumento con Prometheus y facilitar el lanzamiento de la tercera parte de esta nueva trilogía-precuela. También quedan a la luz las deficiencias de un título que se asoma demasiado al título de 1979, a tal punto de incluso crear un trasunto de la teniente Ripley. Pero la vista de los resultados, y aún siendo Alien Covenant un título divertido y de ánimo completista, hay que romper una lanza a favor de esta producción que, en un futuro, podría convertirse en una rara avis de la saga, un título de culto como en el que se ha convertido la tercera entrega de la saga original, Alien 3, dirigida por David Fincher, quién reniega de su trabajo y lo considera una obra maldita.

Un singular marco referencial para Alien Covenant

En la inmortal obra de William Shakespeare, Hamlet, la joven Ofelia se suicida por desamor hacia el príncipe danés. En su enajenación sube a un sauce y cae sobre un estanque, donde fallece ahogada. La representación pictórica más famosa de este acontecimiento ficticio la realiza el pintor romántico John Everett Millais en un óleo producido en 1852. Aunque la obra está indudablemente enmarcada en el estilo prerrafaelita, su espíritu es eminentemente romántico. En ella se representa a la bella Ofelia yaciente en un estanque, rodeada de flores flotantes. En la última entrega de la franquicia de Alien, titulada Alien Covenant (2017), Ridley Scott, realizador de su episodio matriz, Alien (1979) y de su anterior entrega, Prometheus (2012), reúne un buen número de simpares referencias. El citado cuadro podría verse representado en varios planos en el que una criatura protoalien  arranca de un mordisco la cabeza a uno de los personajes protagonistas; la cabeza aparece flotando en una pila rodeada de flores. Alien Covenant es una película que abunda en signos identificativos relativos a la ensoñación aquella edad dorada, aquel paraíso perdido que la especie humana añora, abandonada a su suerte por su demiurgo en algún momento de la historia. La expedición Prometheus, organizada en el título homónimo para conocer a nuestros creadores, concluye con una angustia existencial rayana en la melancolía, en el contundente rechazo del creador hacia su obra creada hasta el punto de buscar su destrucción mediante el envío de una nave repleta de armas biológicas a la Tierra.  Este demiurgo, personificado en el filme –como lo fue en Prometheus– por una raza extraterrestre a la que se denomina “los ingenieros”, es la meta prioritaria de Peter Weyland (Guy Pierce) en los últimos días de su vida, fundador de la Weyland Corporation, dedicada a la exploración y colonización de otros mundos. Weyland, como modesto demiurgo, y consciente de la finitud de su vida, crea a David (Michael Fassbender), un androide “sintético” de primera generación, un ser perfecto e inmortal. Peter Weyland es un hombre ambicioso y megalómano –es imprescindible el visionado de su conferencia en TED incluida en los extras de la edición de Prometheus en bluray o DVD-, emula a la figura del Doctor Frankenstein, creada por la también escritora romántica Mary Shelley en su obra Frankenstein o el moderno Prometeo.

En la película se bosqueja la idea de que los universos de Blade Runner –dirigida por Ridley Scott en 1982- se fundan argumentalmente con la franquicia Alien. La expedición de Alien Convenant parte al espacio exterior en busca de un planeta para ser colonizado, las colonias exteriores están promovidas por las grandes corporaciones, auxiliadas por seres sintéticos con ínfulas de inmortalidad y un planeta Tierra al borde del colapso. En la primera parte de Alien Covenant se produce el consabido despertar de los miembros de la tripulación de la nave, donde se presentan los personajes principales. Destaca la presencia de Katherine Waterson, belleza espigada que se ha revelado como icono erótico contemporáneo desde su aparición en Puro Vicio (Inherit Vice, 2014), aunque el resto de su filmografía se enmarque en una línea más convencional. El parecido con el personaje de Sigourney Weaver, la teniente Ripley, es de todo menos casual. A los 1,82 m de altura de la actriz le sumamos un look  y un papel similar, el de heroína posmoderna que combate fusil en mano a los escurridizos xenomorfos. El personaje de Katherine Waterson, no obstante, queda bastante desaprovechado aunque su presencia sea estimulante y nivele la testosterona del elenco masculino. Una vez en tierra, la cinta nos ofrece el giro esperado y los xenomorfos comienzan a desarrollar su peculiar biología reventando los cuerpos de los humanos infectados.

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Alien Covenant no es una película que muestre una coherencia argumental tan interesante como Prometheus. Inferior a ésta en el aspecto narrativo y en el creativo, nos encontramos con el primer escollo, la línea argumental de Alien Covenant flaquea, resbala y se pierde en el momento en el que la expedición colonizadora de la Covenant abandona su rumbo y aterriza en el planeta de los ingenieros. Envuelta la segunda parte de la película en una guerra de egos entre los personajes –en especial Michael Fassbender interpretando doblemente a los androides David y Walter- y disertaciones filosóficas erráticas y mal desarrolladas, concluimos este fragmento central con una sensación agridulce: extraña el paladar la simplicidad de los argumentos en contra de  que se esgrimían en Prometheus, pero también agradecemos algunas de las ideas que Alien Covenant lanza a la liza de un tablero al que le quedan por mover muchas fichas, esto si los creadores de la saga quieren formar un corpus homogéneo y sólido de cara a continuar con la franquicia xenomorfa.

La diabólica biología de un xenomorfo en Alien Covenant

El diseño de producción de Alien Covenant nos ofrece una enorme variedad de escenarios: el interior de la nave, el almacén de los colonos hibernando y los cajones repletos de embriones humanos –atentos al inquietante punto y final de Alien Covenant-, la ciudad de los ingenieros,  que recuerda, como hemos citado, a una urbe romana, el interior del megalítico edificio de los ingenieros, una mezcla de catacumba romana y subterráneo lovecraftiano, o el agreste paisaje planetario cuya paleta de colores nos remite indefectiblemente al que ya contemplamos en Prometheus.

El equipo de diseño de los xenomorfos sigue desarrollando la exobiología de las criaturas desde lo que pudiera ser forma primitiva, procedente de esporas que infectan el cuerpo  de los humanos, hasta el crecimiento de un protoalien, similar al que apareció en la secuencia final de Prometheus. No obstante, Alien Covenant quiere guiñar a los fans de la saga mostrando al xenomorfo original, y es que este título está concebido como un puente, como el segundo  episodio de una trilogía que comenzó con Prometheus para enlazar directamente con el filme que Ridley Scott dirigió en 1979. La presencia del xenomorfo original y de su génesis biológica como producto de los experimentos genéticos del androide David era una condición indispensable para este propósito.

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La filmografía de Ridley Scott nos ha dado obras increíblemente inspiradas y redondas, otras terriblemente planas e intrascendentes. El realizador británico ha lidiado con una gran variedad de temáticas y con resultados tan diversos como irregulares. A pesar de las acusaciones de que Prometheus era una obra irregular, un visionado exhaustivo nos descubrirá precisamente lo contrario. Aparte de ciertas concesiones del guión –pueriles, todo hay que decirlo-, la película se muestra robusta en los aspectos más delicados del argumento y potente y renovadora en sus ideas visuales. A diferencia de este título, Alien Covenant pertenece a ese segmento de la filmografía de Scott que podemos tildar de irregular. Pensamos que Alien Covenant debería haber buscado con más ahínco una fórmula más precisa para engranar su argumento con Prometheus y facilitar el lanzamiento de la tercera parte de esta nueva trilogía-precuela. También quedan a la luz las deficiencias de un título que se asoma demasiado al título de 1979, a tal punto de incluso crear un trasunto de la teniente Ripley. Pero la vista de los resultados, y aún siendo Alien Covenant un título divertido y de ánimo completista, hay que romper una lanza a favor de esta producción que, en un futuro, podría convertirse en una rara avis de la saga, un título de culto como en el que se ha convertido la tercera entrega de la saga original, Alien 3, dirigida por David Fincher, quién reniega de su trabajo y lo considera una obra maldita.

Prometheus dio un giro a la saga Alien, la insufló nuevos aires alejándola del bucle del horror survival en la que se encontraba atrapada sin solución de continuidad y planteó cuestiones interesantes que rondan al existencialismo humano, sustantivado en este caso por la extravagantes teorías de Eric Von Daniken y, sobre todo, las de Zecharia Stichin. A pesar de lo desquiciado de su planteamiento, dichas teorías, en contra de toda lógica historicista, se presentan hoy por hoy como la posible explicación de un pasado incierto, un pasado con indicios cada vez más clamorosos de la existencia de una o varias civilizaciones que adoctrinaron al ser humano en saberes y conocimiento hoy inaccesibles. Las civilizaciones ciclópeas, cada vez datadas en épocas más pretéritas, y que saltan ampliamente las fechas de los registros cronológicos establecidos oficialmente para la aparición del homo sapiens, son un enigma que tendremos que resolver dejando de mirar a nuestro ombligo, poniendo la vista en la sabiduría de las culturas que hablan de maestros venidos de las estrellas o de dimensiones paralelas a la nuestra, revisando los mitos que relatan la fundación de nuestro mundo tal y como lo conocemos hoy en día. A la luz de tales líneas de investigación aparecerán las preguntas claves que siempre nos hemos cuestionado: qué somos, de dónde venimos y adónde vamos. Quizás la respuesta realmente esté en el espacio exterior y Peter Weyland sea un auténtico visionario.

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